jueves, 12 de abril de 2018

Nos faltan tres

  en Columnistas/La Info/Las Ideas  por 
Llevo años investigando sobre el trabajo de periodistas que cubren zonas de conflicto. He sido testigo cercana de los riesgos que corren, de los retos profesionales que confrontan y de la falta de apoyo institucional (y social) con la que, en algunos casos, hacen su trabajo. He investigado el trabajo de periodistas mexicanos cuyos nombres están asociados al reportaje sobre las víctimas de la violencia, la corrupción y el narcotráfico. Una de mis colaboraciones en 4pelagatos fue justamente a propósito del asesinato de Javier Valdez, ocurrido en mayo 15 del 2017.
En México, la violencia contra los periodistas no sucedió de un día para el otro. Fue un proceso lento, comenzó con secuestros, amenazas, desapariciones, hasta que el país se convirtió en el más peligroso para estos profesionales. Durante ese proceso, la sociedad fue tomando posiciones distintas. En un inicio se quejó asombrada, después lo vivió como un fenómeno que afectaba solo a los del gremio. Más adelante se habló de que ‘en algo habrán estado’, e incluso, de la ‘irresponsabilidad de meterse donde no deben’. Finalmente, se establecieron el letargo y la indiferencia. Fueron los propios periodistas quienes crearon conciencia de que el atentado contra ellos es un atentado contra la democracia.
Yo sostengo que cada crimen contra periodistas es la muestra de nuestros acotados espacios democráticos. México asesinó a doce periodistas en el 2017.
¡Doce periodistas en un año!
Solo uno de esos crímenes, y el primero en años -de la chihuahuense Miroslava Breach- (marzo 23, 2017), está siendo investigado. Eso dice mucho sobre la democracia mexicana.
En mis observaciones de campo comprendí que lo que más les afecta a los periodistas no son las horribles formas de violencia de la que son testigos. Lo más perturbador y traumático para ellos es la constante experiencia de la traición. La traición a lo que es correcto, en griego (thémis). Thémis es la convención, las normas, los códigos que hacen que una sociedad funcione en búsqueda del bien común. Para los griegos (y muchas otras culturas en las que el Estado no es la institución que rige el orden social), la thémis estaba determinada por una defensa del honor. En La Ilíada, cuando Agamenón decide no entregarle a Aquiles el premio que le corresponde por haber ganado la guerra, comete un acto de traición a la thémis. No reconoce el honor por el que Aquiles arriesgó su vida y la de su ejército. La cólera de Aquiles, que es lo que se narra en la Ilíada, es la de un hombre que perdió el horizonte moral de sus actos. Esa es la interpretación de Jonahtan Shay, psiquiatra de Harvard que trabajó durante años con ex combatientes de Vietnam y traza paralelos entre su experiencia y la de los griegos. Concluye Shay que lo que más afecta a sus pacientes, es el trauma moral de haber sido víctimas de la traición a la thémis.
En la vida democrática, el Estado es el eje regulador de la sociedad. La connivencia de las autoridades con los criminales es la muestra de la traición a la thémis. Es, además, el pozo ciego donde desaparecen los restos de los periodistas asesinados; desaparecen las historias de aquellos que han sido secuestrados, desaparecidos, amenazados, violados. Esa connivencia crea un vacío moral que acaba con la vida democrática. La sociedad se vuelve impávida, descreída, indiferente.
Si se dice que la vida de Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra, es la de todos nosotros, no es desde la solidaridad ni el altruismo. Se dice desde el reclamo por una traición. Lo que a ellos les suceda, nos sucede a todos. La vulnerabilidad de su integridad física y psicológica es la nuestra, y el Estado debe protegerlos.
Eso no quiere decir que lo que les sucede a los periodistas es responsabilidad de la sociedad. El responsable es el Estado, responsables son las autoridades de Esmeraldas y las del país entero. Para eso están. La narrativa de la responsabilidad compartida exime al Estado de sus funciones y, sobre todo, le permite traicionar a la thémis con absoluta impunidad.
La exigencia de protección para los periodistas es asunto de todos. Hay que escribir, marchar, reclamar. Los periodistas y sus familias tienen que saber que no están solos, que la traición a la thémis no es un asunto que lo enfrentan solos, ni es un peso que lo cargan como individuos. Todos estamos con ellos.
Lo que les suceda a Javier a Paúl y a Efraín, está en manos del gobierno y su brazo gestor en Esmeraldas. No es, como lo ponen algunos, una cuestión de soberanía. Es cuestión de sus vidas y de los valores que nos definen como sociedad.
Gabriela Polit, profesora de la Universidad de Texas, en Austin 

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