¿Y si ganara Lenín Moreno?
Ganar es el único escenario plausible para el correísmo. Por eso está haciendo un esfuerzo descomunal que incluye el uso de todo el Estado a favor de su binomio: la presidencia, ministerios, prefecturas, municipios, presupuesto, logística, decenas de miles de funcionarios haciendo proselitismo, el Consejo Nacional Electoral, la maquinaria mediática, los troll-center… En la administración se han formado brigadas que llaman a los domicilios para tratar de convencer a los ciudadanos de que Moreno es el santo de temporada. Jóvenes organizados por María Fernando Espinosa y los Alvarado en tareas de comunicación (pagados en sobres y sin factura). Tareas que incluyen una campaña sucia sin precedentes contra el contendor. Nunca antes en el país, el Estado todo habrá casi detenido su normal funcionamiento para convertirse en una maquinaria destinada a conseguir votos, como sea. Para ganar como sea. Los correístas creen que si gana Moreno obtendrán de nuevo un cheque en blanco por parte de los electores para hacer lo que vienen haciendo desde hace diez años. Eso es un espejismo por muchos factores:
- El modelo insostenible: la economía ya no da para alentar un modelo derrochador que convirtió al Estado en el protagonista de todo y en el motor de la economía. La bonanza se acabó y el nivel de endeudamiento o la política de meter la mano en la caja del Banco Central, el IESS y otras instituciones para tapar el déficit fiscal y otros desequilibrios, ya bordea todos los límites. La nueva realidad económica pondría a Moreno ante una disyuntiva: tratar de sostener el modelo (profundizando la crisis) o rectificar. Esta contradicción, de ganar, minará la herencia correísta y creará enormes tensiones en su tienda política entre aquellos que creen que la economía obedece a la ley de los deseos y los pragmáticos que, por ahora, son pocos.
- La legión de los despechados: Moreno promueve en esta elección una catarata de promesas populistas que, de ganar, no podrá sostener. Se sumarán a todos los beneficios sociales (bonos, subsidios, créditos…) que se dispararon durante la bonanza para aceitar las clientelas políticas y cuyos costos ahora son insostenibles. Es tal el ambiente de regalos y ofertas que está promocionando, que es dable predecir, en caso de ganar, un bumerán en esas franjas seducidas por un Estado dispensador eterno y sin límites de dádivas.
- La disonancia institucional: si ganara Moreno, lo hará, presumiblemente, por una diferencia mínima. El país quedará políticamente partido por la mitad y él, que dice que será presidente de todos los ciudadanos, tendrá que asumir esa realidad. Su aparato, cebado por la propaganda, tendrá obviamente la tentación de mantener su predominio total aprovechando el diseño institucional que aupó el autoritarismo de Rafael Correa. Pero 2017 no es 2009: Moreno se confrontará con el desfase que crea tener a su disposición un poder hiperpresidencialista y el hecho de ya no contar con el músculo político para ejercerlo, como sí lo tuvo Rafael Correa. El correísmo si gana tendrá que procesar políticamente esa disonancia institucional y recular en sus pretensiones. O provocar una sublevación.
- La fractura de su frente interno: si gana Moreno tendrá que ejercer su liderazgo en Alianza País. Eso lo enfrentará directamente con Rafael Correa. Y agravará la división que existe en Alianza País entre sus partidarios y los correístas que hacen fila detrás de Jorge Glas. Esto incidirá en su relación con Glas que depende, en su caso, de su estado de salud y, en el de Glas, del estado de las investigaciones sobre la corrupción. Tras diez años en el poder, ya no hay tantas hambres atrasadas sino cadáveres y carpetas de corrupción en los armarios: esto incrementará (a pesar de contar con fiscal y contralor de bolsillo) una alta vulnerabilidad en Alianza País que se reflejará en la gestión gubernamental y en el bloque parlamentario. Las denuncias de corrupción representan y representarán una amenaza similar a la espada que el rey Dionisio hizo pender sobre la cabeza de Damocles.
- Los nuevos factores de poder: si Moreno gana, no podrá decir que “son más, muchos más”. Tendrá ante sí un país dividido representado por una oposición que ha cerrado filas entorno a la defensa de valores democráticos y republicanos. Esto, lejos de menguar, se incrementará. Lo mismo puede decirse de la sociedad activa políticamente que, lenta pero inexorablemente, está regresando con sus propuestas y sus organizaciones a la esfera pública. Esa sociedad, maltratada y perseguida ha tardado en reconstituirse, pero si volvió a la escena pública es para quedarse. Moreno, de ganar, no podrá desconocer la sociedad movilizada so pena de atentar aún más contra el tejido social, calentar las calles y apostar por el ciclo agitación-represión. No tendrá capital político para ello y el uso de FF.AA. y Policía, con un país dividido, se antoja improbable y riesgoso. En ese caso, deberá privilegiar el manejo político que, como parece obvio, milita en contra del modelo represivo y autoritario de Correa.
Por estos y otros factores -económicos, sociales, políticos o institucionales- es un espejismo político que los correístas crean que, si ganara Lenín Moreno, podrían seguir gobernando con la desfachatez, el cinismo, la opacidad y el autoritarismo que los caracteriza.
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