Moreno cayó en la trampa que dizque quiso evitar
Todos creen que Lenín Moreno es lo mismo que Rafael Correa. Cara y sello de la misma moneda. Obvio: fue siete años de vicepresidente. Siete años jugó a ser el policía bueno, al lado del policía malo cuyos métodos, estilo y (algunas) políticas supuestamente no compartía. Moreno, no obstante, decía que era diferente. Y a su alrededor se decía que él, como aspirante a la presidencia, no iba a ser lo mismo, no iba a estar con los mismos, no iba a decir lo mismo, no iba a someterse al mismo. Para ello se daba como prueba el discurso diferente que pronunció cuando llegó de Ginebra. De manos abiertas. De diálogo. De gente decente. De acuerdos. Esa diferencia, se dijo, se evidenciaba hasta en la camisa. Ya no verde. Blanca. No quiso y desechó las que le mandó el aparato. Tampoco quería a Jorge Glas. Ni las encuestadoras del gobierno. Ni a los impresentables hermanos Alvarado…
Ese ímpetu diferenciador, expuesto en una tarima en el sur de Quito, el 28 de septiembre pasado cuando volvió al país, duró horas. Correa lo llamó al orden. Le dijo que el programa lo hacía el partido. Que él era parte del proceso. Que podía haber un estilo, un temperamento diferente pero que la senda ya estaba trazada. La disputa alrededor de la candidatura de Jorg Glas duró unas semanas más, pero Moreno plegó. Alvarado también está en su campaña. Y Correa, convertido en ancla, no solo está presente: marca la ruta; opera la estrategia. Es tal su peso que ya dijo que si gana Guillermo Lasso, él regresará. Lo cual significa que, además de pensar con el deseo, considera a Lenín Moreno como candidato desechable.
De dos cosas una. O Moreno fingió siempre que no aspiraba a ser como Correa (eso se llama falsario). O es un hombre sin recurso alguno para hacer valer su visión y su temperamento (eso lo vuelve veleta). El hecho cierto es que, por decisión o por circunstancia, él hace en esta campaña, o deja hacer sin chistar, exactamente lo contrario de lo afirma. O dice.
Con una bonhomia que cualquiera da por cierta, Moreno habla de caballerosidad, de buenas maneras, de diálogo, de aversión a la guerra sucia. Lo dice con ese tono condescendiente capaz de franquear cualquier resistencia. Con el mismo tono riega en el camino de su contrincante minas letales: acusó, por jemplo, a Lasso de haber contratado expertos extranjeros en guerra sucia. Dice que son dos y que si se quiere él da los nombres. Pero no los da. Todo es tan natural en él: decir, por ejemplo, que entregaría las cuentas, para muchos chuecas, de su fundación. Tampoco lo ha hecho. Moreno actúa como si fuese experto en pasar de agache y dejar que otros tiren la piedra, limitándose a agravar el efecto de la pedrada. Ejemplo: el gobierno endosa a Guillermo Lasso la actitud de unos ciudadanos que insultan a Manabí. Moreno no desautoriza el montaje del gobierno ni condena a los grupos que violentan sedes de CREO o del Banco de Guayaquil. Se une une al coro: “Manabí se respeta, carajo!”
La misma actitud adoptó frente al CNE, a sabiendas de que las cifras no le daban para ser presidente en la primera vuelta. Nada caballeroso, como reclama que sean sus contrincantes, se adhirió a la estrategia torcida del gobierno y escribió en su cuenta de Twitter: “la posibilidad de ganar en la primera vuelta sigue intacta”. Igual a Correa.
¿Moreno es diferente en algo de fondo a su líder y al modelo que instauró? No se sabrá en esta campaña. No hay diferencias y hay que concluir que fue asimilado totalmente. O que siempre fue el espejo de la Revolución Ciudadana. Qué más da. Usa toda la logística del Estado, pero finge no hacerlo. Tiene juez propio, pero recita el discurso del fraude al revés inventado por el aparato de propaganda. Sabe que hay corrupción y que Jorge Glas está empantanado, pero se dedica a lavarle la cara. Habla de diálogo y concertación, pero acepta y participa en el operativo de odio del gobierno para que Manabí y Esmeraldas abominen a CREO y al banco de Lasso. Sabe que hay graves problemas económicos y que las cifras del gobierno están trucadas, pero él habla de la Misión Manuela Espejo. Sabe que el presupuesto del Estado que deja su gobierno es insostenible, pero ofrece más dádivas y bonos populistas…
¿Quién es realmente Lenín Moreno? Ya no importa. Moreno desapareció –como ocurrió con Augusto Barrera– ante el tutelaje y la hiperactividad de Rafael Correa. A tal punto que le ha tocado decir –y reiterar– que si llega a la presidencia, él le hará respetar su mandato, como él ha respetado el suyo. Su candidatura, lejos de ser la promesa de un cambio, causa hoy la sensación de mandado, de pieza de un mecanismo manejado por otro, de instrumento. La candidatura de Moreno termina confirmando lo que, desde el inicio, quiso negar: que es más de lo mismo, con los mismos, para hacer lo mismo con el mismo.
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