Correa mete mano en FF.AA. antes de la segunda vuelta
Lenín Moreno tiene que ganar el 2 de abril, como sea: esta es la impresión que el presidente está generando desde el 19 de febrero, cuando anunció, basado en un sondeo, un nuevo triunfo de la Revolución Ciudadana. Todo estaba preparado para eso, hasta la tarima, pero no resultó. No solo fallaron los cálculos políticos. Fallaron los votos, pues Moreno nunca obtuvo el 43% previsto. Y hasta los militares hicieron un comunicado instando al Consejo Nacional Electoral (CNE) –que arrastraba los pies para dar los resultados– a que en forma ágil y transparente procesara el escrutinio. Hoy el Presidente pasó la factura al descabezar a los cuatro generales del Ejército que asistieron al Consejo de Generales, presionaron al jefe del Comando Conjunto César Merizalde a que citara a esa reunión y firmaron ese comunicado. Y ascendió al único que ni asistió ni firmó, el general Edison Narváez, que se desempeñaba como subsecretario de Defensa al lado de Ricardo Patiño.
Correa no solo agrava el daño que ha hecho a Fuerzas Armadas, pues el número de generales dados de baja suman más de 30 en su período. Refuerza la sensación de que quiere prescindir de los controles que todavía existen para que no pueda torcer la voluntad popular el 2 de abril. Por un lado, está acondicionando a la opinión pública para que, en caso de perder la elección, endose el resultado a un fraude y no a la voluntad de cambio del electorado. Por eso ha convertido el discurso de fraude en un verdadero leitmotiv político. Correa trabaja en un doble frente: si pierde, dirá, como ya lo está haciendo, que Alianza País es objeto de un fraude por parte de la oposición. Si gana, cortocircuita el terreno a la oposición para que no pueda cuestionar el resultado; en caso de que Moreno gane con fraude. Porque, aunque parezca contradictorio y lo sea, Correa se queja de que les hacen fraude y, al mismo tiempo, afirma que aquellos que se quejan de fraude siempre son los perdedores. En el fondo, manipula a la opinión que sabe que, en este régimen concentrador y autoritario, es él quien controla el CNE. Y que Juan Pablo Pozo, su presidente, reina en ese organismo mirando por encima del hombro a los otros consejeros y en línea directa con Carondelet.
Por otro lado, Correa pretende neutralizar a las Fuerzas Armadas. El mensaje claro y contundente de esta remoción es que el 2 de abril no se metan con el CNE y miren para otro lado. Esta es una nueva tentativa de Rafael Correa y su aparato para poner a las Fuerzas Armadas a su favor y a su servicio. Algunos ministros lo han intentado. María Fernanda Espinosa y Ricardo Patiño, en particular. El correísmo vive con la ilusión de convertir a los militares, como en Venezuela, en sostén irrestricto del correísmo. El presidente ha oscilado entre gestos de seducción y de castigo con esta institución que, a pesar de amenazas y provocaciones, ha mantenido una actitud apegada, en buena medida, a su deber constitucional.
Con esta represalia, Correa vuelve a hacer un flaco favor a la cúpula entrante que –automáticamente y por la forma como ha sido ascendida– queda bajo entera sospecha. Por ejemplo, el nuevo comandante general de la Fuerza Terrestre, Edison Narváez, llega a ese cargo después de que Carlos Egüez lo ocupara durante apenas un día. Narváez es conocido como un hombre cercano al correísmo, al igual que César Merizalde y el comandante de la Armada, Renán Ruiz. Todo esto prefigura una posición insostenible en una institución que, por tradición y por vocación, es profesional, orgánica y altamente jerarquizada. Es decir, creer que por cambiar un mando o tener a unos generales cercanos el poder político puede usar toda la institución, se antoja un sueño de perro.
A menos de que el Presidente, estirando la cuerda y jugando con fuego, haya decidido provocar de nuevo esta institución que Correa ha pisoteado, buscando y anhelando victimizarse. Hasta ahora FF.AA. han resistido esos embates, a pesar de las presiones internas y externas, y es su deber mantenerse serenas: no son árbitros de los asuntos políticos, aunque sí deben precautelar, como fue su mensaje en su comunicado del 20 de abril, el respeto a la voluntad de los electores y la paz entre los ecuatorianos.
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