¿Juan Pablo Pozo está amenazado por el gobierno?
¿El gobierno presionó a Juan Pablo Pozo para que proclamara el triunfo de Lenín Moreno en primera vuelta? ¿Juan Pablo Pozo está amenazado, él y sus familiares, por miembros de Alianza País, como esta mañana se dijo en todo Quito? Nadie, salvo el mismo Pozo, podría confirmarlo o desmentirlo.
El hecho cierto es que ese panorama permitía componer hoy dos escenarios. Uno: asumir que esas versiones fuesen ciertas y que Pozo y su cargo estuvieran corriendo peligro. Si esto fuese cierto, sería la más burda y peligrosa estrategia de un gobierno, pues, si Pozo y su familia corrieran peligro o él fuese destituido, sencillamente se colegiría que el gobierno quiso imponer (en forma total) el fraude y que ese funcionario, que ha sido obsecuente, tuvo estos días reatos de conciencia. Para el poder esto sería un suicidio político en directo.
Dos: esas versiones (que el propio CNE promocionó discretamente) hacen parte de una estrategia del gobierno: convertir a Pozo en un submarino, en un infiltrado de la oposición en el CNE (lo cual victimiza a Lenín Moreno como el candidato a quien le robaron la elección). Llevar a los demócratas a defender a Pozo y a posicionarlo como un mártir por cumplir con su deber (lo cual legitimaría la tesis del gobierno que él es un traidor vendido a la oposición). Convertirlo en un juez imparcial (cuando su actitud ha sido impresentable) justo ahora que tiene que ser juez de la segunda vuelta. En ese caso ¿se le podría reclamar a un prohombre si su actitud es criticable en la segunda vuelta? ¿Cuál es el escenario verdadero? Solo Pozo puede decirlo.
Los jueces -Pozo y los otros vocales del CNE lo son- hablan por medio de sus sentencias. Tienen, entonces, que producir hechos apegados a la realidad y a la ley. Ellos están en el ojo de la opinión publica nacional e internacional y son poco creíbles por hacer parte (como los hechos lo prueban) del sistema correísta. Es imposible no involucrarlos (hasta que los hecho prueben lo contrario) en la lógica del poder que avanza, en formación cerrada, con la mira puesta en dos objetivos: justificar su derrota del 19F y pautar una estrategia para encarar la segunda vuelta; aceptada desde hoy por Rafael Correa.
Si se mira con detenimiento, es evidente que el correísmo solo tenía un escenario: ganar. A pocos días de la elección, los amigos de Lenín Moreno sostenían que triunfarían con 43,7%. Rafael Correa contaba, como se vio en sus tuits, con que Cynthia Viteri y Guillermo Lasso obtendrían más o menos un número similar de votos. No contaba con que Lasso suba a 28% y Viteri se quede en 16%. Iván Espinel, candidato puesto por el gobierno para quitar votos a Lasso, terminó siendo, si se miran los resultados, un candidato chimbador para el propio Moreno… Los cálculos correístas, sumados a las irregularidades del CNE, fallaron y no les alcanzó para ganar.
El correísmo no solo había previsto ganar en la primera vuelta: tenía preparada la celebración. Estaba tan seguros del triunfo que permitió, tras hacerse los sordos, el exit poll de Cedatos y el conteo rápido de Participación Ciudadana. Esas instituciones, aceptadas para legitimar el triunfo, terminaron siendo los muros contra el cual se estrelló el régimen: sus resultados se convirtieron en puntos de referencia a los cuales se sujetó el electorado nacional.
A partir de ese chasco, que fue recibido con cara de deudo, el gobierno improvisó una estrategia: no publicar el conteo rápido contratado por el CNE a la Politécnica Nacional. Declararse ganador esperanzado en que el CNE proclame el triunfo de su candidato. Hacer creer que los resultados del escrutinio de actas por parte del CNE podían cambiar radicalmente, cuando era evidente que la muestra estadística ya se había estabilizado. Ganar tiempo y desprestigiar a los manifestantes de querer incendiar el país cuando fue obvio que Juan Pablo Pozo, faltando a su palabra, decidió llevar el escrutinio a paso de tortuga.
Un nuevo giro se hizo evidente tras las manifestaciones frente al CNE en Quito y Guayaquil y la publicación, por parte del Consejo de Generales, de un comunicado exigiendo al CNE la publicación de los resultados del voto popular. Pozo se dio las vueltas pero terminó, este martes 21 en una reunión con periodistas, admitiendo que la muestra del escrutinio de actas ya no podía cambiar. La segunda vuelta era un hecho. En ese momento el correísmo, al que le cuesta hacerse a la idea de haber perdido en la primera vuelta, dio un paso impensable hasta entonces: acusar al CNE de cometer fraude. Incluso unos jerarcas, como Marcela Aguiñaga, pidieron que Pozo renuncie. Es decir, ¿Pozo y sus vocales que han sido verdaderos pasa papeles del Ejecutivo en el CNE, migraron de pronto, con actas y bártulos, a la oposición? José Serrano convirtió esa rueda de molino en una queja que, por supuesto, es una pieza más para el museo de ficciones que dejará este gobierno.
Correa y el correísmo no solo se victimizan. Evocan una razón superior –algo inasible que no sea la voluntad popular (un fraude, por supuesto)– para hacer pasar en sus rangos esta derrota jamás prevista. Solo un fraude puede justificar que ellos, mensajeros de la Historia con H, intérpretes de los altos designios ciudadanos, puedan estar a punto de perder la Presidencia de la República. Y si para eso tienen que usar a Juan Pablo Pozo (amenazándolo o pidiéndole que sea de nuevo parte del tongo) pues no importa. Al fin y al cabo las revoluciones, como Saturno, terminan devorando a sus propios hijos.
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