Frontera: ¿no hay cómo pedir cuentas al gobierno?
¿Quién puede negar que se requiere, en este momento, unidad nacional? Pero so pretexto de necesitarla, ya hay funcionarios del gobierno que están pidiendo que no se polemice sobre lo que ocurrió con el manejo del secuestro de los dos periodistas y su conductor que resultaron asesinados por el frente Oliver Sinisterra.
El ejercicio que se propone parece evidente: no abrir el frente interno en un momento en que el país tiene que enfrentar la amenaza de una fuerza armada que pretende tener control sobre una parte del territorio nacional. En ese campo se cuenta por ejemplo Adrián Bonilla, ex director de la Flacso y actual Subsecretario General de Educación Superior. Pero lo evidente es desaconsejado en una democracia. Las autoridades –eso hace parte de su karma– siempre tienen que lidiar con la reportería y las preguntas incómodas de la prensa y las de los ciudadanos.
Se antoja, por el contrario, que las preguntas o las críticas suscitan una dinámica social y política en la cual emergen las razones y los liderazgos susceptibles de cohesionar, con fundamentos, la tan reclamada unidad nacional. En este proceso doloroso ya hay, por ejemplo, tres ministros altamente cuestionados: César Navas, Patricio Zambrano y María Fernanda Espinosa. No inspiran confianza ni credibilidad, como se ha podido observar en las redes sociales. ¿Quién puede asegurar, en este momento, que ellos pueden administrar, bajo el liderazgo presidencial, esta nueva etapa crucial y dolorosa para el país?
No hay que hacer preguntas. ¿Y qué hace el país con el cúmulo de interrogantes que tienen los familiares de los dos periodistas y su conductor y, quizá, también de los familiares de los cuatro militares que murieron tras un vil atentado? ¿No hay, entonces, que crear la comisión de la verdad, totalmente independiente, como piden los familiares de los periodistas? ¿No hay que saber por qué Paul, Javier y Efraín pudieron pasar el último retén militar que no estaba en la línea de frontera? ¿No hay que saber por qué, como lo señaló El Comercio, la Fiscalía no pudo ingresar a Mataje tras el atentado en el que murieron los militares para hacer su trabajo? ¿No sería adecuado que el ministro del Interior explique por qué dijo, al inicio del problema, que estaban negociando con los secuestradores y luego se desmarcó de su propia aseveración? ¿No hay que preguntar cómo se llevó a cabo la supuesta cooperación con Colombia cuando Bogotá y Quito tuvieron, sobre el mismo caso, versiones encontradas? ¿Qué se puede responder sobre los tiempos que tomaron las decisiones sobre lo que convenía hacer o evitar? ¿No es sano que las autoridades despejen todas las dudas que circulan en las redes sociales? ¿O sencillamente hay que conformarse con ese cliché que dice que en las redes solo se insulta? ¿Qué hizo, por ejemplo, la Cancillería durante este difícil momento para el país? ¿Es dable pensar que mientras el gobierno y el país se debaten en dilemas donde hay vidas de por medio, María Fernanda Espinosa esté haciendo campaña por el mundo para hacerse elegir presidenta de la Asamblea de la ONU? ¿A alguien le cabe, sin lastimar el sentido común, ese detalle en la cabeza?
Todo esto tiene que ver con la información. Y desde el inicio, el gobierno quiso tener control absoluto y total sobre lo que se debía decir y lo que no. En ese sentido, hubo un gran despliegue de relaciones públicas que incluyó, en primer lugar pero no el único, los medios de comunicación. Incluso se llegó a pensar en que los responsables de los medios firmaran una suerte de acuerdo con el gobierno; con el Presidente mismo. No una obligación; un pacto de buena voluntad por la unidad nacional. Eso le permitió pensar a los ministros involucrados que podían aspirar legítimamente a reemplazar la información por sus boletines de prensa. O por sus ruedas de prensa. La conclusión de ese raciocinio es evidente: en las zonas calientes ya no se necesitan periodistas; con la versión oficial basta.
¿Hay que tragarse todas esas aldabas bajo el lema de la unidad nacional? El hecho cierto es que tan importante como esa unidad, es la posibilidad para la sociedad de evaluar el desempeño real de los funcionarios y sus resultados; más aún en momentos tan álgidos como este. Al fin y al cabo la sociedad toda se pone en sus manos. Eso quizá no sea del agrado de aquellos que con correísmo admitieron que la prensa sea una simple correa de transmisión del poder. O su más apasionada creyente.
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