martes, 14 de enero de 2014

La caricatura investigada



Por: Diego Araujo Sánchez
¿ A qué extremos de intolerancia vamos llegando que una caricatura de Bonil es objeto de indagación por parte de la Superintendencia de Comunicación? Tras la queja del presidente de la República en la sabatina, llegó a diario El Universo el oficio de la Supercom en el que su titular pide “copia auténtica de la caricatura y del texto que consta al pie de la misma, publicadas (sic) el 28 de diciembre de 2013 en el espacio denominado la “Columna de Bonil”, así como la información relacionada con la identidad del autor de dicha caricatura”.
En el primer plano, tres imágenes. Primera: Una mano que golpea la puerta: toc, toc, toc. Y una voz que dice “Regale la Navidad. Segunda: Un hombre que abre la puerta. Tercera: Close up de botas que pisotean el lugar y a las personas. En el segundo plano, una hilera de figuritas armadas que cargan con computadoras, máquinas archivos, documentos… Al pie, el texto: “Policía y Fiscalía allanan domicilio de Fernando Villavicencio y se llevan documentación de denuncias de corrupción”.

La caricatura, como una forma del humor, tiene una retórica que se aproxima a la de la poesía. Los dos lenguajes trabajan con imágenes, asociaciones, planos reales y evocados o imaginarios. Tanto en la poesía como el humor hay un proceso de “deformación” de la realidad convencional –la exageración de los rasgos o la representación metafórica-; pero en los dos el distanciamiento y ruptura de la expresión convencional están en función de sacudir esa expresión y crear una realidad propia, con capacidad de iluminar la otra realidad que nos circunda, penetrar en sus recovecos y planos más profundos, comentarla, disentir de ella, descomponerla, recrearla…  El humor gráfico, sobre todo el político, es impugnador, irreverrente, corrosivo. Existe poesía caricaturesca y caricatura poética. Las dos no son del gusto de poderes autoritarios.
“Presentaremos la queja: gracias a Dios tenemos ya una Ley de Comunicación. Lo haremos aunque se disfracen de caricaturistas jocosos”, advirtió el presidente. Y la maquinaria del poder entró en acción.
¿Cuáles serán los parámetros para que la autoridad burocrática juzque la caricatura? ¿Exigirá pruebas sobre “la verdad” de esta? ¿O de parte de ella, como los textos, desde el toc, toc, toc o el “Regale la Navidad” hasta el que consta al pie del dibujo? ¿O serán valorados los trazos y la calidad de la línea y la composición? ¿O se pronunciará sobre  la caricatura en función del disgusto presidencial? ¿O se exigirá al caricaturista, para seguir en el sinsentido, “que rectifique”? ¿Hacia dónde apuntará el atropello?
La caricatura y en particular la de carácter político exige libertad. Esa misma libertad de la palabra que, contra las pretensiones absolutistas de cualquier tipo, reclama para sí la poesía. No es obligatorio que el poder político tenga sentido del humor; en general no lo tiene; pero sí es necesario, en un régimen democrático, que sea tolerante a la crítica. Y en la función de ponerle bigotes y burlarse de la solemnidad del poder, de sacar los cueros al sol del abuso, la prepotencia y los excesos, la presencia de los caricaturistas es señal del estado mismo de la libertad de expresión en un país. Mi solidaridad con Bonil, gran caricaturista, impugnador de los poderes, intelectual y creador libre, en cuyos dibujos la risa y la poesía tienen un ancho cauce.

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