Publicado en la Revista El Observador (edición 99, junio del 2017) |
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El Centro de Investigación sobre la Globalización (Global Research) tiene el agrado de compartir con sus lectores la entrevista completa que Edu Montesanti realizó al renombrado intelectual latino-americano Alberto Acosta.
¿Cómo usted analiza el desempeño de los grandes medios ecuatorianos en las elecciones presidenciales de este año en Ecuador? Alberto Acosta (AAc): Todos los medios de comunicación –privados y gubernamentales- se embarcaron en un proceso electoral en el que muy poco se discutió las cuestiones de fondo. Prácticamente existió un distanciamiento entre lo que se comunicaba y los verdaderos problemas de la población, sobre todo en términos económicos. Entre otras razones ese distanciamiento de la realidad explica la enorme apatía que reinó en la campaña electoral, particularmente en la primera vuelta. El gobierno Correa suele decir que gran parte de los medios están en manos privadas, y fuertemente opositoras al actual gobierno ecuatoriano – la minoría es estatal, y con gran participación ciudadana, ¿Esto es cierto? Eso es falso. Así bien todavía existen importantes medios privados en el país, en términos de conglomerados mediáticos, quien gana la partida en la actualidad es el Gobierno. Nunca antes en la historia del Ecuador ha existido un grupo oligopólico en este ámbito tan fuerte y con tanta cobertura, aunque mayormente con un mediocre nivel periodístico. Además, en este país el término “medios públicos” es una falacia: no hay medios de comunicación públicos, es decir controlados por la sociedad. Tales son medios gubernamentales, controlados en realidad por el partido oficialista. Llegamos al extremo de que hasta los noticieros transmitidos en esos medios se empeñaron más en hacer campaña favor del candidato oficialista y en contra del candidato opositor, que en informar sobre los acontecimientos del país. Aquí podríamos mencionar, por ejemplo, la escasa o ninguna información difundida en esos medios sobre la oleada de denuncias de corrupción que ahogan al correismo, incluyendo los casos de Odebrecht y Petrobras. Recordemos que el presidente Correa expulsó a Odebrecht en el año 2008, por ser una empresa “corrupta y corruptora”, pero, un par de años después, luego de una reunión con el presidente Lula la recibió nuevamente entregándole multimillonarios contratos sin licitación; simultáneamente los dos mandatarios también acordaron en dicha reunión la salida protegida de Petrobras, una empresa involucrada en varios manejos dolosos en el Ecuador y que representan varias centenas o quizás miles de millones de dólares de perdida para este pequeño país andino. Y, por último, en Ecuador hasta la fecha no se conocen los nombres de los funcionarios del actual y de otros gobiernos que recibieron coimas de Odebrecht, algo que ya se transparentó en casi todos los países. ¿Cómo llegamos a este punto? Pues el Estado asumió y adquirió, de diversas maneras, una serie de medios de comunicación que le han resultado útiles al correísmo para transmitir a la población la imagen de un Ecuador “que ya cambió” o que “la patria ya es de todos”. Basta mencionar que el Estado posee 11 medios audiovisuales, incluyendo 6 canales de televisión, situación que contrasta con el 2007 cuando el Estado solo tenía una radiodifusora. Y sigue ampliando su órbita de influencia directa e indirecta a través de un mañoso concurso de frecuencias radioeléctricas, el cual amenaza con el cierre de varios medios de línea contraria al régimen. Como resultado del despliegue de todo este aparataje, el correísmo impuso una imagen de “izquierda” en gran parte del imaginario colectivo, sobre todo en los estratos populares. Así, tanto la imagen del caudillo “revolucionario” como la de un gobierno de “izquierda” es, en el fondo, solo una construcción mediática. Construcción fundada en múltiples frentes, incluyendo: relieve del consumismo exacerbado gracias a los enormes ingresos petrolero; oportunismo disfrazado de “devoción” por parte de varios asalariados del poder; uso de propaganda donde el “culto a la personalidad” de Correa se ha vuelto cotidiana; difusión internacional de mensajes falsos como esa tontería del “milagro ecuatoriano” apenas meses antes de que reviente la crisis en el país; el uso de cientos de personas encargadas de perseguir a los opositores en redes sociales; y hasta el cierre o bloqueo de páginas web con contenido comprometedor contra el correísmo. Semejante resultado le permitió al correísmo vaciar de contenido y deslegitimar al discurso de los grupos verdaderamente de izquierda y populares, e incluso hostigarlos permanentemente. Adjetivos como izquierdistas, indigenistas o ecologistas “infantiles”, “izquierda boba”, “ponchos dorados”, “emplumados”, “disfrazados de ancestrales” y otros emitidos por Correa, se volvieron cotidianos y fueron expandidos por los medios en manos del correísmo. Y, por otro lado, esta poderosa maquinaria mediática es utilizada para vampirizar conceptos revolucionarios, como el Buen Vivir, transformado en un dispositivo para disciplinar la sociedad y aumentar el poder del presidente. Es cierto que existen medios privados grandes vinculados a grupos de poder, pero todos esos medios e incluso los pequeños están atemorizados por un marco jurídico represivo impuesto en estos años de correísmo. Así, mientras el número de medios controlados por el Estado ha ido aumentando, también ha crecido el control y hasta el cierre violento de medios no estatales, particularmente medios comunitarios. La Superintendencia de Comunicación (Supercom) cumple el papel del “ministerio de la verdad”, como narraba George Orwell en su novela “1984”. Por medio de la Supercom el correísmo ha impuesto sanciones desmedidas: desde 2013 al 2016 se han abierto más de 600 procesos contra periodistas y medios de comunicación, con 462 sancionados y de los cuales más del 97on sanciones a medios privados. Se ha perseguido inclusive a caricaturistas, tal como acontece en la Turquía de Erdogan. Así, la disputa electoral nos ha aclarado un panorama que -muchas veces- no suele ser reconocido explícitamente por la izquierda: no presenciamos la lucha entre medios que representan a los intereses de grandes grupos económicos y medios que representan al pueblo. No. Solo presenciamos la lucha mediática de distintas facciones del poder de las propias clases dominantes. En medio de esa lucha, las clases subordinadas son meras espectadoras… ¿Cuánto los medios han influenciado en la presente polarización, odio y hechos de violencia entre sectores políticos, y en la sociedad ecuatoriana en general? ¿Cómo normalizar esa situación? En la medida que los medios de comunicación -tanto privados como gobiernistas- obviaron los temas de fondo, se facilitó una campaña dominada por ataques personales y desinformación, particularmente en la segunda vuelta. Nunca estuvo en la agenda realmente discutir la crisis desde múltiples enfoques, lo único que importaba era apostarle a un caballo para que gane en medio de una carrera caótica que parece llevarnos a un colapso. Por el lado del Gobierno se buscó sistemáticamente llevar la discusión a cuestiones que obviaban los problemas actuales. Su candidato, el licenciado Lenín Moreno rehuyó los debates. Y con “justa razón” pues era notoria la falta de preparación del candidato. En ese contexto los medios de comunicación gubernamentales desplegaron una gran campaña de ataques frontales en contra de los candidatos opositores. Hicieron gala con la manipulación de la información. Cabe destacar también que la acción mediática del Gobierno en todos estos años se ha caracterizado por la intolerancia y la violencia verbal; basta escuchar las “sabatinas” presidenciales. Para colmo, en los últimos años ni siquiera se veía a un Correa enfrentándose a los grandes grupos de poder económico… que lucran del correismo –incluyendo la propia gran banca- sino que hemos visto a un Correa ejerciendo violencia verbal en contra de la propia izquierda que le dio la posibilidad de ser presidente. Así vemos que fue el propio correísmo el que ha ido incrementado en extremo los vientos que provocan la violencia: en una sociedad ya de por si violenta debido a la explotación inmisericorde de los trabajadores y de los sectores populares en general, así como de la Naturaleza. |
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