sábado, 14 de octubre de 2017

  
La versión de los procesados por el supuesto asesinato de David de Romo
Los dueños de la clínica clandestina hablaron con Plan V antes de ser detenidos nuevamente por el caso de David Romo. Aseguraron no haber cometido ningún delito y no conocer al estudiante desaparecido hace más de 4 años. La fiscal Tania Moreno, quien investigó por trata a la pareja, confirmó que en sus indagaciones en el 2013 no halló elementos que vincularan a Romo con la clínica. Ahora aparece un nuevo testigo que incrimina a los esposos, procesados esta vez por asesinato. Esta es su versión de la historia.
10 de octubre del 2017
SUSANA MORÁN
Una historia siempre tiene dos versiones. Esta es la de la pareja que ha sido acusada por el supuesto asesinato del estudiante David Romo, desaparecido desde el 16 de mayo de 2013. Era dueña de una clínica para curar adicciones que operó en el sector de Pisulí, en el norte de Quito. Este centro fue allanado el 7 de noviembre de 2013 porque, según la Fiscalía, allí presuntamente estuvo el joven. No tenía permisos ni personal calificado. Sus dueños eran Carlos Alberto Londoño y Blanca Fueres. Fueron detenidos por la desaparición de Romo, pero después la acusación cambió a trata de personas.
Londoño estuvo preso 2 años y 4 meses. Fueres, 11 meses. Ambos accedieron a una entrevista con Plan V para contar lo que ellos llaman ‘su tortura’. La visita ocurrió el miércoles 27 de septiembre pasado, tres días después de que su casa y una versión reservada del caso Romo apareciera en el programa Visión 360.
En esa versión de la Fiscalía se señalaba a la clínica como el lugar donde Romo había sido supuestamente torturado y asesinado. Ese era un claro giro en el caso que se había mantenido en la incertidumbre por más de cuatro años.
Pero en la entrevista con Plan V, la pareja negó cualquier relación con la desaparición. Se veían aliviados, en algo, porque habían regresado a su vida de comerciantes en el mercado de Cotocollao y sentían lejana la posibilidad de volver a prisión. Pero dos días después, en la madrugada del viernes 29 de septiembre, fueron detenidos nuevamente bajo el cargo de asesinato.
La pareja y la exclínica
Blanca Fueres y Carlos Alberto Londoño aceptan salir en las fotos. “El que nada teme, nada debe”, dice ella sentada en la sala de su casa. Ambos se dedican al faenamiento y a la venta de vísceras en el mercado de Cotocollao. Junto a la casa de tres pisos se observa un cerramiento de bloques con pequeñas y grandes divisiones para los animales. Ese día había un chancho.
El ingreso a la casa de los esposos Londoño Fueres. 
Una puerta de madera rústica y detrás de ella unas escaleras separan a la casa de ese espacio. Las escaleras llevan al segundo piso donde está la vivienda de la familia. La sala es pequeña con un par de sillones y una cartulina pegada en la pared con el mensaje: “Que Dios le regale más sonrisas”. En el primer piso funcionó una clínica que albergó, según cálculos de Londoño, unas 18 personas desde que abrió sus puertas.
¿Tienen aún la clínica? “Eso jamás”, responde la mujer que ha sacado una carpeta con documentos para la entrevista. Desde el allanamiento, el 7 de diciembre de 2013, el centro dejó de operar. Pero su historia se remonta dos años antes cuando Carlos Londoño, que estuvo en recuperación por sus adicciones al alcohol y a las drogas, decidió instalar un sanatorio en su propia casa al que llamó Unión y Esperanza. Aseguró que su objetivo fue ayudar a otros enfermos de su sector. En su opinión, no había nada de malo dar charlas motivacionales. Compró los libros del programa de NA (Narcóticos Anónimos) para seguir las terapias.

Blanca Fueres guarda una carpeta con la documentación de su caso. 
También negó que allí los internos hayan estado encerrados o forzados a trabajar tanto en el desposte de animales como en una construcción. En el expediente, la teoría de la Fiscalía aseguró lo contrario: “Encontrando en el interior del inmueble a 14 personas, entre estos dos menores de edad, a quienes los encontraron en un estado de insalubridad y aislamiento, y que esas personas internas eran obligadas a realizar tareas de faenamiento y a la limpieza de ganado porcino para que posteriormente la acusada acudiera a vender las vísceras en el mercado, que también los obligaban a trabajar en una bloquera del señor Londoño”.
Entre las pruebas que presentó la Fiscalía están las declaraciones de 10 testigos. Dos eran internos de la clínica. Ambos rindieron un testimonio anticipado. Uno dijo “si nos portábamos mal nos castigaban” y la sanción consistía en darles un tablazo o quitarles la comida.  El otro, al contrario, manifestó que en el centro recibió ayuda y que el terapista era alegre y los hacía jugar.

La familia se dedica a la venta de vísceras en el mercado de Cotocollao. En su casa tienen a los animales que después faenarán. 
Los siguientes testimonios son de los policías y del personal del Ministerio de Salud. Consta, por ejemplo, la versión del oficial Jorge Padilla, quien manifestó que cuando llegó al lugar algunas personas le dijeron que se encontraban obligados, que les hacían comer vísceras o los electrocutaban si se portaban mal. Que encontró personas con golpes en la cabeza y en el cuerpo. Y que, según le informaron dos internos, fueron recogidos en la calle sin su consentimiento o el de su familia. Un sicólogo de Salud agregó que uno de los usuarios le contó que recibió maltratos. Otro oficial dijo haber hecho el reconocimiento de un cable eléctrico de tres metros de longitud.
En su defensa, Londoño presentó tres testigos, quienes “indicaron que han estado internos en el centro de rehabilitación Unión y Esperanza y que recibieron ayuda de Carlos Londoño para su recuperación, quien le agradecen porque les daba terapias a distintas horas, que no fueron obligados a trabajar, pero que lo hacían para vivir bien y que en el lugar han permanecido voluntariamente”. Estos testimonios, según el tribunal, contribuyeron a “determinar la existencia del delito”.  
Finalmente, Londoño fue condenado por trata de personas con fines de explotación laboral con el anterior Código Penal, que disponía penas entre 6 y 9 años. Londoño fue sentenciado a la mínima, 6 años, y con atenuantes esta se redujo a dos años en calidad de autor. Dos internos y un terapista recibieron la pena de un año como cómplices del delito. Mientras que Blanca Fueres fue declarada inocente y salió en libertad después de 11 meses de detenida.
 
El informante y David Romo
A la clínica Unión Esperanza se la relacionó con la desaparición de David Romo por la versión de un informante. Esto consta en la sentencia por trata de personas que se siguió contra la pareja. Allí el policía Jorge Padilla menciona que un informante le indicó que en el sector de Pisulí existía una clínica de rehabilitación en la cual habían visto supuestamente a David Romo. Pero en ninguno de los testimonios recabados por la Fiscalía para el juicio hablan del estudiante. Solo un interno narra que el día del allanamiento, los oficiales le mostraron una fotografía de Romo, que no supo reconocer.
La pareja Londoño Fueres recuerda que los policías, cuando allanaron su domicilio, lo primero que preguntaron fue por Romo. Hasta ese día, dijeron a Plan V, no sabían sobre ese caso por el cual fueron investigados inicialmente (ver entrevista ampliada más adelante).
En las indagaciones de la desaparición, en el 2013, aparecieron dos testigos que aseguraron haber visto al joven desaparecido en la clínica. La fiscal Jenny Morales tomó las versiones libres de dos internos, uno de 18 años y otro de 15. Esa diligencia se realizó el mismo día del allanamiento a la casa de la pareja. El mayor aseguró que en junio de 2013 conoció a Romo en la clínica. Le decía el ‘aniñadito’. En la parte principal de su testimonio dice: “No le gustaba dormir en esas camas, no quería dormir, y pasaba como zombi parado en la puerta, no tenía ropa, nunca le visitó un familiar, el dueño le pegaba por cuando él no quería dormir, pasaba desvelado toda la noche, él me dijo que le habían cogido borracho y no ha sabido donde”.  El testigo de 15 años también coincidió en el sobrenombre de ‘aniñadito’. Según él, Romo desperdiciaba la comida en la clínica, en las noches lloraba y pasaba frustrado.
Pero en el 2013, estas versiones no fueron suficientes. El mismo fiscal general de la época, Galo Chiriboga, pidió disculpas por afirmar que en ese centro estuvo el estudiante. “Quisiera ofertarle a esa familia las disculpas públicas de la Fiscalía General del Estado. Era una información que venía de personas de adentro pero que no ha sido debidamente comprobada”, dijo según cita la prensa.
La fiscal subrogante Tania Moreno encabezó las investigaciones del caso de trata contra los dueños de la clínica en el 2013. Ella también confirma que en sus indagaciones no encontró indicios que le hicieran suponer que estuvo allí Romo. “Una vez que se hizo la extracción de la información de la computadora (incautada en el allanamiento), se pidió los registros y documentalmente no encontré en los archivos ese nombre. No había ningún documento que lo vinculara. (...)Nunca se pudo obtener de lo que nosotros vimos la documentación o algún elemento que nos haga presumir que él estuvo allí. Dentro de lo que es mi investigación de trata, yo no tuve nada que lo vincule”, confirmó en una entrevista con Plan V. La fiscal recuerda que en sus investigaciones de trata buscaron a uno de los jóvenes que dijern haber visto a Romo en la clínica, pero que ya no localizaron.
Para el abogado de los esposos, Diego Chimbo, los dos internos aseguraron haber visto a Romo para irse del centro. “La Fiscalía no sabía qué hacer para justificar el operativo que sacaron en todos los medios. A mí creer los agentes que inventaron la información de que allí estuvo David Romo están sometidos a una presión mediática impresionante”.  El Ministerio del Interior informó a diario El Comercio que se investiga a los policías del caso.
Ahora aparece un nuevo testigo, que no estuvo ni en el proceso de trata de personas, ni es uno de los dos primeros jóvenes que aseguraron haber visto al estudiante. Según esta nueva versión, él habría visto que el dueño de la clínica habría quitado la vida a Romo en presencia de su esposa.
¿Por qué aparece este testimonio recién cuatro años después? Alexandra Córdova, madre del joven desaparecido, tuvo acceso a un resumen del expediente reservado del caso. Ella ha sido una de las familiares que más ha visibilizado la lentitud y falta de diligencia en los casos de desaparición en el país. Es por eso que al último fiscal que llevó su caso, Jorge Flores, le puso una queja en el Consejo de la Judicatura porque no había avances en la investigación.
En uno de los escritos del fiscal para defenderse ingresó una pequeña parte del expediente reservado a la queja. Tuvo acceso a este documento en mayo de 2016. Pero lo hizo público recién el 24 de septiembre de este año. “Pensé que iban a darme una respuesta. Me dijeron que ya tenían todo para dar el paso final. Pero no ha pasado nada”.

Alexandra Córdova, madre de David Romo, lleva su propio expediente de la desaparición de su hijo hace más de 4 años. 
En esa parte del expediente, según narra la madre, afirma que su hijo fue muerto de la peor manera, “hecho mil pedazos”. Pero para ella esta versión le trae más interrogantes: “Si mi hijo estaba en el sector de Rumicucho (Mitad del Mundo), en el bus N4 y el controlador robó su teléfono, ¿cómo llegó a esta clínica?, ¿quién lo llevó?”.  “A toda costa quisieron hacer ver que mi hijo que era un alcohólico,drogadicto y que por eso estaba en la clínica”.
Cinco días después de que hiciera pública esta versión, el pasado 29 de septiembre, la Policía detuvo a los esposos Londoño Fueres por supuesto asesinato. Fueron capturados en su puesto del mercado de Cotocollao. Un día después, en la audiencia de formulación de cargos, se levantó la reserva del expediente. Allí se mencionó como prueba el nuevo testimonio. En la audiencia, Londoño relató lo siguiente: “El sr (Plan V omite el nombre) me dijo lo que necesitamos un culpable para que esta vieja se quede tranquila, me dijo dame un diente de David Romo y establecer la identidad. Un capitán hoy también me dijo ayúdanos, ya no quiero estar en esta pendejada y luego de mandamos a Brasil (sic)”.
Mientras que la señora Fueres reclamó a los operadores judiciales que si tenían el tecle donde, según la nueva versión del testigo, fue colgado el joven desaparecido, “¿por qué no hicieron la prueba del ADN”. “En mi casa excavaron 15 metros de profundidad en el 2013, el pozo séptico succionaron el agua”.
En efecto, la casa de estos esposos fue intervenida en el 2013. En el lugar se hizo un gran orificio con retroexcavadoras. En los archivos de la familia, hay 24 fotografías que registran los daños. Elena Fueres, hermana de Blanca, tomó las imágenes mientras sus familiares estaban presos. Lo hizo pese a las trabas que le pusieron los agentes. De esas excavaciones, la arena fue cernida, según recuerda. También vio cómo llegaron tanqueros para extraer los desechos del pozo séptico, pues en este barrio no había alcantarillado. “Pero no encontraron nada”.
Después de su primer proceso, la familia aprendió a recolectar pruebas. Como las imágenes de las perforaciones en el patio de la casa. Recuperó también videos de las fiestas que hacían con los internos y audios de sus testimonios.


Elena Fueres (centro), hermana de Blanca, asumió el cuidado de los hijos de la pareja mientras estuvieron presos. 
Blanca Fueres cuando fue declarada inocente y salió de prisión regresó a su casa. Pintó los exteriores de naranja para cubrir el color blanco con el que apareció su casa en todos los medios. Y para pasar la página.
 “Han destrozado dos familias”
Entrevista a la pareja Carlos Londoño y Blanca Fueres
Esta entrevista fue realizada el 27 de septiembre de 2017 por Plan V en la casa de la familia Londoño-Fueres, dos días antes de que la pareja sea nuevamente detenida por la desaparición de David Romo. Ellos han mantenido siempre que nunca conocieron al joven estudiante. Plan V publica íntegro su relato.
¿Quiénes son ustedes?
Carlos Londoño: Yo soy una persona enferma. Soy alcohólico drogadicto. Me interné en un centro de rehabilitación en Tumbaco. Estuve allí cuatro meses y (en ese tiempo) puse de mi parte y me di cuenta que era verdad lo que me decía el programa de NA (Narcóticos Anónimos). Entonces salí y como yo tenía el espacio en mi casa, tomé la decisión de ayudar a las personas que dormían en la calle, en las quebradas. Porque yo soy un adicto y yo sé lo que es una calle y el sufrimiento de una persona que no tiene nadie que lo apoye. Entonces tomé la decisión de donar el primer piso y que el señor Mauro Cevallos pusiera el centro de rehabilitación. Él también es una persona alcohólica drogadicta, pero tenía estudios. Él era el que pasaba más con los internos, porque yo siempre he trabajado con mi mujer en el mercado de la Ofelia (Cotocollao). Nos dedicamos a la venta de vísceras.

Antes del proceso por trata de personas, la pareja no registraba antecendentes penales. 
¿Cuántas personas pasaron por la clínica?
Carlos Londoño: Estarían 18 y 20 personas,  pero no estuvieron aquí todo el tiempo. Había familias que me decían. ‘don Carlos me lo voy a llevar para ver cómo está sobresaliendo y que venga los fines de semana acá para que el muchacho trabaje, y yo poder ver cómo está superando la enfermedad’. las familias venían acá por lo menos cuando había un cumpleaños de un interno. Les enseñábamos que no era necesario tomar alchohol para ser feliz.
Nunca hubo una puerta, como una prisión. Como usted acaba de ver el portón abierto, cuando (hubo) la clínica siempre estuvo así. Los internos salían, conversaban con la señora de la tienda. No había por qué tenerlos encerrados. Decían que los esposábamos, no. La familia (del interno) tomaba la decisión si lo dejaba seis meses o un año.
Seguíamos el programa NA, el doce pasos, las doce transmisiones. Compré los libros (del programa NA). Todos se me los llevaron el día del allanamiento.
¿Los internos pagaban por estar en la clínica?
Carlos Londoño: Las personas que tenían pagaban 100 o 150 dólares al mes. Y los que no, nos daban un quintal de arroz o de azúcar. Nunca lo hicimos con fines de lucro. Fue con el fin de ayudar.
Pero no era una clínica certificada para este tipo de tratamientos.
Carlos Londoño: Sí teníamos una psicóloga que iba a empezar a tratarlos. Estábamos empezando a mejorar, tener la psicóloga, la trabajadora social, ya estábamos comprando la camilla y hacer un cuarto médico para las desintoxicaciones con sueros y complejos. No hacíamos eso, solo charlas motivacionales, de adicto para adicto.
¿Los internos eran del barrio?
Los internos eran más del sector de la Roldós y la Pisulí. El más viejo tenía 30 años.
Blanca Fueres: No era trabajo. Era más una forma de ayuda. Porque mi esposo pasaba con los muchachos. Más que clínica era un grupo de ayuda porque prácticamente ellos salían, veían qué hacían y yo nunca vi nada malo. Mi esposo se destruyó en la drogas. Hay  videos (de los cumpleaños) que se ven cómo son felices. Allí no se oculta nada. Los familiares venían. Se ve a los muchachos (en los videos) que son felices claramente. Mi esposo se dedicaba a estar con los muchachos. Yo siempre trabajé en mi negocio, nunca dejé de trabajar desde el 2002 en el mercado de Cotocollao. Y trabajo honradamente.
¿Los internos ayudaban en estas labores?
Blanca Fueres: Lo mío era muy aparte y por eso nos juzgaron por trata supuestamente de explotación laboral. Porque ellos trapeabana donde ellos ensuciaban. Lavaban los platos que ellos comían. Tendían las camas de ellos.
¿Esas denuncias de maltrato, ustedes las niegan?
Carlos Londoño: Totalmente.
Blanca Fueres: Yo sí, las niego. Porque si habían estas versiones, el momento de la audiencia el 15 de agosto de 2014 por qué las personas no se presentaron. Se supone que ellos eran claves para la audiencia en el Tribunal Quinto. Nunca fueron. Solo fueron policías. Fueron muchachos que estuvieron en el grupo de mi esposo. Ellos atestiguan, como cinco, a favor de mi esposo.
¿Qué pasó el 7 de noviembre de 2013, el día del allanamiento?
Blanca Fueres: Me levanté a las 04:00  cuando ya vi a los policías trepados por las paredes. Les abrí la puerta. Lo primero de ellos fue (preguntar) ‘¿dónde está David Romo?’. Les dije  ‘¿quién es él?’. Me dijeron ‘el chico desaparecido’. Pero yo hasta ese momento, ese día, no sabía que el muchacho estuvo desaparecido. Empezó la tortura desde allí a nosotros.  
Carlos Londoño: Yo salí al balcón y me preguntaron: ‘tú eres Carlos Londoño’. Yo le dije que sí. Y me dijeron: ‘al piso, ¿dónde tienes el armamento? Verás que ya nos dijeron que tienes armamento y droga. Porque vos sales a robar y a vender droga en las noches’. Me quedé asombrado. Me dijeron: ‘Acá abajo en el primer piso, los internos ya me dijeron que aquí está David Romo. Y quiero que así como nos ayudó el interno, asimismo quiero que vos nos digas la verdad’. Desde el primer momento que me preguntaron yo les dije que nunca lo había visto, nunca lo he conocido. Jamás ha pisado ese portón de aquí para acá. Nos detuvieron. Buscaron el armamento, la droga, al final no encontraron nada. Abrieron el portón, metieron una buseta acá en el patio, nos sacaron al patio y nos dijeron que estábamos detenidos.   
Yo tenía en ese tiempo una camioneta y un automóvil. Tenía los contratos en blanco porque recién los había comprado. Los papeles los tenía donde mi suegra. Llamé a mi hermano y le pedí que traiga los contratos en blanco porque estoy con un problema. Viene y los entrega a la Fiscalía. Y nos dijeron que esos contratos son falsos, que están recién hechos y que esos carros eran robados. Y también se lo llevaron detenido.
(Nos fuimos detenidos) a mi hermano, yo, mi esposa, dos internos, Mauro Cevallos y una abogada funcionaria pública que era enamorada de Mauro Cevallos. (El día anterior) era el cumpleaños de un muchacho.  Ese día nos quedamos hasta las 12 de la noche, celebrando y bailando y ella pidió quedarse porque se hizo muy tarde. Y justo esa noche se da el allanamiento.
A nosotros nos llevaron por el caso de David Romo. Pregunté a la Policía si nos va a llevar presos y me dijeron que no, que solo debo responder unas preguntas sobre el chico. Nos llevaron a unos calabozos. Nos sacaron de uno en uno a preguntarnos si lo habíamos visto. Nos tuvieron encerrados hasta las 17:00 en Flagrancia. En la madrugada nos hicieron la audiencia y quedamos detenidos.
En los detenidos también estuvieron Jonathan R. y Roberto E., quienes eran internos. Ellos dormían en el segundo piso. Según decían que ellos eran mi mano derecha y mi brazo izquierdo. Y como eran de mi confianza, que ellos sabían y también los llevaron. Estuve dos años y cuatro meses en la cárcel.
Blanca Fueres: Yo estuve 11 meses presa. Salí el 17 de agosto de 2014 con una sentencia de inocencia en el Tribunal Quinto.
¿Qué derechos suyos han sido vulnerados?
Blanca Fueres: La Fiscalía no investigó y no investiga muy bien. Porque solo con unas versiones de un muchacho, no es para que nos dañen así. Los daños sicológicos de mis hijos, de nosotros. Hemos pasado por demasiado. Y ellos se basan en una versión de 2013 y si las tenían, ellos tenían que haber investigado. Pero no. Se aferraron contra nosotros. A mi esposo lo llevaron dos años. Cuando fui a retirar la boleta de libertad a los dos años, se asomó supuestamente un teléfono de celular en la celda de mi esposo. ¿Cómo va aparecer si mi esposo ya estaba libre? Le formularon (nuevamente) cargos. Esto fue en Latacunga.

A la izquierda: una hoja escrita a mano y firmada por la fiscal Laura Machuca fue el documento para la entrega de la casa allanada. A la derecha: las excavaciones en el patio de la casa.  Fotos: Archivo de la Familia Londoño
Carlos Londoño: Me dijeron que tenía una boleta de captura por tener artículos prohibidos en el Centro de Rehabilitación Social. Fue como un secuestro, no dieron información a nadie.
Blanca Fueres: Ahí le dieron 4 meses más. Pedí al juez que me dé la boleta de libertad de mi esposo. Me la entregan y en la cárcel no me la aceptaron por ser sábado. Ni el domingo, ni el lunes. Los abogados llegaron el martes y los mandaron sacando. Puse una denuncia contra el director de la cárcel por detención ilegal. Presentamos un escrito a las 13:00  acerca de que le van a poner otro celular a mi esposo. A las 21:00 le pusieron el celular. Estamos en un juicio por este caso. (En  marzo de 2016, el abogado de la familia denunció estos incidentes en un video).
¿Cómo quedó esta casa después del allanamiento?
Blanca Fueres: Cuando yo salí casi al año, vine y vi todo destrozado. Arreglé y seguí con mi vida. Porque yo no tengo nada que ocultar y siempre tendré la frente en alto. Yo no tengo por qué huir. Mis hijos estudian en la escuela que yo estudié. Yo vivo en este barrio 10 años. No nosotros no somos ningunos delincuentes que hemos estado un mes acá, otro mes allá. Y eso es lo que el juez del Tribunal Quinto se dio cuenta. Jamás en la vida nos había pasado algo así.
Carlos Londoño: Yo soy colombiano, pero yo ya llevo más de 20 años aquí. Yo vine desde peladito acá. Si en mi país que es peligroso jamás he tenido problemas con la ley, peor para venir a un país ajeno y meterme en problemas
Cómo familia, ¿qué piden de la justicia?
Blanca Fueres: Solo que se aclaren las cosas. Nos duele porque están enfocando nuestra casa, nosotros vivimos aquí. Mis hijos tienen 18, 16 y 12 años. Fue un daño sicológico terrible. Imagínese volver a vivir esto. Como le dije a la mamá de David: ‘somos dos familias que nos acabaron’. A mí sin tener nada que ver porque después de que salí de la cárcel me llamó la fiscal Laura Machuca a dar versiones nuevamente. Y fui. El que nada debe, nada teme.
¿Cómo vivió el encierro?
Carlos Londoño: Me tuvieron un tiempo en mediana seguridad, luego a máxima. Luego me bajaban a mediana. Me tenían de un lado a otro. Un día me llegó el rumor de que me iban a matar: ‘Verás colombia que hay ese rumor’. Pero siempre me he llevado (por el dicho) de que el que nada debe nada teme. Y yo no he hecho nada, nunca le tomé atención. Pero siempre que cumplí mi condena, tuve problemas para salir libre.
¿En la actualidad tienen la clínica?

Blanca Fueres: Eso jamás. Toda la vida he trabajado en mi mercado y eso nos ha mantenido. Mi esposo trabaja conmigo y no tenemos nada que decir a nadie.

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