El cadáver de una niña en el patio de su escuela...
¿Cómo es que una niña desaparece en su propia escuela? ¿Cómo es que nadie se percata de su presencia en predios escolares fuera de horas habituales? ¿Cómo es que nadie alerta a sobre esa niña? ¿No hay autoridades, personal docente, administrativo, de servicio, de seguridad que puedan identificar una presencia, irregular y a deshoras, dentro de una institución educativa? Puesto de otro modo ¿Cómo es que una niña que desaparece unas horas, reaparece muerta en su propia escuela?
08 de agosto del 2016
MARÍA TERESA GALARZA
En el patio de la escuela, bajo los juegos infantiles, amaneció tendido el cuerpo inerte de una niña de once años.
Valentina –así se llamaba la niña– había desaparecido el 23 de junio de 2016. Valentina no volvió a su casa a la hora usual, ni asistió a su cotidiana práctica de flauta traversa en el Conservatorio Nacional de Música. Tras su desaparición, su madre, Ruth Montenegro, la buscó por varias horas hasta que, dice Ruth “en la mañana del 24 de junio del año 2016, la encontré sin vida en el patio de la escuela de la Unidad Educativa Global del Ecuador, ubicada en la Av. 6 de Diciembre y Colón.”
¿Cómo es que una niña desaparece en su propia escuela? ¿Cómo es que nadie se percata de su presencia en predios escolares fuera de horas habituales? ¿Cómo es que nadie alerta a sobre esa niña? ¿No hay autoridades, personal docente, administrativo, de servicio, de seguridad que puedan identificar una presencia, irregular y a deshoras, dentro de una institución educativa? Puesto de otro modo ¿Cómo es que una niña que desaparece unas horas, reaparece muerta en su propia escuela?
Video testimonial de la madre de Valentina
“Hoy es Valentina, mañana podría ser cualquiera de nuestros hijos y de nuestras hijas”
Con estas palabras, un desgarrador testimonio que Ruth Montenegro asumió con valentía, trasciende la natural exigencia de justicia para su hija, yendo más allá del pedido de esclarecimiento de los hechos. Con admirable generosidad Ruth instala lo que podría ser erróneamente leído como un evento aislado en un escenario mayor de violencia estructural que rodea a nuestra infancia en el Ecuador. En su breve declaración (el video dura 2 minutos 44 segundos) la madre de Valentina pareciera sugerir que en el caso de su hija confluyen dos formas de violencia más o menos ligadas: por un lado, la violencia que se ejerce contra niños, niñas y adolescentes en entornos educativos y, por otro lado, la violencia contra la mujer, cuya elaboración ocupa algo más del último minuto de la intervención de Ruth.
Este texto, por su naturaleza, toma como antecedente el caso de Valentina, sin ahondar en los hechos, cuya discusión sería delicada –la causa se encuentra en etapa de investigación– y, a partir de allí, siguiendo una de las líneas trazadas por Ruth, la reflexión se articula en torno a la idea de la violencia enraizada en el sistema educativo.
En este horizonte cabría preguntarse ¿más allá de las circunstancias en las que se produjera el terrible acontecimiento –que se esclarecerán u oscurecerán judicialmente– en qué condiciones sociales se produce el hallazgo del cadáver de una niña en el patio de su escuela? Si bien se espera que la investigación que lleva adelante la Fiscalía General del Estado eche luces sobre lo ocurrido e impida que el caso quede en la impunidad, la responsabilidad de la muerte de Valentina, cuyo cuerpo fue encontrado bajo los juegos infantiles, va mucho más allá de la determinación de las circunstancias de un hecho y, de ser el caso, de la identificación de un sujeto activo y un tipo penal.
La responsabilidad de la muerte de Valentina, cuyo cuerpo fue encontrado bajo los juegos infantiles, va mucho más allá de la determinación de las circunstancias de un hecho.
El numeral 6 del artículo 347 de la Constitución de la República, establece que será responsabilidad del Estado: “Erradicar todas las formas de violencia en el sistema educativo y velar por la integridad física, psicológica y sexual de las estudiantes y los estudiantes.”
El mandato constitucional es recogido por el literal “h” del artículo 6 de la Ley Orgánica de Educación Intercultural Bilingüe que establece como obligación del estado “Erradicar todas las formas de violencia en el sistema educativo y velar por la integridad física, psicológica y sexual de los integrantes de las instituciones educativas, con particular énfasis en las y los estudiantes”
Es casi una obviedad reafirmar la obligación que tiene el Estado de velar por la integridad física de las y los estudiantes. Aún así, el énfasis que aquí se da al tema obedece a la urgencia de que se evidencien, multipliquen, diversifiquen e intensifiquen los mecanismos de cumplimiento de esta obligación. En casos como el de Valentina, que el estado asuma un rol protagónico para garantizar la integridad de niños y niñas y, al tiempo, erradicar todas las formas de violencia en el sistema educativo, podría ser un asunto de vida o muerte.
Parecería una desmesura poner en entredicho el grado de cumplimiento de la responsabilidad estatal de garantizar la integridad física del alumnado en su entorno de aprendizaje, amparando la crítica en un suceso aislado de violencia, por notorio que éste fuera. Pero este no es un suceso aislado.
El Plan Nacional del Buen Vivir 2013-2017, publicado por la Secretaría Nacional de Planificación, advierte ya que el nivel de violencia dentro de las escuelas ecuatorianas es alarmante; en la página 166 del documento (texto completo), dentro del apartado “Convivencia Pacífica” que forma parte del Diagnóstico del Objetivo 4, “Fortalecer las capacidades y potencialidades de la ciudadanía”, dice textualmente: “La violencia, por ejemplo, es uno de los determinantes clave del desempeño escolar. América Latina es la región donde se produce un mayor nivel de violencia dentro de las escuelas a nivel mundial. Ecuador no es una excepción, en 2011, el 56,3% de los estudiantes de sexto grado declaró haber sido víctima de algún episodio de violencia, lo que superó al promedio de América Latina”.
Que el cadáver de una niña de once años amaneciera tendido en el patio de su escuela debió haber generado una urgente reacción por parte de las autoridades gubernamentales, en general, y de aquellas relacionadas con el ámbito educativo (ministerios y consejo sectorial) en particular. Los eventos del 23 y 24 de junio del 2016 deberían marcar un hito en el establecimiento de los niveles de riesgo o vulnerabilidad a los que se expone la infancia ecuatoriana dentro del sistema educativo, a fin de imponer inmediatamente las medidas de protección necesarias. Difícilmente se puede hablar de “fortalecimiento de capacidades y potencialidades de la ciudadanía” si los niños y las niñas, hoy como antes, están en peligro las aulas. Peligro de qué, de quién, por qué y qué hacer para evitarlo son las preguntas urgentes que nuestro sistema educativo debe plantearse. Que cursar la escuela primaria implique el riesgo de no salir ileso ya era bastante grave; que también suponga la posibilidad de no salir con vida es inconcebible.
Ruth describe a su Valentina como “una niña alegre, inteligente, llena de esperanzas, llena de sueños, de proyectos ante la vida”. Y esas palabras resuenan en alguna fibra sensible de quienes tenemos un niño, una niña amada. Que su exigencia de justicia y su invitación para alzar la voz, generar conciencia e impulsar cambios indispensables, también hagan eco. Que nunca más “aparezca” el cuerpo sin vida de una niña de once años en el patio de su escuela.
María Teresa Galarza
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