Moreno: la candidatura del insalvable déficit moral
La candidatura de Lenin Moreno puede tener toda la musculatura que se necesita para ganar las elecciones pero está viciada por un problema moral insalvable.
Desde su nacimiento, el operativo electoral diseñado para Moreno se asentó sobre un andamiaje fraudulento. Cualquier cosa que de ahí salga llevará como marca de identidad una fisura ética indeleble.
Cuando el buró político del Gobierno envió a Moreno a radicarse en Ginebra lo hizo con el doble propósito de que su presencia en el Ecuador no sea incómoda para el gobierno, dada su alta popularidad, y de mantenerlo en hibernación para, sin que se contamine de la cotidianidad política del país, convertirlo en una alternativa electoral ganadora. Ambas cosas se hicieron mediante el uso ilegítimo e ilegal de fondos públicos. Moreno no es funcionario público y no puede recibir dineros del Estado. Todo el misterio, el secretismo y las contradicciones burdas con las que el aparato correísta mantuvo el tema por varios años no hizo sino confirmar las peores sospechas sobre su legalidad y ética. El mismo Moreno nunca dio una explicación y hubo que esperar a que los periodistas de Mil Hojas revelaran que él mismo fue quien exigió, a través de una carta al Ministerio de Finanzas, un millón 660 mil dólares como punto de partida para su establecimiento en Ginebra. ¿Qué garantías de transparencia en el ejercicio público puede tener alguien que actuó así en un tema tan delicado?
Peor aún, para darle una fachada de legitimidad a la entrega de esos recursos, el presidente Rafael Correa emitió un decreto que lleva en sus entrañas la sospecha de peculado. La entrega de fondos públicos a un ciudadano que no es funcionario ni proveedor del Estado es un delito imprescriptible. Tarde o temprano, alguien pedirá cuentas al que firmó el papel que permitió regalar fondos públicos al ahora candidato. Y Moreno también tendrá que responder.
Lo más grave, sin embargo, no está en la incorrección con la que se construyó este operativo pre electoral con sede en Ginebra, sino el hecho de que Moreno aceptó sus reglas, participó en él y lo ocultó mientras fue posible. Una persona con sólidos principios y con una ética pública intachable jamás hubiera aceptado las condiciones en las que se planteó su hibernación en Ginebra, ni hubiera ocultado un tema que incumbe a los verdaderos propietarios de los fondos de los que ha vivido. Y Moreno hizo todo eso.
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Pero las deudas éticas de Moreno no quedan ahí. También están las que tienen que ver con la posición ética y moral que adoptó frente al abuso de poder y a la destrucción de la institucionalidad democrática durante los diez años de correísmo. Cuando Moreno llegó a Quito para presentarse como candidato, dijo que venía para ofrecer una mano extendida al diálogo. El problema no está en que esa oferta sea sincera o no, sino que llega de alguien que guardó silencio y fue impasible frente a los atropellos e intolerancias de Rafael Correa y toda la corporación política que ha gobernado el Ecuador en los últimos 10 años. Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto, lo dijo alguna vez: “Es necesario que tomemos partido. La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima. El silencio estimula al torturador, nunca al torturado”. Y sí, el silencio de Moreno operó como el silencio del que habla Wiesel cuando, por ejemplo, Correa destruyó con perversidad sin par la vida del coronel César Carrión enviándolo por más de 6 meses a la cárcel sin una sola prueba en su contra, o cuando quiso destruir a diario El Universo por un arrebato de vanidad y orgullo. ¿Cómo verán los 10 de Luluncoto esa mano que no estuvo extendida cuando la necesitaban? ¿Cómo verán los de Dayuma la mano de Moreno que permaneció yerta los días en que fueron reprimidos brutalmente? Moreno calló cuando se necesitaba que la voz de la decencia y la honestidad se pronunciara. Lo hizo no solo cuando fue Vicepresidente sino también cuando se desempeñaba como supuesta reserva moral del correísmo con residencia de lujo en Ginebra. ¿Qué dijo ante la represión que hubo en Saraguro? ¿Hizo algo para que Manuela Piq no fuera expulsada del país en el que tenía todo el derecho a permanecer? La lista de sus silencios es larga, tan larga como numerosos son los episodios en los que Correa y su aparato abusaron del poder. Y el silencio frente al abuso solo ayuda a los verdugos, no a las víctimas. Wiesel lo sabe.
La aparente bondad, los chistes, las anécdotas, la presencia del papá, el lirismo y las canciones de Serrat en el estadio del Aucas no alcanzan. La ética pública se ejerce, no solo se predica ni se empaca en videos y música.
No hay que olvidar, tampoco, que cuando Moreno hizo su única de declaración pública en la que criticó el acoso oficial al caricaturista Bonil, pocas horas más tarde tuvo que tragarse sus palabras por un reclamo de Alianza País. Moreno no tiene una deuda ética únicamente por su silencio sino por su falta de valentía para defender lo que dijo en ese momento.
Pero el problema moral de la candidatura de Moreno es un problema que incluye a todos los que están embarcados en ella. No es un problema exclusivo de él. El Ecuador es país trágicamente cuarteado socialmente por 10 años de un ejercicio político donde el disidente ha sido estigmatizado, criminalizado y amedrentado. Es un país desarticulado por 10 años de secuestro del poder y de destrucción de casi toda institucionalidad republicana. Moreno y quienes ahora están con él en la campaña y que tanto cantaron y bailaron en el estadio del Aucas, fueron parte de todo ese operativa de destrucción ya sea por acción o por omisión. Por más distancias que Moreno quiera poner frente a esos temas durante la campaña, cosa que se pone difícil con la advertencia que hizo Correa, su complicidad con el correato no se borrará.
Muchos dirán que el déficit moral y ético de Moreno no es obstáculo para que sea un buen gobernante. Pero ahí es donde la cuestión moral del candidato lo rebasa a él como persona y se convierte en un problema de la sociedad en su conjunto. Una sociedad que tolera a alguien que toleró lo que Moreno ha tolerado, es una sociedad que no está dispuesta a defender los principios democráticos y republicanos indispensables para una convivencia civilizada y moderna. Si se acepta a quien se hizo de la vista gorda y usufructuó del manejo arbitrario de los fondos públicos, se acepta cualquier cosa.
La dimensión moral de la política es fundamental si se quiere tener una sociedad abierta y libre. El ejercicio ético de la cosa pública es lo menos que se puede ofrecer a la sociedad. Moreno puede ganar las elecciones, sí, pero eso no lo convierte en un actor legítimo para construir las auténticas bases de una convivencia sin concentración de poderes ni abusos del poder. Ni Lenín Moreno ni Alianza País tienen credenciales morales ni éticas para eso.
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