lunes, 12 de junio de 2017

La piñata


DIARIO EL UNIVERSO 

Simón Pachano
spachano@yahoo.com
El affaire de la Contraloría parece decir mucho más de lo que deja ver. Lo primero es que la despensa estaba a cargo de un gato que sabía perfectamente que los favores son siempre bien retribuidos. No mirar y santificar lo que hacían los otros gatos –que no eran ratas– debía tener su recompensa y, de lo que se sabe, esta llegaría a una respetable cifra de varios ceros a la derecha. Pero el asunto no queda ahí. La información disponible dice que no se contentaba con esa actitud pasiva que, hay que insistir, es muy provechosa cuando hay redes muy ilustradas en los altos saberes de la corrupción. Se supone que fue más allá y que era uno de los activos en el negocio. La justicia, cuando se inaugure, lo dirá. Por el momento, son sospechas que surgen cuando concluye la fiesta.
El segundo tema que se puede entrever tiene que ver con ese final. Como se dijo insistentemente, la revolución dependía exclusivamente de la presencia del líder. Alejado él, convertido en simple tuitero que opina en las redes aunque no ha ganado esta elección, no hay nada entre la retórica y el abismo por el que se está despeñando todo lo que debió durar trescientos años. No hay algo parecido a instituciones o caminos sólidamente construidos que puedan asegurar su continuación. Mientras la palabrería se derrumba como castillo de naipes, los compadres se pelean por copar el puesto del prófugo que, dadas las circunstancias, equivale a la cueva del Santo Grial para Indiana Jones. Allí se guardan secretos que, por el bien de la humanidad, no deben ser revelados. El deber de todo revolucionario es mantenerlo a buen resguardo.
El tercer asunto que aparece entre los pliegues de gruesos cortinajes es el perfil de las redes que operaron a vista y paciencia de los ojos que todo lo veían. Lo poco que se ha ventilado en estos días demuestra que no eran casos aislados. Había una maquinaria que funcionaba a la perfección. La maraña es tan compleja que será muy difícil desenredarla en su totalidad. Siempre quedarán nudos imposibles de desatar, en los que habrá que aplicar la técnica del corte drástico utilizada por Alejandro hace más de dos mil años. Todo esto, sin que se conozcan aún los nombres que proporcionarán los brasileños, la famosa lista que algún día saldrá a pesar del buen resguardo de los guardianes de la fe. Ante tanta evidencia, sostener con cara de yo no fui que eran casos aislados protagonizados por traidores infiltrados, es un mal intento de aplicarnos ese gran invento nacional que es el pendejómetro.
Eso y mucho más se intuye en el fin de la fiesta sin control de las filas altivas y soberanas. Como corresponde a un grupo que no lava la ropa en público o que simplemente no la lava, de esto se sabe mucho menos. Pero las acciones desesperadas, los empujones y codazos demuestran que la piñata ya se rompió. Hay que agarrar lo que quede. Y al apuro. (O)

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