Francisco Febres Cordero
Domingo, 19 de febrero, 2017
Como hoy es un día de silencio, voy a gritar. Callado, haré la fila. Recibiré las papeletas. Daré unos pasos hacia la urna y depositaré mi voto. ¡Ese es mi grito!
Domingo, 19 de febrero, 2017
Como hoy es un día de silencio, voy a gritar. Callado, haré la fila. Recibiré las papeletas. Daré unos pasos hacia la urna y depositaré mi voto. ¡Ese es mi grito!
Y ese es, también, el prodigio de la democracia: nadie hablará por mí. Soy yo el que me expresaré con mi propia voz.
Soy yo el que escogeré al candidato que –según mi entendimiento– me representará de la mejor manera en los próximos cuatro años. Y a él le tomaré cuentas si me falla.
En ese voto pongo mi esperanza, aunque ya desgastada por los años, por los tantos sueños incumplidos, por las tantas promesas desvanecidas.
Pero hoy esa esperanza agonizante amanece de nuevo esperanzada, joven, fresca. Una esperanza niña, que juega y que sonríe.
Una esperanza con rostro de futuro. Una esperanza que casi no me roza: apunta hacia mis hijos. Apunta hacia mis nietos. Por ellos voy y voto. Voto por su destino. Me atribuyo la responsabilidad de darles el país que –pienso– es el que ellos merecen. Es mi legado.
Un país de paz. Exento de odio. Un país que sea capaz de verse a sí mismo, sin vergüenza. Un país que reconozca su historia, su pasado, sin mentiras ni engaños.
Por ese país grito en mi voto. Y quiero que ese grito silencioso sea escuchado, nítido, sin adulteraciones, fraudes, truculencias que los infames fraguan en la sombra.
Apenas es un trazo. Pero es un trazo que contiene una visión del mundo, una visión de la vida, de la libertad. Un trazo que resume un pasado, lecturas, frustraciones, caídas, dudas. Y también certezas. Y anhelos. Y luchas. Todo ello reflejado en una línea vertical, que es la que haré con pulso firme el instante en que me encuentre solo, sin nadie a quien regresar a ver, sin nadie que me estorbe en ese momento crucial en que solo escucharé la voz que me sale de adentro.
Una línea. Apenas una línea que será la que hable por mí cuando llegue la hora. Entonces, solo entonces, sabré el destino de mi voto. Por eso este domingo está signado por el nerviosismo, por la angustiosa angustia de la espera.
Terminan aquí largos días de duda, largos de incertidumbre, largos de cavilaciones. No hay más tiempo.
Es el fin de una etapa. ¿Cómo será la venidera? Yo tengo imaginada la que quiero. Pero ¿y los otros? Escucharemos esas voces de los otros y recién ahí estaremos en capacidad de dilucidar el rumbo de la patria.
Es un día este domingo en que todos nos jugamos todo. Es un día este domingo en que la patria cruza por la cuerda floja de una línea, de esa línea que nosotros dibujaremos al llamado de un deber del que nadie puede estar exento. Es un día este domingo en que callando, hablamos. Callando decidimos. Callando aseguramos nuestro derecho para opinar, para vigilar, para exigir con voz firme a quien resulte elegido no solo el cumplimiento de sus muchas promesas, sino también la indispensable rendición de cuentas a las que, como mandantes, tenemos derecho porque somos nosotros, aquí y ahora, quienes ponemos en sus manos la tarea de representarnos, de reflejarnos, de conducirnos hacia ese futuro promisorio que deseamos. (O) Diario El Universo.
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