LA HABANA — Las calles estaban llenas de gente que hacía sus cosas, empujando carritos de fruta por estrechas calles laterales, recorriendo las explanadas iluminadas por el sol, esperando impacientemente en los cruces peatonales de transitadas intersecciones.
El nuevo presidente de Cuba —el primer mandatario en décadas que no forma parte de la familia Castro— estaba hablando. Sin embargo, nadie parecía escucharlo. Las televisiones en la estación de autobuses estaban sintonizadas en otros canales, mientras las cafeterías donde se transmitía su primer discurso como presidente lucían vacías. Los radios, por lo menos los que estaban en los lugares públicos, no recibían mucha atención.
En medio de otro momento histórico en una isla que ha experimentado varios sucesos por primera vez en los últimos años, la designación de un nuevo presidente esta semana ocurrió con poca fanfarria en la capital.
En cambio, parecía que un sentimiento colectivo de apatía permeaba La Habana, una sensación que el gobierno mismo pareció fomentar hasta cierto punto. No hubo grandes eventos públicos para marcar la llegada del presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, el abanderado de una nueva generación de líderes, ni se veía ningún cartel para festejar la ocasión.
En vez de eso, la muy esperada transición fue un asunto tranquilo y cuidadosamente manejado, cubierto por el formalismo silencioso de una ceremonia modesta ante la asamblea nacional del país.
“En otros países, cuando se elige a un nuevo presidente, hay un cambio de una manera u otra”, dijo José Luis Armenteros, de 28 años, un psicólogo que se tomó una pausa para fumar la tarde del 19 de abril, el día en que Díaz-Canel se hizo presidente. “Aquí, llega un presidente nuevo y nadie cree que las cosas cambiarán”.
Estaba parado bajo el sol acompañado de su amigo Ulises Menéndez, electricista, que asintió en silencio y agregó: “Las ilusiones son terribles en Cuba. No puedes ilusionarte porque nunca sabes qué va a pasar y nosotros ya nos cansamos de la decepción”.
En Cuba, hay un grave desfase entre los cambios en el gobierno y los cambios en la población.
Después de que Raúl Castro relevó oficialmente como presidente a su hermano Fidel en 2008, impulsó reformas sin precedentes para abrir la economía y explorar un nuevo futuro. Eso incluyó establecer un acuerdo para hacer las paces con Estados Unidos, lo cual preparó el camino para un torrente de visitantes estadounidenses adinerados que ahora, bajo el mandato del presidente Trump, está disminuyendo drásticamente.
Aquí en la isla, muchos se sienten desanimados por tantas promesas con tan poco impacto en su vida cotidiana. Expresaron un sentimiento de desesperanza, una decepción más profunda debido a toda la anticipación que la precedió.
¿Esas reformas económicas? Algunas no se han materializado, mientras las más exitosas —la emisión de licencias para comenzar pequeños negocios— casi se han estancado conforme el Estado decide cómo continuar. ¿El acercamiento con Estados Unidos? El presidente Trump acabó con él, por lo menos en cuanto al tono. Incluso se han apagado las válvulas históricas de escape de la isla: las visas y la migración sin papeles a Estados Unidos.
En el más reciente golpe, la embajada de Estados Unidos en La Habana redujo en gran medida su personal y dejó de emitir visas a los cubanosdespués de que decenas de sus empleados se enfermaron misteriosamente debido a ataques de origen desconocido, como los describe el Departamento de Estado estadounidense.
Eso ocurrió después de que el gobierno de Obama frenó abruptamente la vía que utilizaban los cubanos que intentaban llegar a Estados Unidos: antes de dejar el cargo, Barack Obama puso fin a la política de “pies secos, pies mojados”. Esta permitía que los cubanos que lograban llegar a suelo estadounidense o a los cruces fronterizos sin una visa se quedaran en Estados Unidos.
Ahora, la decisión del gobierno de Trump de cerrar muchas de las funciones de la embajada estadounidense en La Habana está haciendo aún más difícil que los cubanos se dirijan a Estados Unidos.
Sin un oficial consular en funciones, los cubanos tenían que viajar a Colombia a principios de este año para solicitar sus visas, un esfuerzo costoso si se considera que sus salarios promedio son de un dólar al día. Ahora, ese medio también ha sido bloqueado; la emisión de visas para los cubanos que esperan visitar a sus familias en Estados Unidos se está realizando desde Guyana.
“Hay miles de padres que tienen hijos en Estados Unidos y que no podrán visitarlos”, dijo una doctora cubana, quien habló con la condición de mantener su anonimato, pues ella y su pareja están intentando irse del país sin permiso. “Con Obama, hubo un gran avance porque se restablecieron las relaciones. Ahora, solo por el capricho de Trump, las cosas han empeorado”.
Aún no está claro exactamente cómo se desarrollará a largo plazo la revocación que Trump prometió de las políticas del gobierno de Obama. Algunos turistas estadounidenses en Cuba dicen que no tomaron nuevas medidas para venir a la isla después de la apertura de las relaciones entre ambos países.
Sin embargo, el impacto inmediato del gobierno de Trump se ha sentido de igual manera. Muchos estadounidenses prefieren no ir, debido a la decisión de Trump de aumentar las restricciones de viaje a Cuba o por miedo a los misteriosos ataques contra el personal de la embajada, que provocaron que el Departamento de Estado emitiera una advertencia de viaje.
Durante el primer trimestre de 2018, las visitas a la isla por parte de estadounidenses que no sean cubanos disminuyeron casi un 60 por ciento, de acuerdo con cifras gubernamentales.
Para los cubanos que habían tenido la suerte de encontrar trabajo en la próspera industria turística, los resultados han sido devastadores.
Náyade Triniño Ginori, una profesora de 44 años que se unió a la ola de oportunidades en el sector privado como guía turística, dice que no ha organizado un recorrido con estadounidenses desde junio pasado. Cuando encabezaba recorridos, ganaba casi 100 dólares diarios, una suma enorme en Cuba —cien veces su salario estatal como profesora—.
“A causa de las políticas del nuevo presidente estadounidense, me quedé sin trabajo”, comentó.
Por ahora, ha decidido volver a dar clases, con un salario un poco mejor que el de antes, pero que no se compara con lo que ganaba con su empleo en el sector turístico.
Para los cubanos, el sentimiento de estar atrapados no es nada nuevo. Muchos se quedaron en el país durante los momentos más difíciles porque no pudieron encontrar la forma de irse o debido a su compromiso con los ideales exaltados por Fidel Castro.
No obstante, algunos sienten que están en una olla exprés o en una pecera, viendo el mundo desde los confines de Cuba, pero sin poder participar.
Una noche reciente, Alejandro Rodríguez, de 29 años, un DJ popular en La Habana, estaba viendo con envidia su página de Facebook. Sacudió la cabeza y dijo: “Él ya se fue, ella ya se fue”, repasando los amigos que se habían ido de la isla. “La gente se está yendo como puede”.
Mientras seguía leyendo las actualizaciones, se detuvo.
“Este chico acaba de pedir asilo político en Francia en su escala hacia Rusia”, dijo con admiración reticente. “Qué buena idea tuvo”.
La sola idea de una transición política a un nuevo presidente cubano le parece poco lógica, particularmente porque cree que se conservará la misma realidad.
“Ni siquiera sabía que ocurriría esta transición y apuesto a que la mayoría de mis vecinos tampoco lo sabía”, dijo. “No es que no sea importante. Es solo que, suceda lo que suceda, lo que pasa en el gobierno no nos beneficia acá abajo. Así que no es importante”.
A él, como a otros miembros de su generación, el futuro le parece una preocupación distante, quizá más una idea que una realidad. Con tanta reforma y tan poco cambio, la vida cotidiana es donde la esperanza empieza y termina.
Mientras el nuevo presidente tomaba la batuta de manos del expresidente en la Asamblea Nacional esta semana, los residentes del vecindario de La Ceiba recurrieron a otras formas de entretenimiento. Se reunieron en un parque descuidado para aprovechar el nuevo lujo relativamente nuevo del internet público que llegó a La Habana en los últimos años.
Fue durante la mañana, con jóvenes bien aliñados que veían sus celulares mientras respondían mensajes o charlaban con familiares en el extranjero. Cerca de ahí, estacionados afuera de la bodega del vecindario con algunos amigos, Luis Ernesto Rodríguez, de 28 años, hizo un recuento de su día.
Como obrero, ayuda a construir y terminar casas, un trabajo irregular con el que gana menos de 80 dólares al mes. Sin embargo, hoy estaba de descanso.
“La gente para la que trabajo no puede pagar los materiales, ¿entonces qué hago?”, dijo. “Aquí, se vive día a día”.
Los hombres de mayor edad trabajaban a lo largo de la periferia del lugar erosionado, recolectando basura o reparando autos.
“Los jóvenes de hoy son diferentes de nosotros”, dijo Alberto González, un recolector de basura de 54 años, cuyo carrito estaba lleno de botellas de vidrio y desperdicios. “No vieron de primera mano los beneficios de la revolución que iniciamos”.
Él y por lo menos algunos miembros de su generación creen en el acuerdo social de Cuba. Han vivido mejores épocas y, para ellos, trabajar con la prosperidad común en mente es más que solo palabras.
Aun así, la vida es difícil. Con su salario base de casi 10 dólares al mes, González tiene pocos lujos. La cerveza cuesta un dólar, después de todo. Aunque de alguna manera resiente que los jóvenes y las mujeres se sienten en el parque sin trabajar, lo entiende.
“Actualmente”, dijo, “no hay nada para los jóvenes”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario