Francisco Febres Cordero
DIARIO EL UNIVERSO
Hay intereses políticos demasiado poderosos de por medio. Hay alianzas. Hay amistades. Hay parentescos. Hay complicidades. Hay lealtades. Hay –también hay– miedos.
Con que a la superficie salga un poquito de mugre es suficiente, parece ser el afán del nuevo gobierno. Con ese poquito, distrae. Con ese poquito, silencia. Con ese poquito, tranquiliza. Con ese poquito, disimula.
Al fin y al cabo, la mayoría de quienes integran el nuevo gobierno viene de arrastrar toda la mugre del viejo, de ese que duró diez años con el mismo contralor al que ahora descubren corrupto y que –como otros– comenzó a gozar de su dorado autoexilio en Miami, dejando vacante un cargo disputado a dentelladas por lo mucho que en la Contraloría hay que tapar, más que destapar.
Y es que –viéndolos ahora tan sonreídos, tan amables– parece que ninguno de los revolucionarios cuando eran funcionarios del antiguo régimen cometió arbitrariedad alguna. Ninguno nombró a sus familiares para que ocuparan cargos públicos ni los colocó de asesores. Tan impolutos ellos, tan sin choferes ni escoltas ni mansiones. Ninguno otorgó contratos a dedo. Ninguno cobró coimas ni aceptó sobornos. Ninguno.
Corazones ardientes, eso es lo que los une a todos los que ahora dicen que están luchando contra la corrupción que ellos mismos generaron para su beneficio, que ellos mismos permitieron que paseara, campante, ante sus ojos. Esos latidos de sus corazones son los que marcan el rumbo de lo que ellos llaman el proyecto, ese proyecto que nadie sabe qué es, pero del que ellos siguen disfrutando a su sabor, pues los cobija a todos.
Mentes lúcidas las de todos ellos, tan lúcidas que demoraron una década para darse cuenta de que era necesario dejar que otras voces que no fueran las suyas se expresaran. Y por eso ahora dicen sí, que hablen nomás los otros, que denuncien para ver si así se destapa un poquito la cloaca, pero un poquito solamente para que no aparezcan nuestros nombres, nuestros gastos, nuestros contratos, nuestros silencios cómplices, nuestros aplausos fervientes con los que aprobamos la persecución a los opositores, los juicios a todos aquellos que se atrevían a hablar con voz propia, las sentencias amañadas, las leyes que aprobamos sumisamente porque nos venían impuestas desde arriba.
Tienen derecho. Ganaron las elecciones. Pueden seguir impunes.
No todos, claro. Habrá algunos a quienes tendrán que sacrificar para calmar las náuseas, el asco de quienes cuestionan la impudicia con que se despilfarraron los miles de millones de dólares de una época dorada en la que todo era posible, inclusive construir aeropuertos donde no llegaban aviones, universidades sin alumnos, hospitales sin medicinas, satélites que desaparecían en el espacio con la rapidez con que en la tierra se esfumaban los millones, edificios fastuosos en cuyas entradas se erigían estatuas a los asaltantes de caminos, carreteras que tenían el sobreprecio como lugar de destino.
Así, mientras la corrupción esté en la boca de todos, algo hará el nuevo gobierno para combatirla. Por lo menos hasta que la crisis se agudice y al asco sigan la angustia, un mayor desempleo, el hambre. (O)
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