Correa quiere ganar sembrando más odio
Una hora cuarenta: la contabilizó él. Y lo dijo. Una hora cuarenta del enlace sabatino 513, hecho en Chimbacalle, Quito, que destinó a la elección del 19F. Una hora cuarenta haciendo campaña, echándose flores y exhibiendo lo peor de él. Un Rafael Corrrea versión mala-fe, intelectualmente indecente y políticamente impresentable. Pero no le bastó. Toda la sabatina, que duró más de cuatro horas, fue convertida –otra vez– en tarima electoral en contra, esta vez, de Guillermo Lasso.
Nadie duda de que Correa querrá quedarse con la última palabra sobre lo que ocurrió el 19F. No extraña oírlo llamarse ganador. Celebrar el resultado de la consulta popular. Convertir la derrota de Lenín Moreno en un hecho histórico: para él el candidato de Alianza País gana la primera vuelta con una diferencia sobre el segundo jamás vista. Afirmar que tiene el 54% de los asambleístas y el mayor número de elegidos, tres sobre 5, del Parlamento Andino.
Correa etiquetó la sabatina de histórica porque en ella resumió e interpretó los resultados del 19F. A su manera. No compara porcentaje alguno contra diez años de poder. Ni frente a sus propias cifras. Ni de cara al número de asambleístas que tiene y los que dice tener. Ni contra el hecho de que la segunda vuelta nunca estuvo en sus cálculos. Todo eso no es lo que más sorprende: es el desparpajo que tiene para acomodar verdades, trastocar hechos y destilar odio con cara de yo-no-fui-porque-quien-odia-eres-tú. Es verlo convertido en víctima de la violencia y de un intento de fraude. Es escucharlo decir que en el CNE, del cual él habla como cosa suya, la oposición infiltró gente.
Juan Pablo Pozo debió pasarla mal en esta sabatina. Correa lo hizo sentir como un empleado de poca monta. Un juez que necesita que él, su patrón, lo defienda ante la jauría desesperada de Alianza País que lo atacó por no haberla declarada vencedora en la primera vuelta. Marcela Aguiñaga lo llamó inepto y trapeó el piso con él. Correa lo exculpó. Repitió palabra por palabra la coartada que Pozo contó para no publicar el conteo rápido que contrató por $88 000 con la Politécnica. “El CNE actuó muy bien”; “la decisión del CNE fue correcta”, –dijo– cerrando la boca a aquellos que, incluso en el CNE –Nubia Villacis se jugó públicamente– esperaban que Pozo fuera removido, al igual que Paola Pabón –la ministra de la política– por no haber hecho la tarea que les fue confiada.
Tras diez años de poder, sorprende la mala fe de Correa para hacer creer que los electores de Lasso son todos como ese tuitero a quien le pareció exótico hacerse fotografiar, en un plantón, mientras un niño lustra sus zapatos. Correa no dijo que algunos ciudadanos criticaron a ese tuitero por grotesco. Sorprende oírlo leer unos tuits de otros ciudadanos que, en una luminosa imbecilidad, insultaron a los manabitas por haber votado, en un alto porcentaje, por Lenín Moreno. Sorprende escucharlo concluir que son gente de Lasso que es banquero pero no es insolente y tampoco idiota y Correa lo sabe. Sí sorprende esa liviandad, propia de un irresponsable, para endosar esto al contrincante y festejar, además, que sus sedes o sus bancos sean motivo de ataques. Correa no mide, al parecer, que sus palabras pueden desembocar en hechos de violencia y hasta de muerte.
Sorprende, porque es propio de un mal tipo, oírlo generalizar actitudes de unos pocos y atribuírselas al 61% de los sufragantes que no votaron por Moreno. Lo hizo con los manifestantes ante el CNE que llevaron croissants (cachitos) de una cafetería lujosa y cara en Quito, Chez Jérôme. Nunca dijo que eran unos pocos. Generalizó al punto de etiquetar esas manifestaciones como la rebelión de los croissants. O la rebelión de los smartphone. Lo hizo con esa vehemencia y esa superioridad moral propias de los resentidos. Para sembrar odio. Cuando él, su esposa y sus hijos tienen smartphones y comen croissants. Posiblemente de Chez Jérôme. Pero eso le sirve para regar odio y con odio pretender ganar esta elección. No se inmuta por las consecuencias. Mas bien, con ese desparpajo tan habitual de los cínicos, acusó a los otros de preconizar la violencia y de odiar. Correa no se hace cargo de su mala fe, de su irresponsabilidad, de sus actitudes de mal tipo, de esa rara capacidad que tiene para odiar y aceitar bajos instintos.
Sorprende, porque es propio de un mal tipo, oírlo generalizar actitudes de unos pocos y atribuírselas al 61% de los sufragantes que no votaron por Moreno. Lo hizo con los manifestantes ante el CNE que llevaron croissants (cachitos) de una cafetería lujosa y cara en Quito, Chez Jérôme. Nunca dijo que eran unos pocos. Generalizó al punto de etiquetar esas manifestaciones como la rebelión de los croissants. O la rebelión de los smartphone. Lo hizo con esa vehemencia y esa superioridad moral propias de los resentidos. Para sembrar odio. Cuando él, su esposa y sus hijos tienen smartphones y comen croissants. Posiblemente de Chez Jérôme. Pero eso le sirve para regar odio y con odio pretender ganar esta elección. No se inmuta por las consecuencias. Mas bien, con ese desparpajo tan habitual de los cínicos, acusó a los otros de preconizar la violencia y de odiar. Correa no se hace cargo de su mala fe, de su irresponsabilidad, de sus actitudes de mal tipo, de esa rara capacidad que tiene para odiar y aceitar bajos instintos.
Un Presidente tiene que señalar, por supuesto, como cualquier ciudadano responsable, comportamientos absurdos: decir que se va a incendiar Quito, como algún manifestante gritó, o escribir, como algunos escribieron, que los manabitas deben devolver tal o cual ingrediente porque votaron por Alianza País. Pero es insólito y perverso que un Presidente diga que esa es la estrategia de la oposición. O que aquellas barbaridades que escribieron algunos contra los manabitas, en sus cuentas personales, representan lo que piensan los ciudadanos que no votaron por Moreno. Eso es una bajeza. Es guerra sucia de la peor especie.
Querer enfrentar a los ciudadanos y jugar con la paz pública de esa manera, habla muy mal de esa persona llamada Rafael Correa. En la sabatina dijo que, tras la presidencia, quiere volver a la academia porque eso renueva el alma. Todo prueba que tiene una enorme necesidad de hacerlo.
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