No nos pongan en el mismo saco…
De pronto, el enemigo somos nosotros, la gente, las organizaciones sociales, ecologistas, feministas, salubristas, educadores, que hacemos trabajo de hormiga. Los que hemos conocido la represión, la criminalización, persecución y violencia en nombre del proyecto revolucionario, del socialismo del siglo XXI. Y se nos acusa de muchas cosas, de ingenuos, de bobos, de hacerle juego a la derecha o de mágicamente habernos transformado en la derecha.
14 de marzo del 2017
POR: María Fernanda Solíz
Psicóloga por la Universidad del Azuay y PhD en Salud Colectiva, Ambiente y Sociedad por la Universidad Andina Simón Bolívar. Es investigadora y académica.
No se puede pedir a las organiza-ciones sociales que han sido extermi-nadas, divididas; que han sufrido los golpes, el gas y el trauma psíquico, que legitimen a su torturador".
He sentido en estas semanas, como muchos otros, un proceso brutal de desgaste… de pronto debemos probar, quienes no apoyamos al correismo en ninguna circunstancia, ni en primera ni en segunda vuelta, que no somos de la derecha neoliberal, ese monstruo al que aprendimos a resistir desde hace tanto.
De pronto, el enemigo somos nosotros, la gente, las organizaciones sociales, ecologistas, feministas, salubristas, educadores, que hacemos trabajo de hormiga. Los que hemos conocido la represión, la criminalización, persecución y violencia en nombre del proyecto revolucionario, del socialismo del siglo XXI. Y se nos acusa de muchas cosas, de ingenuos, de bobos, de hacerle juego a la derecha o de mágicamente habernos transformado en la derecha. Y se nos exige probar nuestra pureza del voto nulo, o como es mi caso, la opción de no presentarse, simplemente de sumarse a los 70 compañeros shuar que no pueden votar porque esta sería la oportunidad para su captura y encarcelamiento.
Por eso me urgen estas palabras, palabras que no nacen para confrontar sino para tratar una vez más, de poner claras las diferencias. En primer lugar, quiero insistir sobre un argumento: nos piden ser mártires, suicidas. Sólo quien no ha vivido la dureza de la represión en estos diez años puede entenderla como coyuntural, como un asunto menor o secundario.
No se puede pedir a las organizaciones sociales que han sido exterminadas, divididas, que han visto la creación de ficciones paralelas para desaparecerlas, que han sufrido los golpes, el gas y el trauma psíquico, no se les puede pedir que legitimen a su torturador, a su agresor, peor aun cuando este ni siquiera es capaz de reconocer la violencia, cuando da muestras claras de que seguirá en esos caminos, cuando su ceguera le impide tomar otras sendas. Sería como pedirle a la mujer violentada sistemáticamente, a aquella que ya solicitó boleta de auxilio, que permanezca junto a su pareja porque de otra forma podría llegar a su vida, una pareja más violenta. ¿Cómo esto podría tener algún sentido posible? Sería una especie de síndrome de Estocolmo en el que el torturado defiende al torturador y lo legitima, porque es para su bien.
Con tristeza profunda miro cómo desde la superioridad ideológica se condena con dureza a estos campesinos, indígenas, a estas organizaciones sociales, e incluso se pone en duda la veracidad de las denuncias y me pregunto: ¿y al Estado? ¿Al Estado represor no se lo interpela? ¿No se lo confronta?Entonces creo que se les olvida que el aparato correista de la represión también entiende de lucha de clases, porque nunca vi un ápice de violencia y represión a las concentraciones de las banderas negras, tampoco lo vi en las afueras del CNE. Esos métodos están reservados para los jóvenes del Mejía, del Montúfar, o los del Central Técnico, para el pueblo Shuar y Saraguro. El presidente y su ministro de interior, también el de defensa, aducen que está en su naturaleza ser “salvajes”, “tirapiedras”, “la barbarie”.
Definitivamente, no logro entender cómo la política represiva, aquella que existe como corolario de la imposición de un modelo de acumulación por desposesión puede ser un asunto menor: ¿Porque son territorios lejanos? ¿Porque son indígenas? ¿Porque no representan los conglomerados urbanos? Y mi lectura no me permite concebirlo como algo secundario, mi cabeza necia sabe que las carreteras, las hidroeléctricas, las escuelas del milenio y la militarización, operan todos a favor de capitales multinacionales.
El segundo tema que me urge responder es este planteamiento que nos conmina a pensar en el futuro, frente al espejo de Argentina y Brasil. En primer lugar porque creo que la analogía más cercana a estos países ni siquiera requiere a Lasso para proponerse: Glas es a Temer lo que Moreno podría ser (con grandes diferencias), a Dilma. La cosmovisión indígena nos enseñó que el futuro está atrás porque no se puede ver, mientras el pasado es el que está al frente porque enseña y orienta el caminar. Estos diez años de pasado correista nos asustan, nos asustan tanto como cuatro años con la derecha de Lasso. Nos asustan porque conocemos sus perversas estrategias, porque conocemos su arma más poderosa: la instrumentalización de la política social, la transmutación del derecho social en favor político que condiciona a la obediencia ciega, y lo hace fundada en el miedo, en el miedo de perder los privilegios adquiridos: el empleo condicionado, el derecho social condicionado, el derecho económico condicionado.
Entonces la ecuación se torna más perversa, porque esta política social transmutada en una aberración clientelar, adolece de varios males. Por un lado, termina en la legitimación populista de este modelo explotador, de extractivismo y criminalización. Lastimosamente en una democracia de la mayoría, poco importan los pueblos indígenas o los pueblos colonos y campesinos. Pero también adolece de ser una política, en el mejor de los casos, caritativa, ni siquiera reparticionista.
He acompañado estos diez años a comunidades de recicladores viviendo en suburbios de la Costa ecuatoriana. Algunos reciben el bono de desarrollo humano, lo que ciertamente ha cambiado cuantitativamente su capacidad de consumo (paradójicamente invertidos en los mismos monopolios del agronegocio y la salud). Sin embargo, los saldos de diez años de bonaza petrolera les ha dejado siendo dueños nada más que de su fuerza de trabajo, sus tierras no han sido legalizadas, sus viviendas siguen siendo precarias, no tienen agua potable ni servicios básicos, no son dueños de los medios de producción, no se tienen más que a sí mismos.
Y entonces me pregunto de qué revolución social hablamos, me pregunto también si una revolución ciudadana es posible sin revolución económica y sin revolución ecológica. Y tomo para ello las palabras del poeta revolucionario Chuchú Martínez y la diferenciación que hace entre caridad y justicia:
"Justicia" es dar a cada cual lo suyo.
"Caridad" es que cada cual dé de lo suyo.
La justicia se la exige, la caridad se la mendiga.
Es justo quien restituye lo ajeno. Es caritativo quien distribuye lo propio.
La caridad se funda en la compasión de uno; la justicia, en el derecho del otro.
La justicia satisface; la caridad humilla.
Solo puede haber caridad si hay a quienes les sobre y a quienes les falte.
La caridad supone lo injusticia.
El hombre justo toma lo suyo y restituye lo ajeno. El burgués caritativo toma to ajeno y lo da como suyo.
Justicia o caridad, pero no ambos.
El tercer elemento, para mí crucial, está en la discusión sobre la participación o su ausencia. No desde la visión liberal. La participación desde su construcción comunitaria, como derecho, deber y mecanismo, la participación entendida como la posibilidad de tener voz, voto y veto. No como el circo de las consultas no vinculantes, práctica institucionalizada por este gobierno. No puedo concebir la defensa de un proyecto en el cual el único actor político legítimo sea el partido de gobierno, un proyecto que ha sembrado una fobia política, que cree que politizar los temas es inmoral, que no entiende que todos los seres humanos somos sujetos políticos y que éste, es un derecho de elemental reivindicación. La imposición de un silencio cómplice, en nombre del proyecto político, o con el argumento de “no hacerle juego a la derecha” o simplemente para no perder los privilegios (¡qué atroz!, para no perder los derechos sociales), es una aberración.
Hace poco una compañera del Puyo, que perdió su casita, su ropa, sus bienes en una gran inundación, contaba en medio de lágrimas que la gente del MIES le dijo: “usted es de la oposición verdad, entonces vaya a pedirle a Lourdes Tibán que le ayude”. ¿Cómo esto puede ser admisible en un Estado de derecho? ¿Cómo ser cómplices de esa indiferenciación entre partido político, gobierno y Estado? ¿Cuándo se les olvidó que lo que administran es dinero del Estado, no del partido?
Tantos casos como éste, escuchados y naturalizados, ¿no es acaso negar nuestra condición de sujetos sociales aceptar pasivamente esta sumisión? ¿No es convertirnos consentidamente en pueblo objeto? Cuestionamos la obsecuencia de los asambleístas, pero no miramos que esta sumisión se reproduce en los espacios más pequeños, y que es directamente cómplice de la legitimidad con la que el Estado violenta a los “otros”, a los “salvajes”, a los “disidentes”.
Leo el tono burlón con el que se cuestiona el planteamiento (seguramente utilitario) de Lasso para permitir el retorno de Manuela Picq, al tiempo que se defiende apasionadamente el asilo de Assange como un acto verdaderamente revolucionario y para mí no son sino el claro espejo de los códigos simbólicos con los que se fundó el correismo: su insistencia obcecada por destrozar todo lo que aflore como organización y resistencia, al tiempo que sostiene una imagen internacional revolucionaria. ¿Cómo puede ser un asunto menor, la estrategia intencionada y sistemática de agresión al presidente de la Ecuarunari, una de las organizaciones indígenas históricas más importantes del país y la que actualmente ha liderado muchos de los procesos de resistencia al extractivismo?
Y finalmente, frente a la interpelación de si creemos que con Lasso podríamos estar mejor, sin lugar a dudas es un escenario igual de nefasto. Por ello, para quienes hemos tomado como opción el voto nulo o el rechazo a la participación en estas elecciones, desencantados de la democracia representantiva, la única posibilidad real es seguir sosteniendo los procesos de organización y defensa, es seguir en nuestro trabajo de hormiga, con las escuelas de formación política, acompañado experiencias pequeñas, comunitarias, de reparación, construyendo alternativas soberanas para una vida diga. Estamos seguros que estas voces van a ser y son urgentes más allá del escenario de disputa electoral, y sobre todo, sabemos que no estamos, ni de lejos, en el mismo saco de las dos derechas.
De pronto, el enemigo somos nosotros, la gente, las organizaciones sociales, ecologistas, feministas, salubristas, educadores, que hacemos trabajo de hormiga. Los que hemos conocido la represión, la criminalización, persecución y violencia en nombre del proyecto revolucionario, del socialismo del siglo XXI. Y se nos acusa de muchas cosas, de ingenuos, de bobos, de hacerle juego a la derecha o de mágicamente habernos transformado en la derecha. Y se nos exige probar nuestra pureza del voto nulo, o como es mi caso, la opción de no presentarse, simplemente de sumarse a los 70 compañeros shuar que no pueden votar porque esta sería la oportunidad para su captura y encarcelamiento.
Por eso me urgen estas palabras, palabras que no nacen para confrontar sino para tratar una vez más, de poner claras las diferencias. En primer lugar, quiero insistir sobre un argumento: nos piden ser mártires, suicidas. Sólo quien no ha vivido la dureza de la represión en estos diez años puede entenderla como coyuntural, como un asunto menor o secundario.
No se puede pedir a las organizaciones sociales que han sido exterminadas, divididas, que han visto la creación de ficciones paralelas para desaparecerlas, que han sufrido los golpes, el gas y el trauma psíquico, no se les puede pedir que legitimen a su torturador, a su agresor, peor aun cuando este ni siquiera es capaz de reconocer la violencia, cuando da muestras claras de que seguirá en esos caminos, cuando su ceguera le impide tomar otras sendas. Sería como pedirle a la mujer violentada sistemáticamente, a aquella que ya solicitó boleta de auxilio, que permanezca junto a su pareja porque de otra forma podría llegar a su vida, una pareja más violenta. ¿Cómo esto podría tener algún sentido posible? Sería una especie de síndrome de Estocolmo en el que el torturado defiende al torturador y lo legitima, porque es para su bien.
Con tristeza profunda miro cómo desde la superioridad ideológica se condena con dureza a estos campesinos, indígenas, a estas organizaciones sociales, e incluso se pone en duda la veracidad de las denuncias y me pregunto: ¿y al Estado? ¿Al Estado represor no se lo interpela? ¿No se lo confronta?Entonces creo que se les olvida que el aparato correista de la represión también entiende de lucha de clases, porque nunca vi un ápice de violencia y represión a las concentraciones de las banderas negras, tampoco lo vi en las afueras del CNE. Esos métodos están reservados para los jóvenes del Mejía, del Montúfar, o los del Central Técnico, para el pueblo Shuar y Saraguro. El presidente y su ministro de interior, también el de defensa, aducen que está en su naturaleza ser “salvajes”, “tirapiedras”, “la barbarie”.
Definitivamente, no logro entender cómo la política represiva, aquella que existe como corolario de la imposición de un modelo de acumulación por desposesión puede ser un asunto menor: ¿Porque son territorios lejanos? ¿Porque son indígenas? ¿Porque no representan los conglomerados urbanos? Y mi lectura no me permite concebirlo como algo secundario, mi cabeza necia sabe que las carreteras, las hidroeléctricas, las escuelas del milenio y la militarización, operan todos a favor de capitales multinacionales.
El segundo tema que me urge responder es este planteamiento que nos conmina a pensar en el futuro, frente al espejo de Argentina y Brasil. En primer lugar porque creo que la analogía más cercana a estos países ni siquiera requiere a Lasso para proponerse: Glas es a Temer lo que Moreno podría ser (con grandes diferencias), a Dilma. La cosmovisión indígena nos enseñó que el futuro está atrás porque no se puede ver, mientras el pasado es el que está al frente porque enseña y orienta el caminar. Estos diez años de pasado correista nos asustan, nos asustan tanto como cuatro años con la derecha de Lasso. Nos asustan porque conocemos sus perversas estrategias, porque conocemos su arma más poderosa: la instrumentalización de la política social, la transmutación del derecho social en favor político que condiciona a la obediencia ciega, y lo hace fundada en el miedo, en el miedo de perder los privilegios adquiridos: el empleo condicionado, el derecho social condicionado, el derecho económico condicionado.
Entonces la ecuación se torna más perversa, porque esta política social transmutada en una aberración clientelar, adolece de varios males. Por un lado, termina en la legitimación populista de este modelo explotador, de extractivismo y criminalización. Lastimosamente en una democracia de la mayoría, poco importan los pueblos indígenas o los pueblos colonos y campesinos. Pero también adolece de ser una política, en el mejor de los casos, caritativa, ni siquiera reparticionista.
He acompañado estos diez años a comunidades de recicladores viviendo en suburbios de la Costa ecuatoriana. Algunos reciben el bono de desarrollo humano, lo que ciertamente ha cambiado cuantitativamente su capacidad de consumo (paradójicamente invertidos en los mismos monopolios del agronegocio y la salud). Sin embargo, los saldos de diez años de bonaza petrolera les ha dejado siendo dueños nada más que de su fuerza de trabajo, sus tierras no han sido legalizadas, sus viviendas siguen siendo precarias, no tienen agua potable ni servicios básicos, no son dueños de los medios de producción, no se tienen más que a sí mismos.
Y entonces me pregunto de qué revolución social hablamos, me pregunto también si una revolución ciudadana es posible sin revolución económica y sin revolución ecológica. Y tomo para ello las palabras del poeta revolucionario Chuchú Martínez y la diferenciación que hace entre caridad y justicia:
"Justicia" es dar a cada cual lo suyo.
"Caridad" es que cada cual dé de lo suyo.
La justicia se la exige, la caridad se la mendiga.
Es justo quien restituye lo ajeno. Es caritativo quien distribuye lo propio.
La caridad se funda en la compasión de uno; la justicia, en el derecho del otro.
La justicia satisface; la caridad humilla.
Solo puede haber caridad si hay a quienes les sobre y a quienes les falte.
La caridad supone lo injusticia.
El hombre justo toma lo suyo y restituye lo ajeno. El burgués caritativo toma to ajeno y lo da como suyo.
Justicia o caridad, pero no ambos.
El tercer elemento, para mí crucial, está en la discusión sobre la participación o su ausencia. No desde la visión liberal. La participación desde su construcción comunitaria, como derecho, deber y mecanismo, la participación entendida como la posibilidad de tener voz, voto y veto. No como el circo de las consultas no vinculantes, práctica institucionalizada por este gobierno. No puedo concebir la defensa de un proyecto en el cual el único actor político legítimo sea el partido de gobierno, un proyecto que ha sembrado una fobia política, que cree que politizar los temas es inmoral, que no entiende que todos los seres humanos somos sujetos políticos y que éste, es un derecho de elemental reivindicación. La imposición de un silencio cómplice, en nombre del proyecto político, o con el argumento de “no hacerle juego a la derecha” o simplemente para no perder los privilegios (¡qué atroz!, para no perder los derechos sociales), es una aberración.
Hace poco una compañera del Puyo, que perdió su casita, su ropa, sus bienes en una gran inundación, contaba en medio de lágrimas que la gente del MIES le dijo: “usted es de la oposición verdad, entonces vaya a pedirle a Lourdes Tibán que le ayude”. ¿Cómo esto puede ser admisible en un Estado de derecho? ¿Cómo ser cómplices de esa indiferenciación entre partido político, gobierno y Estado? ¿Cuándo se les olvidó que lo que administran es dinero del Estado, no del partido?
Tantos casos como éste, escuchados y naturalizados, ¿no es acaso negar nuestra condición de sujetos sociales aceptar pasivamente esta sumisión? ¿No es convertirnos consentidamente en pueblo objeto? Cuestionamos la obsecuencia de los asambleístas, pero no miramos que esta sumisión se reproduce en los espacios más pequeños, y que es directamente cómplice de la legitimidad con la que el Estado violenta a los “otros”, a los “salvajes”, a los “disidentes”.
Leo el tono burlón con el que se cuestiona el planteamiento (seguramente utilitario) de Lasso para permitir el retorno de Manuela Picq, al tiempo que se defiende apasionadamente el asilo de Assange como un acto verdaderamente revolucionario y para mí no son sino el claro espejo de los códigos simbólicos con los que se fundó el correismo: su insistencia obcecada por destrozar todo lo que aflore como organización y resistencia, al tiempo que sostiene una imagen internacional revolucionaria. ¿Cómo puede ser un asunto menor, la estrategia intencionada y sistemática de agresión al presidente de la Ecuarunari, una de las organizaciones indígenas históricas más importantes del país y la que actualmente ha liderado muchos de los procesos de resistencia al extractivismo?
Y finalmente, frente a la interpelación de si creemos que con Lasso podríamos estar mejor, sin lugar a dudas es un escenario igual de nefasto. Por ello, para quienes hemos tomado como opción el voto nulo o el rechazo a la participación en estas elecciones, desencantados de la democracia representantiva, la única posibilidad real es seguir sosteniendo los procesos de organización y defensa, es seguir en nuestro trabajo de hormiga, con las escuelas de formación política, acompañado experiencias pequeñas, comunitarias, de reparación, construyendo alternativas soberanas para una vida diga. Estamos seguros que estas voces van a ser y son urgentes más allá del escenario de disputa electoral, y sobre todo, sabemos que no estamos, ni de lejos, en el mismo saco de las dos derechas.
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