jueves, 2 de enero de 2014

Personalismo autoritario


Por: Simón Pachano

Consolidación de Rafael Correa, retroceso del estado de derecho. Ese puede ser el resumen del año que concluye. En su sexto año de Gobierno, por medio de acciones desarrolladas en tres campos, el líder ha dado pasos de enorme trascendencia para la consolidación de un régimen personalista-autoritario. Por un lado, aseguró el control de todas las funciones del Estado, cerrando los minúsculos resquicios que aún quedaban. Por otro lado, avanzó decididamente en la construcción de una estructura jurídica que le permite no solamente revestir de un ropaje de legalidad a toda su tarea, sino utilizar recursos aparentemente legales para eliminar cualquier asomo de oposición. Finalmente, casa adentro, en Alianza PAIS dejó claramente establecido que no puede haber más voz que la suya y que las demás deben silenciarse.

El control de las funciones del Estado lo logró por dos medios. Primero, por el triunfo electoral de AP en la elección legislativa, producto de un inusual fenómeno de endoso de los votos del caudillo. Él mismo se encargó de hacerles saber en repetidas ocasiones a sus asambleístas que esos votos le pertenecen y que si ellos se presentaran solos no lograrían ni el apoyo de sus familiares. Segundo, por el nombramiento de incondicionales en los cargos que quedaban por llenar, especialmente en las máximas instancias del Poder Judicial y en los organismos recién creados para perseguir y censurar la opinión.
El afianzamiento de una estructura jurídica restrictiva y persecutoria tuvo sus mayores expresiones en la Ley de Comunicación, el Decreto 16 y el Código Orgánico Integral Penal. Los tres instrumentos, aprobados de manera irregular, sin seguir los procedimientos establecidos, violan abiertamente varios instrumentos internacionales de protección de los derechos, de los que Ecuador es suscriptor. Contradicen, además, el espíritu garantista de la propia Constitución. Adicionalmente, en el mismo plano jurídico no tuvo empacho en utilizar viejas disposiciones de leyes promulgadas por dictaduras para criminalizar la protesta y someter a las organizaciones sociales. Con todo ello, no hace falta el empleo de la fuerza, basta la amenaza del uso de todo ese entramado engañosamente jurídico.
Finalmente, en su movimiento está más claro que nunca, por si había aún alguna duda, que la palabra del líder se acata y se cumple. La discrepancia viene con un cartel de traidor que se cuelga en el pecho de la persona. La alternativa, en esos casos, se plantea entre el abandono de las filas de los escogidos por la historia y por la Providencia y la humillación pública como condición para recibir el perdón (¿ya tendrán permiso las tres asambleístas para hablar en público?). La revolución se defiende en su totalidad y quien cuestiona un detalle la está traicionando, decía el jacobino Saint Just. La totalidad de la revolución, habría que decirlo en nuestros días, es la palabra del líder.
Control de las funciones, estructura jurídica represiva y liderazgo inapelable, son tres puntales que nos dejan al final del año con el presidente más poderoso que ha conocido la historia ecuatoriana. No es poco para un país de caudillos.

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