sábado, 14 de abril de 2018

La noche que los ministros evadieron la muerte

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La sombra de la muerte puede ser aún más despiadada cuando necesita de una confirmación oficial para ser asumida como cierta. Sobre todo cuando quienes esperan esa confirmación, para entregarse de lleno a la resignación y al dolor, tienen información que indica que aquello que más temen y que se niegan aceptar ya ha ocurrido.
Lo que pasó la noche del jueves 11 de abril en las descomunalmente inmensas salas del ECU 911 fue algo así como una obra de teatro del absurdo, cuyo guión giraba alrededor de ese conflicto: cómo aceptar tres muertes que dejan ver su siniestra figura sin la confirmación de una autoridad. O cómo esperar la confirmación oficial de tres muertes para poder darla por cierta, a pesar de que todos los actores en el escenario tenían, en silencio y como si fuera un secreto, pistas que señalaban que la tragedia ya se había producido. 
Fue por eso que, cuando los ministros y funcionarios empezaron a evadir la noticia, estalló la reacción de dolor e indignación de los periodistas y compañeros de trabajo de los tres secuestrados: Javier, Paúl y Efraín. Los gritos y reclamos salieron con la fuerza brutal y desgarradora que tienen los dolores que han estado ahogados y reprimidos durante mucho tiempo.
La escena se produjo pasadas las 19:30, hora en que se había convocado a los periodistas a una rueda de prensa. Esto sucedió luego de que supo que unas fotografías que, supuestamente probaban que los tres secuestrados ecuatorianos habían sido asesinados, llegaron a la redacción de RCN Noticias de Colombia. Cuando los ministros, sus asesores y el perito en criminalística entraron a la sala donde estaba la prensa, casi todos los periodistas que estaban en el lugar habían recibido ya las terribles imágenes que se viralizaron en minutos en chats de Whatsapp y en cuentas de redes sociales, sobre todo en Colombia. Aquellos que no tenían las imágenes, que no habían querido recibirlas o que se negaban a mirarlas, tenían pleno conocimiento de su existencia y de la contundencia de su funesto mensaje. Había por eso, en el lugar, el tétrico ambiente de un funeral que no puede comenzar porque la autoridad no ha declarado como oficial la muerte del ocupante del sarcófago.
Los ministros Marco Navas, Patricio Zambrano y quienes habían ido para acompañarlos, entre ellos el fiscal Carlos Baca Mancheno, no podían lucir más asustados. La indignación de quienes cubrían la rueda de prensa era tan desbordante y las exclamaciones de dolor tan profundas que aquello se convirtió en un insólito foro de escarnio público para los desencajados funcionarios. Luego de que evadieron durante la rueda de prensa aquella noticia que casi todos conocían, los ministros salieron lívidos, como si estuvieran fugando de una emboscada letal. Tuvieron que salir custodiados por un inmenso séquito de guardaespaldas que inútilmente trató de aislarlos del rechazo y la indignación. El dolor cubría, en ese momento, absolutamente todo. 
GUADAESPALDAS DE LOS MINISTROS QUE SE ENCERRARON EN UNA OFICINA LUEGO DEL ABUCHEO DE LOS PERIODISTAS, AMIGOS Y FAMILIARES DE LOS TRES SECUESTRADOS.
“¿Por qué no tienen la valentía de decirnos la verdad? Ellos lo saben todo”, decía un fotógrafo desolado por el destino de sus compañeros e indignado ante las evasivas de los funcionarios. “Bastaba con mostrar las fotos a los familiares o a cualquiera de nosotros para saber que sí son ellos. No tenían por qué someternos a esta tortura”, agregaba un empleado de El Comercio, enfurecido luego de haber escuchado al perito en criminalística referirse en términos hiper técnicos a las coincidencias entre quienes aparecían en las fotografías y los secuestrados. “El estudio biométrico del rostro nos da una alta probabilidad que sea coincidente con otro de ellos. En cuanto a la escena del hecho se están realizando los análisis correspondientes a fin de determinar la veracidad del hecho”.
La sensación absoluta de que los funcionarios habían actuado cobardemente se instaló en el lugar mientras éstos se encerraban en una oficina contigua.
Lo que ocurrió esa noche en el ECU 911 no fue otra cosa que el colofón de un relato que nació con la ineptitud de los ministros encargados de tratar el secuestro. Una ineptitud que acabó con cualquier posibilidad de crear la confianza que debe legitimar la relación entre autoridad y ciudadanos. La retahíla de contradicciones, de informaciones que resultaron ser falsas, la evidente falta de coordinación, de sentido común y de sensibilidad de las autoridades se acumularon tan fuertemente durante los 18 días de secuestro que, cuando inició la rueda de prensa, no había espacio para la confianza y, peor, para cualquier forma de empatía.
Finalmente hubo que esperar hasta el día siguiente para que llegara la confirmación oficial de que los tres secuestrados habían muerto. Fue al mediodía de hoy viernes 12 de abril que el presidente Lenín Moreno dijo, asimismo en el desolador ECU 911, que ya no había esperanza que abrigar y que la muerte de los tres era un hecho confirmado. Para la declaración de Moreno, el gobierno hizo todo para que no se repitiera lo que pasó la noche anterior. La escena de los ministros abucheados e insultados debe haber sido aterradora para los que planificaban la declaración de Moreno. Esta vez los periodistas citados fueron los jefes de redacción o los propietarios de los medios y alguien se encargó de que no estén los amigos o compañeros de trabajo que habían descolocado a los ministros.
En ese escenario de mucha mayor calma, silencio y de obvia resignación, Moreno leyó un comunicado en el que decía lamentar que una vez que se han cumplidos las 12 horas que él había dado para que los secuestradores entreguen una prueba de existencia de los secuestrados se confirmaba su asesinato. Además, sostuvo, se sabe que los secuestradores nunca tuvieron la intención de entregarlos sanos y salvos.
La noticia que dio Moreno aterrizó como cae un aguacero en tierra mojada. Efraín, Javier y Paúl ya habían sido llorados durante las horas posteriores a la absurda obra que se había escenificado en el frío del Itchimbía, ahí donde aparece imponente el adefesio arquitectónico del ECU 911.

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