No es el espíritu, es el fantasma de Montecristi
Auto despachado Correa a Bélgica y pensando que el viraje de Moreno nos retorna a enero de 2007, han aparecido los cómplices originales del correísmo con la añoranza de que se rehaga lo que echó a perder, según dicen, el caudillito. A esto llaman “el espíritu de Montecristi”, como una alegoría poética, para atribuir un espíritu, al inicio de la dictadura que armó la Constituyente bajo el horrible y musculoso busto de Alfaro.
Alberto Acosta consumó el golpe de Estado que inició el hábil y partidócrata Gustavo Larrea. Eliminaron el Congreso y la Asamblea Constituyente, que fue instalada para hacer otra constitución y se apropió de la competencia legislativa. Todo bajo el ímpetu refundacional para hacer la revolución con leyes. Y lo hicieron. Con este que bautizaron espíritu de Montecristi, apuñalaron el sistema normativo con lo que llamaron “mandatos” que no eran más que bandos del poder supremo. Hicieron la constitución del correísmo, redactada desde la superioridad moral de creerse buenos. Montaron un Estado de “derechos” y acabaron con el “de Derecho”, sin equilibrios entre funciones, concediéndole a Correa el poder abusivo que usó como abusivo. Arrasaron el sistema de partidos y crearon normas para promover una explosión de movimientitos que permitiera la hegemonía del movimiento armado con la burocracia. Legislaron un sistema de asignación de escaños para apropiarse del poder siendo minoría. Cambiaron las leyes de contratación pública, eliminaron controles, crearon las emergencias y contratos a dedo con el espíritu suficiente para abrir las puertas de la mayor corrupción de la que hay memoria. Avalaron las primeras muestras de represión política, que se inició con el episodio en Dayuma y la persecución a la prefecta Llori. Aplaudieron la difamación a los opositores, repitieron sin ninguna rigurosidad ética ni académica el discurso descalificador del pasado para sostener el engaño ideológico y propagandístico de la bondad de refundar el país, desde la izquierda populista y autoritaria.
Mientras los arrepentidos o desplazados fueron abandonando el “proyecto”, cuando Correa usó los instrumentos legales que recibió con los votos del “espíritu de Montecristi”, mascullaron la frustración al descubrir que ellos entregaron el arma cargada al personaje equivocado. Pero no pidieron disculpas por lo que hicieron y menos aun, reconocieron el error conceptual, ideológico de crear un Estado dirigista, interventor, empresario. Proscribir el mercado. Usar de nuevo los conceptos devenidos de la doctrina fascista de la seguridad nacional para calificar de estratégicos a los recursos naturales. Haber creado un engendro para estatizar la participación ciudadana y propiciar el control partidista de todo el Estado. Eso hicieron los que hoy hablan del espíritu que, a los que tenemos memoria, nos espanta como fantasma.
Correa siguió el guión que escribieron a su medida. Apropiarse de todo el poder estuvo desde el inicio en la agenda. No postularon candidatos al Congreso porque habían decidido eliminarlo. Dieron golpes de Estado sucesivos desde el poder para hacerse cada vez de más poder, como refería Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte. Con un fin supuestamente ético, y con el espíritu de Montecristi, se usaron medios antiéticos. Se apoderaron a la fuerza del Tribunal Constitucional y a la fuerza lo convirtieron en Corte cervecera. Allí legitimaron y constitucionalizaron todos los abusos anteriores y posteriores.
Muchos creen que rememorar esto es necio, porque parece que es mejor olvidar. Pero es pertinente no olvidar: no con propósito de retaliación sino por la simple y sabía razón de no repetir los errores. Y nos dirigimos a ese estado de error si los corresponsables del experimento correísta –unos más, otros menos– intentan convertir o adornar el soporte que ofrecieron a la instauración de una dictadura constitucional, como si fuese un espíritu virtuoso. Diez años de tozudez ideológica, de rentismo y mercantilismo, de insistir en ideas cuyos autores sepultaron por ineficientes, como las del crecimiento endógeno y de la sustitución de importaciones. Todo esos errores políticos que construyeron un trono y, por necedad, un modelo económico que detuvo el crecimiento y redujo el empleo, son fantasmas que es mejor que se sepulten y no se conviertan, otra vez, en bandera de una causa testaruda.
Moreno quiere consultar sobre algunos temas que apuntan a desmontar el trono del aspirante a príncipe. Es un cuestionario insuficiente para recomponer lo que el espíritu de Montecristi fraguó. No acierta en ese sentido. Quiere mantener el engendro: el Consejo de Participación Ciudadana. No se advierte intención de acabar con la estructura de control de medios de comunicación. No se plantea una reforma electoral para que el árbitro no sea militante y exista un sistema de reparto de escaños que sea proporcional al número de votos. Moreno cuestionó los abusos e intolerancia y cuestionó los yerros en economía. Pero no aparece propuesta que corrija las causas estructurales.
El fantasma de Montecristi que se quiere recuperar, que siga así. Como fantasma. O más bien dicho, como lo que fue, el espíritu del correísmo. El primer paso será votar SÍ en la consulta convocada por Moreno, aunque sea timorata. Y hay que ir a un nuevo encuentro constituyente e intentar un consenso que no repita una constitución facciosa y sectaria y concluya en un texto en el que todos se puedan reflejar. Algo así como lo que hicieron en España cuando los comunistas de Carrillo y la Pasionaria acordaron con la derecha y el franquismo una constitución que ha durado cuarenta años. O repetir lo que sucedió en la constituyente de 1998 en la que casi la totalidad de la Constitución fue acordada por votaciones superiores a los dos tercios de una variada representación política del centro a la izquierda.
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