Mentir sin empacho
En cuatro meses de nuevo gobierno hemos asistido al mayor viraje de conciencias de que tenga memoria este país. Devotos del correísmo que ahora condenan agriamente al caudillo; apologistas de la reelección indefinida que hoy la consideran una aberración; pontífices del autoritarismo que ahora abogan por una democracia radical. Imposible creerles. Ni ahora, ni antes.
11 de octubre del 2017
POR: Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Cuando los regímenes auto-ritarios se desploman, el embuste emerge como materia puru-lenta por todos los res-quicios del edificio social".
El correato dejó instaurada una cultura del cinismo de la cual nos costará mucho salir. No se trata de la típica habilidad política para seducir y convencer a las masas. Tampoco es la demagogia elevada a estrategia para ejercer el poder. No. Aquí hablamos de la mentira descarada, de la posibilidad de tergiversar hechos y cifras sin despeinarse.
Y lo más grave es que tenemos una sociedad que no se inmuta mayormente. Al menos, lo suficiente como para reivindicar una mínima decencia colectiva. En la lógica de los reality shows, la ausencia de ética despierta el morbo de la audiencia. Entusiasma y vende.
En cuatro meses de nuevo gobierno hemos asistido al mayor viraje de conciencias de que tenga memoria este país. Devotos del correísmo que ahora condenan agriamente al caudillo; apologistas de la reelección indefinida que hoy la consideran una aberración; pontífices del autoritarismo que ahora abogan por una democracia radical. Imposible creerles. Ni ahora, ni antes.
Uno de los peores estragos de los regímenes autoritarios es la institucionalización de la mentira oficial. Es tan avasalladora que los propios ciudadanos terminan autoconvenciéndose, a fin de no quedar excluidos de la tendencia dominante. Por miedo o por conveniencia, muchos prefieren permanecer dentro del territorio del engaño so pena de ser estigmatizados.
Cuando los regímenes autoritarios se desploman, el embuste emerge como materia purulenta por todos los resquicios del edificio social. Nadie se explica cómo pudo haber tanta podredumbre represada. Nadie entiende cómo tanta gente permaneció enajenada por tanto tiempo. Solo queda una sociedad absorta. Cuando los aliados ocuparon Alemania, la población estaba convencida de que los campos de exterminio eran una invención.
Pero una vez eliminados los mecanismos de control e imposición ideológicos, es imposible sostener las falacias del discurso; porque el discurso deja de ser oficial. El monopolio discursivo se cuartea. Los fanáticos militantes del proyecto quedan abandonados a su suerte. Se contradicen en la medida en que están obligados a improvisar. Tienen que mentir.
Son cuatro meses que asistimos a una peregrinación interminable de mentiras correístas. Tanto de aquellos que permanecen fieles al expresidente como de los que se viraron. Porque hay hechos que simplemente son injustificables: la quiebra del IESS, la corrupción, el espionaje, el relativismo jurídico, la fatuidad del poder, la violación de derechos humanos, la politización hasta el desastre de las eliminatorias a Rusia 2018.
No obstante, todos los involucrados, indistintamente, buscan explicarlos desde los argumentos más absurdos e impúdicos. Mienten sin el más mínimo empacho.
Y lo más grave es que tenemos una sociedad que no se inmuta mayormente. Al menos, lo suficiente como para reivindicar una mínima decencia colectiva. En la lógica de los reality shows, la ausencia de ética despierta el morbo de la audiencia. Entusiasma y vende.
En cuatro meses de nuevo gobierno hemos asistido al mayor viraje de conciencias de que tenga memoria este país. Devotos del correísmo que ahora condenan agriamente al caudillo; apologistas de la reelección indefinida que hoy la consideran una aberración; pontífices del autoritarismo que ahora abogan por una democracia radical. Imposible creerles. Ni ahora, ni antes.
Uno de los peores estragos de los regímenes autoritarios es la institucionalización de la mentira oficial. Es tan avasalladora que los propios ciudadanos terminan autoconvenciéndose, a fin de no quedar excluidos de la tendencia dominante. Por miedo o por conveniencia, muchos prefieren permanecer dentro del territorio del engaño so pena de ser estigmatizados.
Cuando los regímenes autoritarios se desploman, el embuste emerge como materia purulenta por todos los resquicios del edificio social. Nadie se explica cómo pudo haber tanta podredumbre represada. Nadie entiende cómo tanta gente permaneció enajenada por tanto tiempo. Solo queda una sociedad absorta. Cuando los aliados ocuparon Alemania, la población estaba convencida de que los campos de exterminio eran una invención.
Pero una vez eliminados los mecanismos de control e imposición ideológicos, es imposible sostener las falacias del discurso; porque el discurso deja de ser oficial. El monopolio discursivo se cuartea. Los fanáticos militantes del proyecto quedan abandonados a su suerte. Se contradicen en la medida en que están obligados a improvisar. Tienen que mentir.
Son cuatro meses que asistimos a una peregrinación interminable de mentiras correístas. Tanto de aquellos que permanecen fieles al expresidente como de los que se viraron. Porque hay hechos que simplemente son injustificables: la quiebra del IESS, la corrupción, el espionaje, el relativismo jurídico, la fatuidad del poder, la violación de derechos humanos, la politización hasta el desastre de las eliminatorias a Rusia 2018.
No obstante, todos los involucrados, indistintamente, buscan explicarlos desde los argumentos más absurdos e impúdicos. Mienten sin el más mínimo empacho.
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