Qué hacer con Glas: el rompecabezas de Moreno
Jorge Glas ya no sabe dónde pararse. Mira hacia Rafael Correa, quien lo apoya con todo pero ya no manejo los hilos esenciales del poder. Mira hacia Lenín Moreno y, desde Carondelet, recibe señales intermitentes y de baja intensidad. Allí le han retirado seis atribuciones y solo le dieron dos, casi simbólicas. Una de ellas como encargado del Consejo Productivo y Tributario.
Glas es un hombre sin piso. Un político condenado, al parecer, a apelar a las bases duras del correísmo y hacer discursos patrioteros para animar las barras. Ahora colecciona troles e impresentables del correísmo en la Vicepresidencia, que paga como asesores. Y que lo mantienen congelado en el tiempo. Hay que verlo con qué entusiasmo teatral rumia estereotipos y lugares comunes de los mamertos de antaño. Ayer, en la Asamblea, por ejemplo, habló, a propósito del fantasma de la corrupción que lo persigue, de la CIA, del imperio, dijo ser socialista y habló de un golpe de Estado blando. Sí, un golpe en el cual vendrán por él, por Moreno, por Correa. Eso dijo.
La verdad es que Glas se quedó del tren que echó a andar Lenín Moreno. Quizá él pudiera, como Paola Pabón, subirse en algún vagón aunque fuera retóricamente. No lo ha hecho. No tiene tiempo. Está dedicado a decir, en radio y canales, en mítines y en la Asamblea Nacional, que él es honesto. Está en la inopia política. En ese punto en el que el político tiene que decir que es honesto porque es consciente de que una mayoría piensa lo contrario.
Glas está preso en sí mismo. Armando carpetas de lo que hizo y dejó de hacer. Hurgando en su hoja de vida. Tejiendo coartadas semióticas sobre parientes y familiares. Su tío, Ricardo Rivera, investigado por haber supuestamente recibido $13 millones en coimas, pues sí, es su tío. Pero casi no lo ve. ¿Tiene otro pariente influyente en el gobierno? Quizá. ¿Cómo saber? Todo es posible.
Glas diseña el golpe blando en su cabeza porque, en la realidad, aquellos que él señala como golpistas, se reúnen y departen amablemente con Moreno. El golpe blando es sinónimo de su soledad. Nadie vendrá por Moreno que, si hace lo que dice, mas bien ampliará el número de aliados. Pero Glas siente que están yendo por él. Siente tras de sí pasos de animal grande. Sabe que no está en los casetes que tiene el Fiscal. O mejor: que aquel en el cual pudiera estar, está en un estado técnico deplorable. El azar hace a veces bien las cosas. Eso, al parecer, le da la fortalece teatral que exhibe. Pero también sabe que, de no ser tan santo como dice, todo esto es un problema de tiempo.
Pero, claro, Glas no es cándido. Sabe que hay cosas que puede decir en una tarima, que no puede recitar en un gabinete. Lo de su tío es, por ejemplo, lo más parecido a la adivinanza que dice: “blanco es, la gallina lo pone y frito se come”, qué es? He ahí a un señor que resulta ser su tío que habría recibido $13 millones de dólares por ser pariente de un alto funcionario de este gobierno. Se entiende que no es por ser solamente pariente. Es porque ese pariente facilitaba contratos y favorecía a la empresa que entregó tantos billetes al señor que resulta ser su tío. Cualquiera imagina a Moreno tragándose la aldaba que, sin salsa, sirve Jorge Glas a sus oyentes en radios y mítines. En el gobierno, aldabas de ese porte, al parecer, ya no tragan. Por lo menos en forma unánime.
Otro ejemplo: dice que sacó a patadas a Marcelo Odebrecht de su oficina. Lo dice poniendo todos los énfasis en las palabras y en los gestos. Lo sacó, dijo en las radios, porque hizo una propuesta indecorosa. Todo el mundo pensó que el perverso Odebrecht también quiso corromper al impoluto Glas y que este, recatado y discreto, ni siquiera avisó a las autoridades como era su deber. Pues no era eso. Ocurrió que ese señor, que resultó ser uno de los mayores corruptores del planeta, quiso afectar la soberanía nacional… Aplausos de las barras. Y Glas no para. Pero, ¿cómo explica en un gabinete sin troles ni barras pagadas que, con ese señor que sacó a patadas, su gobierno siguió firmando contratos en los sectores de los cuales él se encargaba?
Lo único cierto es que, por ética, por estética, por cálculo o por convicción, hay un serio distanciamiento entre Glas y Moreno. Eso explica la desesperación del vicepresidente hábilmente camuflada en discursos incendiarios, referencias revolucionarias y este intento falaz de hacer creer que si van por él, irán por Moreno. No, Glas sabe que la opinión pública está yendo por él. Y sabe que aunque su piso político aún resiste (Correa lo protege), y el amparo judicial es aún real (el expediente abierto contra su tío dejó de ser público), la sombra de Moreno ya no lo cobija.
Moreno sabe que Glas es la mayor bomba de tiempo de su gobierno y la pieza que mayor desgaste le causa en este momento. Y como no sabe muy bien qué hacer con tamaño lastre, ha optado por mantenerlo a prudente distancia seguro de que, en cualquier momento, todo esto explotará.
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