sábado, 28 de abril de 2018

¿No saben por qué se quedó María Fernanda Espinosa?

  en La Info  por 
Si se evalúan las expectativas que rondaban en la opinión, la evidencia se impone: María Fernanda Espinosa se volvió a salvar. No sale del gabinete como sí lo tuvieron que hacer los ministros César Navas y Patricio Zambrano a raíz de la crisis en la frontera norte. Y no sale porque la Canciller goza de un estatus especial a los ojos del Presidente. Su mérito no está en su gestión sino en la relación estrecha que tejió con él, sobre todo en su estadía en Ginebra.
No hay claridad, ni siquiera en el entorno de Lenín Moreno, sobre los alcances políticos que tiene la afinidad construida por la Canciller y su esposo, Eduardo Mangas, con el mandatario. El mismo equívoco existe sobre el nivel de independencia que ella tiene en el manejo de la política exterior. Desde afuera, luce evidente que la Canciller contradice o interpreta las directivas presidenciales. De esto hay ejemplos evidentes en la posición que ha asumido con respecto, por ejemplo, a la dictadura venezolana comandada por Nicolás Maduro. En la Cancillería se insiste, en cambio, en que el Presidente marca las directrices y que la Canciller sencillamente opera. El hecho cierto es que la política exterior y las posiciones expresadas por María Fernanda Espinosa se han convertido en uno de los puntos más controversiales y de mayor costo político para Lenín Moreno. Y que, en ese campo, él se resiste a producir el viraje que aconsejan el momento político y la correlación de fuerzas en el continente. Y eso incluye la salida de la Cancillería de María Fernanda Espinosa.
Moreno tiene un enorme problema cuando sus ministros o colaboradores son además sus amigos. El caso más patético, pero no el único, se produjo con Richard Espinosa: el Presidente tardó hasta la insensatez para sacarlo del cargo y procesó, en forma indebida, la evaluación real de la gestión de Espinosa al frente del IESS. En vez de buscar expertos independientes para contrastar la versión del amigo, Moreno lo llamó para que se defendiera. Habló con él y Espinosa lo engañó. Moreno finalmente procesó el costo político pero, en vez de hacer que Espinosa rindiera de verdad cuentas, pensó enviarlo como embajador a Italia. No cabe duda de que con sus amigos, Moreno antepone sus afectos a sus obligaciones.
Con María Fernanda Espinosa está ocurriendo lo mismo. No debería importar la suma de favores que se deben o el nivel de aprecio que se tienen. Pero importan. Y gobiernan la política pública entre el Presidente y la Canciller de la República. Esa amistad rige, además, la agenda política que cada uno se fijó. La Presidencia para Moreno y, entre otras cosas, la presidencia de la Asamblea General de la ONU para Espinosa.
Moreno apoya plenamente el deseo de su Canciller. Está de acuerdo con su candidatura, el periplo mundial que ha emprendido, los gastos inmensos que eso conlleva y la jefatura de esa campaña que, en los hechos, asumió su hija que trabaja en Nueva York, en Naciones Unidas. ¿Qué explica la adhesión del Presidente al deseo vanidoso de su Canciller? Un hecho: si ella gana esa elección en cinco semanas (tiene posibilidades), se librará de una amiga que hoy es un pasivo en su gobierno. Una hipótesis: un año pasaría ella en Nueva York (como Moreno pasó algo más de dos en Ginebra). Un lapso suficiente para nutrir y aceitar el sueño de ser la candidata a suceder a Moreno en 2021. María Fernanda Espinosa, como se sabe, tiene un enorme déficit de sentido común, pero si algo le sobra es ambición.
El Presidente y su gobierno ya tienen un problema: explicar por qué han puesto el aparato del Estado al servicio de una campaña que persigue un cargo importante para la egoteca de la Canciller, pero tan simbólico como irrelevante para el Ecuador. Aquí la hojarasca retórica suplirá la razón. Ya hay un relato construido para decir que con ese cargo, el país entrará a pesar en serio en los factores de poder mundial. Influir, en forma cierta, en las grandes agendas del planeta: calentamiento global, cuenca amazónica, discapacitados, pueblos indígenas, seguridad, temas de género… Esto se dirá a pesar de que ese cargo es tan poco decisivo que rota cada año entre África, Europa Oriental, América Latina y el Caribe, Asia y Europa Occidental. Y rota para que cada país miembro de la ONU pueda acceder a él. Por eso, habitualmente, ningún país repite. Esto no lo dirá María Fernanda Espinosa. Ella, de ser elegida, desempolvará alguna caja de esos espejos heredados de la colonia para descrestar a los parroquianos y se erigirá, por sí y ante sí, en una de las mujeres más poderosas del planeta. Esa plataforma le permitirá acariciar, muy posiblemente, el sueño de una candidatura presidencial.
María Fernanda Espinosa no se ha ido de la Cancillería por todo esto. No importa si su gestión es mediocre y si ha usado el cargo para defender, usando el nombre del país, a dictadores asesinos: ella es amiga íntima del Presidente y tiene designios mayores.
A un mamerto no le importan ni los valores ni los medios para llegar a sus fines: le importa el poder. Y María Fernanda Espinosa es mamerta.

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