viernes, 31 de marzo de 2017

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Guillermo Lasso, el candidato que disputa la segunda vuelta presidencial con el candidato oficialista Rafael Correa, durante el acto de cierre de campaña el 29 de marzo de 2017 en Quito. CreditDolores Ochoa/Associated Press
QUITO — A las cinco de la tarde del 19 de febrero de 2017, en Ecuador se anunciaron dos victorias electorales. En una, Lenín Moreno, el candidato presidencial por el partido oficialista Alianza País se declaraba el nuevo presidente de Ecuador. Según la encuesta a boca de urna de la consultora Opinión Pública —difundida por Ecuador TV, el canal estatal de televisión— Moreno, exvicepresidente de Correa, había obtenido más del cuarenta por ciento de los votos válidos y una ventaja de más de diez puntos sobre el segundo candidato más votado, el opositor Guillermo Lasso. Según la ley ecuatoriana, ese margen de votos le daba la presidencia sin necesidad de un balotaje. “Hemos ganado las elecciones en justa ley”, dijo Lenín Moreno.
A la misma hora, pero más de cuatrocientos kilómetros al sur, en Guayaquil, Lasso daba como cierta la información de la encuestadora Cedatos: según sus números, Moreno no llegaba a la meta del cuarenta por ciento y Lasso lo seguía nueve puntos detrás. “Más del 60 por ciento de los ecuatorianos le dijo No al gobierno, ellos quieren un cambio”, dijo Lasso, y anticipó que, con el paso de las horas, la diferencia de votos se iba a reducir, confirmando la segunda vuelta.
Hace diez años que el Ecuador no va a una segunda vuelta como lo hará este domingo 2 de abril de 2017. La última fue en noviembre de 2006, cuando Rafael Correa derrotó al excéntrico magnate bananero Álvaro Noboa. Desde entonces, el país había vuelto a votar dos veces más por presidente (en 2009 y 2013) y en ambas ocasiones, Correa ganó en la primera ronda.
La tensión callejera, los gritos de fraude de lado y lado y los rumores sobre descontentos militares que se reprodujeron en los días posteriores a la primera vuelta, eran un síntoma de la fragmentación que ha sufrido el país desde siempre, y que se profundizaron durante la década de gobierno de Correa.
Recién la noche del 22 de febrero, Juan Pablo Pozo, presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE) anunció oficial y solemnemente que habría una segunda vuelta. Horas antes, en un encuentro con medios internacionales, Correa reconoció que su partido había quedado “a medio punto de ganar en primera vuelta” y dijo que contemplaba la posibilidad de que su partido —que tendrá una apretada mayoría en el congreso— aplicara el mecanismo legal de muerte cruzada (un recurso constitucional que le permite tanto al presidente como a la asamblea cesar al otro en sus funciones con la obligación de convocar a elecciones presidenciales y legislativas). Su anuncio tuvo tono de amenaza: “La mejor forma de tenerme lejos un tiempo es que se porten bien. Si se portan mal nos vemos en un año y los volvemos a derrotar”.
El 10 de marzo de 2017 arrancó oficialmente la campaña que terminará en la elección del 2 de abril de 2017. Muy pronto el país se partió entre quienes votarán por Lasso por convicción o por salir del correísmo, y quienes creen que Moreno permitirá ampliar la oferta de servicios sociales e infraestructura que le dio alta popularidad al gobierno de Alianza País.
La caída sostenida de los precios del petróleo desde 2015, la apreciación del dólar —que Ecuador usa como moneda propia y que no puede devaluar— han puesto al Ecuador en una crisis económica que causó la pérdida de casi 350 mil empleos en un año. Sumada a los efectos del terremoto de 7,8 grados de intensidad que destrozó pueblos enteros en las provincias costeras de Manabí y Esmeraldas en abril de 2016, los casos de corrupción en Petroecuador —la compañía estatal petrolera—, la denuncia de que la constructora brasileña Odebrecht habría pagado sobornos a funcionarios ecuatorianos entre 2007 y 2016, y sin su mejor carta electoral —el presidente Correa— la permanencia en el poder de Alianza País parece, por primera vez desde su ascenso, en riesgo.
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Rafael Correa abraza a su exvicepresidente, Lenín Moreno, durante la convención del partido Alianza País en la que Moreno fue elegido como candidato presidencial del oficialismo, en octubre de 2016. CreditDolores Ochoa/Associated Press
Cedatos, la consultora que atinó el pronóstico de que habría una segunda vuelta, publicó el 21 de marzo su más reciente encuesta: Moreno aventaja a Lasso 52,4 por ciento a 47,6 por ciento. Hay un margen de error del 3,4 por ciento en esa medición. Es un empate técnico que otras firmas corroboran, aunque unas pocas como Opinión Pública —la misma que anunció que no habría balotaje— dicen que Moreno adelanta a Lasso con más de catorce puntos.
La elección del domingo 2 de abril cerrará una campaña que ha sido descarnada y que en los últimos días tuvo un incidente de violencia: el 28 de marzo, cuando salía del estadio Olímpico Atahualpa de Quito, después de ver el partido de las eliminatorias al mundial de Rusia 2018 entre Ecuador y Colombia, una turba recibió a Guillermo Lasso y su esposa, María de Lourdes Alcívar, afuera del estadio. Primero lo abuchearon y después le lanzaron las vuvuzelas que habían llevado. Lenín Moreno rechazó la violencia, pero el candidato a Vicepresidente de Alianza País, Jorge Glas, dijo que podía haberse tratado de un autoatentado para victimizarse. La declaración sigue la tónica general de una competencia de entradas desleales, de insultos y amenazas.
El último tramo de la carrera electoral de 2017 se ha parecido más a una pelea de vida o muerte que a un proceso democrático. Para muchos en Ecuador es, más que elegir un presidente, una manera de recuperar la democracia de las manos de un gobierno autoritario y corrupto. Para otros es la batalla por evitar el regreso al poder de las élites que causaron el feriado bancario, la mayor crisis económica y social de la historia del Ecuador, y de la que acusan a Guillermo Lasso de ser parte.
La realidad es que, pase lo que pase el 2 de abril, al día siguiente el Ecuador seguirá ahí, con los desafíos intactos. Podría ser un momento propicio para que —gane quien gane— el país aproveche el fin de la hegemónica presencia de Rafael Correa en el debate público para intentar una reconciliación que hoy —a pocas horas de votar por su sucesor— parece lejana.

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