El edén correísta es pura ilusión
¿De qué sirven sus anuncios de rectificaciones, de cambio de estilo o de mano tendida si permite una campaña plagada de demagogia, abusos e ilegalidades? Si llega a la Presidencia de la República tendrá que cargar con un lastre demasiado pestilente como para inaugurar una época diferente, tal como tibiamente lo esboza.
22 de marzo del 2017
POR: Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Moreno se ha convertido en un engranaje más de la maquinaria populista de la cual insinuó desmar-carse".
Lenín Moreno no pudo escapar del remolino de atropellos y delirios al que lo arrastró el correísmo. Algo intentó al inicio, cuando su nombre empezó a sonar como candidato de Alianza País. Pero el férreo aparato de control de la cúpula verde-flex lo llamó al orden con un severo tirón de orejas. Fue cuando se pronunció en contra de la reelección indefinida, pese a que al final terminaron aceptándola. Quedó claro que él tenía que someterse al libreto, al estilo, a los tiempos y a las condiciones impuestas por el caudillo. Cualquier asomo de autonomía quedó proscrito.
Lo demás ha sido una repetición mecánica del mismo esquema. Cada vez que Moreno ha pretendido generar sus propias iniciativas —o imponer sus condiciones— se ha visto obligado a recular, a retractarse. No pudo definir a su compañero de fórmula ni a sus candidatos a la Asamblea Nacional; no ha podido cuestionar las políticas fracasadas del régimen; no logró sacar a Correa de la campaña electoral. Sus aparentes diferencias y particularidades lucen planificadas. Su espontaneidad es premeditada. Ahora se sospecha que hasta la camisa blanca que usa en campaña es una concesión de los jerarcas del oficialismo para aligerar su imagen.
Hoy, Moreno se ha convertido en un engranaje más de la maquinaria populista de la cual insinuó desmarcarse. ¿De qué sirven sus anuncios de rectificaciones, de cambio de estilo o de mano tendida si permite una campaña plagada de demagogia, abusos e ilegalidades? Si llega a la Presidencia de la República tendrá que cargar con un lastre demasiado pestilente como para inaugurar una época diferente, tal como tibiamente lo esboza. El uso impúdico de recursos públicos para apuntalar su candidatura —por citar uno de tantos desafueros— es causa suficiente como para restarle legitimidad a su eventual mandato. No se diga el desbocado ofrecimiento de promesas que al final quedarán en el archivo.
Ganar las elecciones a cualquier costo es la consigna del correísmo, y Lenín Moreno ha plegado a ella con fe de carbonero. Poco importa que su discurso desnude la falacia fundamental del gobierno de Correa: durante una década no hubo ni los cambios ni los logros que se pregonan desde la propaganda oficial. Por eso Moreno tiene que ofrecer tantas obras y medidas pendientes; por eso apela a esa gigantesca población que aún permanece marginada y empobrecida, pese a los bonos y dádivas entregados durante diez años de burdo clientelismo. Moreno se muerde la cola: para ganar votos tiene que aceptar, indirectamente, que el correísmo ha sido un fracaso.
Hoy, por boca del propio candidato del gobierno, los ecuatorianos nos enteramos que hay una cantidad de políticas que han sido una ficción, que más es lo que queda por hacer que lo que se ha hecho. El edén correísta ha sido pura ilusión.
Lo demás ha sido una repetición mecánica del mismo esquema. Cada vez que Moreno ha pretendido generar sus propias iniciativas —o imponer sus condiciones— se ha visto obligado a recular, a retractarse. No pudo definir a su compañero de fórmula ni a sus candidatos a la Asamblea Nacional; no ha podido cuestionar las políticas fracasadas del régimen; no logró sacar a Correa de la campaña electoral. Sus aparentes diferencias y particularidades lucen planificadas. Su espontaneidad es premeditada. Ahora se sospecha que hasta la camisa blanca que usa en campaña es una concesión de los jerarcas del oficialismo para aligerar su imagen.
Hoy, Moreno se ha convertido en un engranaje más de la maquinaria populista de la cual insinuó desmarcarse. ¿De qué sirven sus anuncios de rectificaciones, de cambio de estilo o de mano tendida si permite una campaña plagada de demagogia, abusos e ilegalidades? Si llega a la Presidencia de la República tendrá que cargar con un lastre demasiado pestilente como para inaugurar una época diferente, tal como tibiamente lo esboza. El uso impúdico de recursos públicos para apuntalar su candidatura —por citar uno de tantos desafueros— es causa suficiente como para restarle legitimidad a su eventual mandato. No se diga el desbocado ofrecimiento de promesas que al final quedarán en el archivo.
Ganar las elecciones a cualquier costo es la consigna del correísmo, y Lenín Moreno ha plegado a ella con fe de carbonero. Poco importa que su discurso desnude la falacia fundamental del gobierno de Correa: durante una década no hubo ni los cambios ni los logros que se pregonan desde la propaganda oficial. Por eso Moreno tiene que ofrecer tantas obras y medidas pendientes; por eso apela a esa gigantesca población que aún permanece marginada y empobrecida, pese a los bonos y dádivas entregados durante diez años de burdo clientelismo. Moreno se muerde la cola: para ganar votos tiene que aceptar, indirectamente, que el correísmo ha sido un fracaso.
Hoy, por boca del propio candidato del gobierno, los ecuatorianos nos enteramos que hay una cantidad de políticas que han sido una ficción, que más es lo que queda por hacer que lo que se ha hecho. El edén correísta ha sido pura ilusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario