martes, 21 de marzo de 2017

El correísmo se devora

JUAN CUVI 

El correísmo enfrenta su contradicción más dramática. Como todo proyecto populista, solo puede sobrevivir devorándose a sí mismo. Mordiéndose la cola, como la mítica serpiente (el uróboros) que representa el esfuerzo inútil, el comenzar de nuevo, el fin de un ciclo. Los que lo votan lo botan podría resumir esta situación. Tanto los sectores medios que ingresaron en la vorágine del consumo, como los sectores populares que experimentaron un inédito y ansiado ascenso social gracias al despilfarro, hoy se desmarcan del oficialismo. Son sectores que en un momento apoyaron el cambio, pero que hoy se han vuelto conservadores. No solo exigen más –en una situación en la que el derroche resulta inviable–, sino que quieren preservar a toda costa lo conseguido. Tienen miedo a perder lo poco o lo mucho que han alcanzado en estos años de abundancia. No están para veleidades revolucionarias, como las que insinúa el oficialismo, porque podrían poner en riesgo sus pequeños intereses. Más bien optan por darle la espalda, como ocurrió en las elecciones del 19 de febrero. El correísmo creó una masa electoral que se alimenta del clientelismo político. Que devora los fondos públicos. Tiene un hambre insaciable, exponencial. Una vez agotadas las arcas estatales, no hay con qué alimentarla. Para satisfacer esa glotonería, toca sacar recursos de sus propios bolsillos: endeudamiento agresivo (cuya factura pagaremos todos tarde o temprano), reducción de subsidios, impuestos. El populismo consume sus propias fuerzas y lentamente se disuelve. En biología, este proceso se conoce como autofagia. La exacerbación del caudillismo surge entonces como la única estrategia para contener la disolución del proyecto. Hay que depositar todas las expectativas en la palabra y la imagen del caudillo, convertirlo en el principal referente de la acción política. Luego de las elecciones de febrero, Alianza País ha convertido a Rafael Correa en su candidato a la Presidencia de la República. Él copa el espacio mediático, define la agenda, genera los conflictos y establece las condiciones para el próximo período. Amenaza a Lasso con quedarse si gana; apela a la muerte cruzada sin siquiera regresar a ver a los principales involucrados, es decir a los asambleístas verde-flex. En fin, opaca a Lenín Moreno sin medir las consecuencias electorales. Poco le importa que, de ganar, llegue sumido en una debilidad paralizante. El esquema funciona con un trasfondo demagógico impresionante: se atropella la ética y la ley sin el más mínimo recato, se traspasa con la propaganda los límites de la decencia, se fanatiza al electorado a través de la nostalgia y las promesas. Los correístas saben que el 2 de abril se juegan la vida. Querrán hacer lo imposible por sobrevivir

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