¿Y ahora qué hará la izquierda?
¿Votar o no por Guillermo Lasso? La izquierda, o lo que se ha entendido como tal en el país, está ante ese dilema. Que esta decisión se haya vuelto disyuntiva para algunos colectivos y partidos, prueba que los prejuicios políticos siguen siendo, para algunos, superiores a los valores democráticos.
La izquierda no solo fue botada de este gobierno: ha sido perseguida. Algunos de sus miembros han sido espiados, seguidos, golpeados, enjuiciados y encarcelados. Algunas comunidades indígenas han sido militarizadas. Algunos territorios entregados a mineras sin tener en cuenta el punto de vista de la comunidad. Hay retrocesos evidentes en derechos ciudadanos cuya lista elaboró en algún momento Alberto Acosta; lista que se ha alargado.
Muchos de esos colectivos tildan abiertamente a este gobierno de dictadura. Lo han denunciado, ante organismos nacionales o internacionales, por atentados a los derechos humanos. Han señalado su carácter extractivista. Lo acusan de ser un gobierno corrupto. Con matices, estos análisis y estos calificativos son compartidos por movimientos o partidos como Pachakutik, Unidad Popular o Izquierda Democrática. Jorge Herrera, presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, CONAIE, los usó ayer (1 de marzo) en Sonorama.
Y sin embargo, apenas se supo que habría segunda vuelta, algunos se adelantaron a decir que entre la derecha de un banquero y este gobierno no había cómo escoger. Paco Moncayo y Wilma Andrade, de la Izquierda Democrática, preconizaron esa postura. Carlos Pérez Guartambel dio una señal inversa: “es preferible –dijo– un banquero que una dictadura”.
.@notihoyecuador Insisto: Jamás voy a apoyar a un sistema corrupto y corruptor como el del actual gobierno. Nunca apoyaría a Lenin Moreno.
Con los días, Paco Moncayo reconsideró su posición y dijo que no podría votar por un gobierno corrupto. Pero aterrizó en un terreno que puede resultar tan o igualmente azaroso. Se trata de exigir que el candidato que llegó primero en la oposición asuma una parte esencial del programa que sumó 7% de electores. Esta actitud no es nueva en la izquierda y, en la mayoría de casos, ha desembocado en la imposibilidad de una alianza o, por lo menos, de un apoyo electoral. El dilema planteado por Pérez Guartambel o Jorge Herrera es diferente: la sociedad está, para ellos, ante la exigencia de generar una alternancia política a un régimen que, desde hace diez años, concentra todos los poderes y los ejerce en forma autoritaria.
Esa postura coincide con la de otros demócratas que sostienen que el país, en esta elección, no escoge entre dos candidatos que, en un juego democrático, hacen propuestas que pueden ser equiparadas. El dilema esta vez es: continuar con el régimen que esa izquierda ayudó a subir al poder y luego combatió y padeció, o recrear las condiciones democráticas para que las diferencias políticas y de visiones puedan volver a competir sin tener un Estado que las criminalice. Y las persiga. La disyuntiva no es abandonar convicciones para adherirse a la centro derecha. Es entre autoritarismo y retorno a la democracia.
Esa postura coincide con la de otros demócratas que sostienen que el país, en esta elección, no escoge entre dos candidatos que, en un juego democrático, hacen propuestas que pueden ser equiparadas. El dilema esta vez es: continuar con el régimen que esa izquierda ayudó a subir al poder y luego combatió y padeció, o recrear las condiciones democráticas para que las diferencias políticas y de visiones puedan volver a competir sin tener un Estado que las criminalice. Y las persiga. La disyuntiva no es abandonar convicciones para adherirse a la centro derecha. Es entre autoritarismo y retorno a la democracia.
Esta circunstancia es un reto para cierta parte de la izquierda ecuatoriana. La obliga a confrontar su historia con la práctica política de un gobierno que, habiendo usado sus banderas, también aplicó algunos de sus viejos postulados: partido único, Estado convertido en el único intérprete de la voluntad popular y único representante de la sociedad. Concentración del poder en manos de un caudillo. Verdad única convertida en catequesis y difundida por todos los canales del Estado. Desconocimiento absoluto de cualquier oposición convertida en amenaza y perseguida.
Esa izquierda tiene que probar su reencuentro y apego a esa democracia formal que llamaba burguesa y que siempre combatió. Ese es uno de los cambios fundamentales que reconoció Enrique Ayala Mora en una entrevista en este sitio. Tras diez años de correísmo esa izquierda debe probar, como parte de su renovación, que está reconciliada con los valores básicos de la democracia: la división de poderes, la fiscalización pública, la transparencia administrativa, la libertad de expresión, la alternancia política, las libertades civiles, el valor de cada persona, la convicción de que la sociedad controla al Estado y al gobierno y no al revés… Volver, en una palabra, a la visión republicana, a las libertades republicanas.
Ese es el reloj que los demócratas, de todos los bordes, tienen que poner a la hora. Lasso está obligado a hacer lo mismo haciendo una propuesta de gobierno acotada e incluyente que recupere la democracia. Defender un programa de partido o maximizar las exigencias, pretendiendo incluir todo en un programa (lo económico, lo social, las particularidades de cada grupo social, étnico o político), es volver al pasado para no salir de él. Es no entender el destrozo que produjo el correísmo en la vida democrática del país.
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