Jorge Glas se ríe a carcajadas del país
Jorge Glas está demostrando, a las radios del país, por qué con un personaje como él hay que leer y llevar consigo muchos documentos para entrevistarlo. Lo mismo deberían hacer los asambleístas que lo van a encarar. Con leer los principales textos y libros de Fernando Villavicencio quizá bastaría. O con verlo en ciertas entrevistas, como esta en Teleamazonas, con Janet Hinostroza. 4Pelagatos también ha resumido sus investigaciones.
Glas es un sabido. Lleva años de entrenamiento. Años marcando la cancha. Años sentándose en la palabra sin soltarla. Años haciéndose un perfil de santo y mezclando en las entrevistas propaganda con anécdotas personales para hacerse pana del entrevistador (muchos caen) y confidente de sus oyentes. Glas lleva años mareando a sus interlocutores. Riéndose de la opinión pública. Paseando un cinismo espeso y cochambroso por el país. Ayer lo volvió a hacer en Radio Visión en Quito, al punto que Diego Oquendo lamentó haber tenido un monólogo en vez de una verdadera entrevista.
Glas está entrenado. Y se prepara. Y arma carpetas de sus interlocutores siguiendo esa vieja tesis de los viejos políticos que pensaban que esa es una forma de desestabilizar al periodista: convertirlo de entrada en opositor para menguar su credibilidad. Vieja treta de político marrullero.
Glas sigue los libretos del impresentable Fernando Alvarado: toma posesión del espacio al cual lo invitan. Se declara víctima del periodismo para convertir la entrevista en eterna réplica. Ataca a todos aquellos que lo han criticado aprovechando que no están presentes y que el periodista que lo invitó no hará de abogado. Extiende títulos y supuestos méritos profesionales para legitimar lo que se apresta a decir. Recita el rosario rodado por el correísmo durante años. Y luego miente con una desfachatez que supera los límites de lo tolerable. Así se da cuerda. Se trepa en el efecto sorpresa que causan sus mentiras y no para. Debe tetanizar estar a su lado y oírlo decir que antes del correísmo no había vías ni aeropuertos. Debe tetanizar oírlo decir, a un metro, que el correísmo libró “una lucha firme y frontal” contra la corrupción durante los diez años de gobierno. Y oírlo poner como ejemplo a Petroecuador. Oírlo decir que si no hubieran emprendido una investigación internacional y si no hubieran encontrado las cuentas de Carlos Pareja Yannuzzelli y Carlos Pareja Cordero nada se sabría. Debe paralizar tanta impudicia.
Eso es Glas: un cínico monumental. Un hombre que niega tener responsabilidades en la corrupción inconmensurable que tuvo lugar en los sectores estratégicos que él presidió. Y que tras haber negado incluso una responsabilidad política, hoy la acepta. Pero lo hace para definir, fiel a ese estilo fascista que tiene el correísmo de resignificar las palabras, lo que entiende por responsabilidad política.
Para él no es responder por el uso que el político hace del poder. Ahora se esconde tras los encargos que le hizo el presidente y nada más. Es decir, repotenciar la Refinería de Esmeraldas significa, desde el punto de vista de la responsabilidad política, que esa refinería funcione. Y como su cinismo es versátil e ilimitado, agrega nuevas definiciones de responsabilidad política: “haber iniciado el cambio de matriz productiva”, “haber cambiado la matriz energética”, “haber hecho ocho hidroeléctricas”, “tener soberanía energética”…
En claro, él se queda con el trofeo político. No responde por los costos de esos proyectos ni por las coimas que hubo. No le importa si la repotenciación de la Refinería de Esmeraldas partió de un presupuesto de $180 millones y terminó costando $2.200 millones. Él nada sabe de esa danza de millones que se dio en sus narices. Nada sabe de las demandas que hicieron Villavicencio y Clever Jiménez, desde el 2010, sobre ese tema. Nada sabe de los informes de la Contraloría que hablan de sobreprecios. Nada sabe de los centenares de contratos hechos a dedo. Nada sabe de la decena de veces que han parado esa refinería –una de las mejores del mundo dice la propaganda correísta– por fallas evidentes tras la repotenciación. Nada sabe de las empresas de papel creadas a partir del “giro específico del negocio” que permitió hacer contrataciones y subcontrataciones con los panas que se enriquecieron a vista de ojo.
En claro, él se queda con el trofeo político. No responde por los costos de esos proyectos ni por las coimas que hubo. No le importa si la repotenciación de la Refinería de Esmeraldas partió de un presupuesto de $180 millones y terminó costando $2.200 millones. Él nada sabe de esa danza de millones que se dio en sus narices. Nada sabe de las demandas que hicieron Villavicencio y Clever Jiménez, desde el 2010, sobre ese tema. Nada sabe de los informes de la Contraloría que hablan de sobreprecios. Nada sabe de los centenares de contratos hechos a dedo. Nada sabe de la decena de veces que han parado esa refinería –una de las mejores del mundo dice la propaganda correísta– por fallas evidentes tras la repotenciación. Nada sabe de las empresas de papel creadas a partir del “giro específico del negocio” que permitió hacer contrataciones y subcontrataciones con los panas que se enriquecieron a vista de ojo.
Glas no es Mandrake. Lo dice con suficiencia y vehemencia para que se entienda que no podía saber lo que pasaba en esa Refinería. Porque para eso contrataron una auditoría internacional. No dice que está hablando de Worley Parson. No dice que esa multinacional subcontrató aquí la empresa Grupo Azul de Willam Wallace Phillips y Mónica Hernández, que fue funcionaria de Correa. Y no dice que Correa condecoró a Phillips. Esa es la auditoría supuesta que le permite lavarse las manos.
Liquidado este asunto, dice, repite, reitera, insiste en que él es inocente y que no hay prueba alguna contra él. Y como debe creer que habla para una galería de ingenuos dice que sus cuentas están abiertas, que vive de su salario, que su mujer gana $4000, que tiene un apartamento y otro en la playa que ya vendió. No encuentra alma caritativa a su alrededor que le explique que los corruptos tienen testaferros, cuentas codificadas en paraísos fiscales y tantos otros mecanismos bien rodados para robar… Ah, nadie le dice que los grandes corruptos nada firman… Y Glas, para probar su inocencia, dice que no firmó ningún contrato con Odebrecht o cualquier otra empresa. Nadie le recuerda que los políticos corruptos, cuando los pillan o están por pillarlos, gritan que les están dando golpe de Estado. Eso hicieron en Argentina y están haciendo en Brasil. Glas los empezó a imitar. Pero es una casualidad desgraciada: él es inocente.
Liquidado este asunto, dice, repite, reitera, insiste en que él es inocente y que no hay prueba alguna contra él. Y como debe creer que habla para una galería de ingenuos dice que sus cuentas están abiertas, que vive de su salario, que su mujer gana $4000, que tiene un apartamento y otro en la playa que ya vendió. No encuentra alma caritativa a su alrededor que le explique que los corruptos tienen testaferros, cuentas codificadas en paraísos fiscales y tantos otros mecanismos bien rodados para robar… Ah, nadie le dice que los grandes corruptos nada firman… Y Glas, para probar su inocencia, dice que no firmó ningún contrato con Odebrecht o cualquier otra empresa. Nadie le recuerda que los políticos corruptos, cuando los pillan o están por pillarlos, gritan que les están dando golpe de Estado. Eso hicieron en Argentina y están haciendo en Brasil. Glas los empezó a imitar. Pero es una casualidad desgraciada: él es inocente.
Glas da cátedra de honestidad con vehemencia. Y dice que él es así: honesto y vehemente. Claro, es vehemente porque encontró la forma de pasearse por radios y canales como 4×4 montaña abajo. Sin obstáculo alguno. Los entrevistadores son muy decentes y, para hablar de su honestidad, no han leído a Fernando Villavicencio.
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