El Presiente tiene serios agujeros en su estrategia
¿Qué quiere realmente Lenín Moreno? No tiene voceros políticos. No tiene un discurso político enganchador. No tiene un gabinete dinámico. No se nota su presencia política en la Asamblea Nacional. No se sabe para qué sirvieron realmente las mesas de diálogo. Y, sobre todo, tiene problemas agudos en sus tiempos políticos. En definitiva, su gobierno da muestras de andar en cámara lenta y sin agenda en un momento en que, con su concurso, se liberaron las fuerzas sociales y económicas del país. En un momento en que los índices prueban que la economía no puede esperar los resultados de la consulta, que algo de fondo debe hacer y que plan económico que propuso es un parche con escaso pegamento.
Moreno arrancó con pie derecho. Desde el 24 de Mayo tomó distancias de Rafael Correa, transparentó las cifras de esa gestión, prometió una lucha frontal contra la corrupción y habló, entrelíneas, de recurrir al pueblo para zanjar algunos temas de diseño institucional: se entendió que era la vía aconsejable por no contar con una mayoría en el Asamblea Nacional. De ahí la consulta popular.
Moreno necesitaba tiempo. Tenía que legitimar su elección, contar votos en la Asamblea, recuperar el partido Alianza País donde se concentraron los leales a Correa, armar una consulta popular ganadora, desarticular los roscas que Correa dejó organizadas… En definitiva, estructurar los nuevos factores de poder sin los cuales es imposible que pueda gobernar.
Moreno ha trabajado: dio apoyo al Fiscal en la investigación del caso Odebrecht. Dejó sin cargo a Carlos Polit, quien huyó a Miami. Pulverizó el discurso mentiroso de Correa. Esclareció las cifras de la economía ficticia de Correa. Dio racionalidad al discurso y a las políticas públicas. Eso puertas adentro.
Puertas afuera, el verbo que mejor describe lo que ha hecho en estos meses es entretener. Con Correa tuvo cruce de tuits y frases asesinas. Al país, cansado de autoritarismo, le pidió hacer las paces: que familiares y amigos, separados por el enfrentamiento político, vuelvan a conversar. A los empresarios y a sus cámaras pidió repertoriar expectativas y propuestas. A los periodistas de los medios tradicionales los invitó a Carondelet. En junio convocó un Frente de transparencia y lucha contra la Corrupción…
Moreno necesitaba tiempo para operar políticamente la transición. Pero el hecho mayor que debe marcar esa nueva etapa –la consulta popular– solo se dará en enero o febrero. Es un lapso eterno. Entretanto, las puertas que abrió han creado dinámicas nuevas que su gobierno no está procesando. Esa es la impresión que genera. Y es evidente en las críticas profusas y reiteradas del empresariado. También se nota en los mensajes del Presidente. Basta ver su informe a la nación del lunes pasado. En él repitió prácticamente su intervención anterior y se refugió en una carta que recibió –eso dijo– de un padre de familia que volvió a hablar con su hijo. Pedir paz en el país es un deseo loable. Su reiteración se antoja, no obstante, una confesión inequívoca de que el gobierno, en su estrategia, carece de un discurso que procese la coyuntura y defina los tiempos. El Presidente no aporta luces en sus intervenciones sobre las carpetas públicas que se acumulan y que siguen creando desconcierto y malestar en el país. Lo suyo son sorbos de agua bendita. Él no se hace cargo; tampoco sus ministros ni los asambleístas que supuestamente lo acompañan. No tiene voceros. Dicho de otra manera, los grandes temas de preocupación en el país no son procesados y, si lo son, no encuentran eco en el discurso oficial. No hay voceros.
Igual ocurre con las promesas que hace el Presidente: no se concretan. Por ejemplo, ofreció reducir el infierno burocrático que encaran los empresarios. Podía haber sumado a los ciudadanos. ¿Cuál es exactamente su decisión? ¿Cómo reducirán ese mundo de papeles? ¿Quién será el responsable? ¿Cuándo empieza? ¿En cuánto tiempo cumplirá su labor? ¿Reducir el infierno burocrático no requiere, por un tiempo, un funcionario con rango de Ministro?
No hay respuestas. No hay respuestas a las expectativas económicas que el propio gobierno desató. Nada dice ante la angustia que produce verlo dar las mismas respuestas (más endeudamiento, por ejemplo), a los mismos problemas, de la misma forma que lo hizo Correa y para producir los mismos resultados. No hay respuestas ante la promesa de combatir la corrupción: el Frente de Transparencia fue una movida sin ninguna incidencia y el acuerdo con la ONU está lejos de la comisión, tipo Guatemala, que se dejó entrever en algún momento.
No es dable ignorar los cambios que ha aportado Moreno. Tampoco es dable pedirle –como hacen algunos gremios– que tome ahora decisiones económicas de gran calado y se suicide políticamente antes de ganar la consulta. Pero el gobierno está produciendo un ambiente de parálisis y la percepción de un gobierno sin derrotero político, sin ideas y sin saber qué programa animará cuando tenga todo el sartén por el mango.
Foto: Presidencia
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