Por: Benjamín Fernández Bogado
Nada resulta tan efímero como la percepción del poder como
algo inacabado y permanente. Solo los pueblos domesticados por satrapías como
las de Corea del Norte donde el Jefe de Estado se solaza miserablemente
explicando cómo su tío mentor y exhombre fuerte del Régimen fue devorado por
120 perros hambrientos por acusaciones de corrupción terminan aceptando que no
existe otro Gobierno posible que el que llevan años padeciendo.
Cuba es otro
ejemplo cercano, donde a pesar de las múltiples experiencias de ajustes y
reajustes lo único cierto es que el pueblo vive sin libertad y exportando sus
antivalores autoritarios a otros países que se proclaman democráticos. En
realidad solo la soberbia del poder pareciera justificar el anhelado concepto
de controlar el poder y ejercitarlo para solazarse con él.
El Jefe de Estado
que acusa, ofende, amenaza, manipula y castiga a sus críticos para
posteriormente perdonarlos por sus acciones no hace más que demostrar su
debilidad ante una historia que siempre se encuentra cercana a su final. El que
lo sustituya quizás terminará haciendo lo mismo pero en sentido ideológico
diferente para mantener inalterable la realidad con la que el pueblo, usado
como argamasa, sobrevive cotidianamente. Esta representación de la soberbia del
poder es un capítulo de larga data en la experiencia humana que no parecería
haberse aprendido como debiera. La única realidad posible en este sainete es el
presente en el que el personaje y la obra gira toda su trama haciendo del
pasado el nudo de su representación y el centro del ejercicio del poder. Se
gobierna en función de un pasado y nunca en la proyección de un futuro al que
se termina hipotecando su capacidad de germinar ciudadanías nuevas sobre la
base engañosa que el soberbio del poder es el único capaz de hacerlo. América
Latina está llena de estos ejemplos decadentes y repetidos. Quizás no con
obscena y violenta forma en que los coreanos del norte terminaron admitiendo
una dictadura hereditaria que incluso tiene la capacidad de amenazar al mundo
con su poder nuclear mientras mendiga arroz a su hermano próspero del sur. En
este año que se inicia un rasgo de humildad y de servicio despojado de la
soberbia del poder no le vendría nada mal a unos mandatarios que creen
tontamente que el poder es eterno y que gobernar con el retrovisor de la
historia es la única manera posible de justificarse en el poder. Las acciones
del servicio terminan repercutiendo favorablemente a todos cuando la política
sintetiza la entrega y no la imposición. No se pide mucho pero que sin embargo
siempre es demasiado para quien detenta el poder desde la atalaya de la
soberbia.
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