martes, 17 de abril de 2018

Guacho nos hizo morder el polvo

  en Columnistas/La Info/Las Ideas  por 
El derrotado se hinca y se lleva polvo a la boca para mostrar su derrota. Guacho, el militante de la narco guerrilla llamada FARC, puso de rodillas la estructura de defensa y seguridad. El episodio, que rasgó el alma, por la imposibilidad –o la incapacidad– de traer vivos Paúl, Javier y Efraín, mostró que allí donde el Estado justifica su existencia (en garantizar la vida de los ciudadanos) el Estado no existe.
Los correístas daban alaridos de soberanía, se bajaron la Base de Manta y acabaron los sistemas de cooperación con Estados Unidos. Resucitaron consignas antiimperialistas. Convocaron a la segunda independencia con el panfletario discurso del anquilosado castrismo y así concibieron su política internacional. Alianza con el chavismo y, por definición, con los “subversivos” de la guerrilla que ya hace años dejó de ser la versión romántica de revolución y se convirtió en la fuerza armada del narcotráfico.
Ese torrente de dinero del tráfico de drogas financió a  ex guerrilleros; asesinos iconizados por los juglares de la izquierda, que se deshicieron de las armas y blanquearon sus antecedentes criminales por perdones o amnistías. Ese torrente de dinero financió lobistas y embajadores para que los gobiernos bolivarianos fueran permisivos y, en casos, apologistas de las FARC y de otros terroristas protegidos por el eufemismo de “grupos irregulares” o ” subversivos” como un atributo.
Desde hace muchos años, la izquierda se opuso a cualquier acción militar conjunta entre Ecuador y Colombia. También, con las mismas taras de la retórica antiimperialista, sostuvo que la lucha contra las drogas debía hacerse en los mercados de consumo. Así, los terroristas expandieron en la frontera los campos de cultivo y el terror. Uribe, acusado de guerrerista por la izquierda, optó por la vía militar. Limpió las ciudades del miedo, redujo las zonas de cultivo y arrinconó a la dirigencia. Cuando se produjo el bombardeo en Angostura y murió Raúl Reyes, se desnudó que el gobierno ecuatoriano no era parte de una estrategia combinada para combatir el negocio y la amenaza transnacional de la narco guerrilla; era un aliado de esa narco guerrilla.
Es de tal gravedad esta descoordinación entre los Estados ecuatoriano y colombiano, que la crisis en la frontera, las muertes de militares y el secuestro y asesinato de periodistas, mostraron a sus gobiernos en un penoso lavatorio de manos, que evidencia que no tienen idea de lo que sucede en el lindero común. Los ministros del Interior y de Defensa de Ecuador, con los ojos repletos de ignorancia, contradecían versiones sin mostrar evidencias. Por su parte, el presidente Santos, trató de ocultar los enormes boquetes dejados por su llamado “acuerdo de paz”. Para hacerlo, afirmó y luego negó que el autor del asesinato es ecuatoriano y que opera en territorio ecuatoriano. Esto para no enfrentar que Guacho reemplazó en su territorio a Timochenko quien, junto con la cúpula, goza del poder político y de la impunidad regalados por Santos, mientras la guerrilla que no se desmovilizó, cuida el negocio de  sembrar y vender cocaína.
El presidente Moreno, por su parte, recién descubre que las relaciones con Colombia y la política para la frontera, durante los años de correísmo, fueron contrarias al combate a la guerrilla y permisiva con sus turbios negocios. Con parsimonia, luego de 17 días de cautiverio, anunció que se reuniría con el presidente Santos para recuperar a los secuestrados. Ya era tarde porque los malvados herederos de Marulanda ya los habían asesinado. Es notorio el impacto de haber desviado la inteligencia y espionaje a perseguir opositores. Se nota que Moreno y su gobierno están extraviados, sin saber qué pasa en la frontera, en donde están los enemigos, y cómo responder a sus ataques. Pretenden reemplazar la falta de estrategia y de estructura por desplantes de rostro de furia maquilladas y por un ultimátum.
Estaba entendido para quienes no nos comimos el cuento de Santos y sus pretensiones como artífice de la paz, que los guerrilleros no iban a abandonar sus círculo de bienestar y fuente de ingresos por el narcotráfico, para dedicarse al trabajo honrado y la participación política con las leyes y restricciones de la civilidad. La impavidez cómplice del correísmo y la cámara lenta del morenismo frente a esas realidades, deja expuestos a los ciudadanos a ser presas inocentes. Dos nuevos secuestrados civiles sufren la vejación a su dignidad, y muchos temen quién será el siguiente.
La frontera es conflictiva para ambos países, no importa de qué nacionalidad es el delincuente ni en qué territorio se delinque. En esa discusión, la impunidad y la inacción se escuda en una línea imaginaria que divide ambos países. El Ecuador, en oposición a lo que ha sido el discurso hegemónico, que ha favorecido a la delincuencia, debe involucrarse militantemente en la lucha de las fuerzas del orden conjuntamente con Colombia, cuyo gobierno debe entender que el acuerdo de paz no acabó con las FARC, que se re etiquetaron, para sostener sus acciones criminales disfrazadas de subversión política. El objetivo debe ser erradicar sembríos, para acabar con el origen del dinero que financia al lumpen que repite el guión de sus mentores, los viejos caudillos de la guerrilla corrupta.
El presidente Moreno, no obstante el simplón pedido de su Secretario de Comunicación, está obligado a apuntar con el dedo a los irresponsables que destartalaron en diez años la política de seguridad y a sus incompetentes ministros que no pudieron siquiera explicar que no tenían nada qué explicar.

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