María F. Espinosa carga el peso de la tenebrosa Rosario Murillo
Eres dueño de lo que callas y esclavo de lo que dices. El dicho parece aplicársele inexorablemente, ahora que una ola de brutal represión se registra en Nicaragua, a la canciller ecuatoriana María Fernanda Espinosa.
La funcionaria lleva sobre sus hombros un pasado reciente que la vincula de forma especialísima y única al gobierno de Daniel Ortega y su exótica esposa Rosario Murillo. Se trata de una relación que genera un incómodo conflicto de interés que hará que en las próximas horas y días la posición diplomática que el Ecuador adopte sobre lo que ocurre en Nicaragua esté cargada de suspicacias.
María Fernanda Espinosa tiene una relación que un canciller cualquiera no tendría con el gobierno de un país amigo. En el caso de la ecuatoriana, su relación es destempladamente militante y hasta marcadamente devocional. Su visita a ese país en julio del 2017 para estar presente en el 38 aniversario de la revolución sandinista y el discurso que dio en la ceremonia, por ejemplo, la convierten en rehén de sus palabras y acciones.
No fue una visita oficial cualquiera, no. María Fernanda Espinosa llegó a Nicaragua con un discurso militante de adhesión y compromiso ideológico con el régimen de Ortega que jamás podrá librarse del escrutinio de la historia. Fue una de las poquísimas cancilleres en hacer el viaje a la ceremonia en la que apenas estuvieron el presidente de Bolivia, Evo Morales, y representantes diplomáticos de Venezuela y Cuba. En ese discurso proclamó abiertamente su devoción a Ortega y Murillo a quien la llamó, con emotiva entonación y especial acento, hermana. “Querida Compañera (la mayúscula en compañera es intencional porque ese el título oficial que adorna a la vicepresidenta) y hermana Rosario Murillo”, dijo al dirigirse a la esposa de Ortega. “Su presencia, sin duda, Compañera, es un ejemplo para las mujeres de América Latina”, remató más adelante cuando homenajeó los “gigantes avances en la participación política de las mujeres”.
La referencia personal a Murillo no es cualquier cosa. Se trata de la figura más siniestra y oscura del corrupto y represivo gobierno de Ortega. “Colocada al frente de la línea de sucesión constitucional, Murillo es la heredera de un proyecto familiar de poder autoritaria”, la describió un artículo de Carlos Salinas en Confidencial de Nicaragua. No solo se sabe que ella maneja retorcidamente los hilos del poder en el país, sino que en su biografía, se registra el sacrificio más indigno que una persona puede cometer para cumplir ambiciones políticas: “se puso en contra de su hija, Zoilamérica Narváez, cuando esta denunció públicamente en 1998 a Ortega por violación, en una jugada que salvó al comandante de hundirse políticamente”, agrega el artículo de Confidencial que concluye que ese fue la prueba de fidelidad definitiva que le permitió ser la la escogida para suceder a Ortega.
“Rosario Murillo, la orwelliana Gran Hermana de Nicaragua, tiene la resonancia de una Lady Macbeth de la tragedia de Shakespeare. Calculadora, perversa y sin escrúpulos, es la mujer que incita a su marido para asesinar a su rey y ocupar su lugar en el trono de Escocia. Todo lo ve en función de su deseo de poder, acepta lo que le sirve para conseguirlo e ignora lo que no le favorece”: escribe Sofía Montenegro, en otra columna de Confidencial.
Espinosa, además, retrató al régimen de Ortega en su discurso como un paradigma de la justicia y el buen gobierno en el continente y ese es un hecho del que no puede sacudirse como quien retira una pelusa del hombro de una chaqueta. “Ustedes queridos hermanos nicaragüenses, son ejemplo que sirve para romper el círculo de la injusticia, incluyendo la injusticia salarial y la diferencia entre hombres y mujeres” lanzó en un momento de su discurso en el que además dijo que el gobierno de Nicaragua se guía en las “acciones ejemplares” de próceres entre los que citó a Fidel Castro, Ernesto Che Guevara y Hugo Chávez y que, sostuvo, “nos conducen a puerto seguro”.
La relación de Espinosa con Nicaragua, expresada y santificada en ese ceremonia donde se sacramentaron fidelidades absolutas, es un peso para la diplomacia ecuatoriana en momentos en que en ese país se registran espantosas e intolerables violaciones a los derechos humanos. Además está la relación conyugal de Espinosa con Eduardo Mangas quien fue funcionario del gobierno de Ortega y que es un declarado admirador de ese régimen. Espinosa, en definitiva, tendrá que hacerse cargo de los fantasmas que carga su pasado. Ortega y Murillo son parte ese tenebroso mundo.
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