Ramiro García F.
Lunes, 27 de febrero, 2017
La jornada electoral del 19 de febrero dejó más de una lección a todos. La ansiedad y desasosiego se repartieron por iguales entre oficialistas y opositores, pues los unos confiaban en ganar holgadamente en primera vuelta, mientras que los otros consideraban que diez años de gobierno habían generado el suficiente desgaste político como para asegurar una segunda vuelta, con lo que la pelea radicaba en quién se ubicaría en segundo lugar. Las derechas fueron divididas, bajo el supuesto que, haga lo que haga, Lenín Moreno no llegaría al cuarenta por ciento necesario, como para asegurar que no exista balotaje. Estuvieron a medio punto de pagar muy caro semejante ingenuidad.
Lunes, 27 de febrero, 2017
La jornada electoral del 19 de febrero dejó más de una lección a todos. La ansiedad y desasosiego se repartieron por iguales entre oficialistas y opositores, pues los unos confiaban en ganar holgadamente en primera vuelta, mientras que los otros consideraban que diez años de gobierno habían generado el suficiente desgaste político como para asegurar una segunda vuelta, con lo que la pelea radicaba en quién se ubicaría en segundo lugar. Las derechas fueron divididas, bajo el supuesto que, haga lo que haga, Lenín Moreno no llegaría al cuarenta por ciento necesario, como para asegurar que no exista balotaje. Estuvieron a medio punto de pagar muy caro semejante ingenuidad.
¿Por qué fueron divididas las derechas? Creo que la respuesta va mucho más allá del carácter o consideraciones personales de los líderes de CREO y los socialcristianos. Existe una recomposición de las oligarquías, en donde los grupos agroexportadores tradicionales disputan con otros nucleados alrededor de la banca y los servicios la hegemonía del poder económico. Ya analizaremos este fenómeno en un nuevo artículo. Sin embargo, la principal razón de esta escisión, que se manifestó en dos candidaturas guayaquileñas disputándose a dentelladas el mismo electorado, se encuentra sobre todo en la premisa que la candidatura gobiernista iba supuestamente debilitada y no alcanzaría una victoria definitiva en una sola vuelta.
Las izquierdas, o lo que queda de ellas, luego de diez años de correísmo en que la palabra socialismo ha sido utilizada tanto para limitar los derechos de los trabajadores como para reprimir a organizaciones indígenas, desaparecer al gremio de maestros o depredar los fondos de la seguridad social, lograron articular una sola posición alrededor de la candidatura de Paco Moncayo, coherente desde lo ideológico, pero poco creíble en lo electoral. El votante no encontró razones para asumir la propuesta del Acuerdo por el Cambio, como algo diametralmente diferente de lo que hemos vivido en la década de gobierno de Alianza PAIS. Aún más, los componentes de este acuerdo alrededor de la candidatura de Moncayo hicieron todo lo posible por diferenciarse más de los otros candidatos de oposición que del de gobierno. Este error también les pasó factura y los resultados fueron muy inferiores a los originalmente esperados.
El resto de la gama electoral nos muestra un roldosismo que mantiene su cinco por ciento de presencia política, un gutierrismo seriamente debilitado y un par de propuestas políticas menores, que no terminaron de eclosionar.
¿Cómo explicar la fuerza gobiernista luego de diez años de ejercicio de poder, muchas veces autoritario y cada vez más salpicado de escándalos de corrupción? Evidentemente, buena parte de la oposición no entiende aún que no es la perspectiva de un bono la razón por la que buena parte del electorado sigue apoyando la propuesta de gobierno. No somos un país de mendigos o vagos, como más de un “analista” pretende justificar la votación del correísmo. Por supuesto la utilización de la maquinaria estatal a tiempo completo y en toda su capacidad influye en la consecución de resultados, pero lo que no se puede perder de vista es que la credibilidad de gobierno se respalda en obras y gestiones que objetivamente pueden acreditar y que la oposición no.
En el irracional afán de negar todo mérito a este esquema de ejercicio de poder, se ha criticado aspectos que deben ser positivamente evaluados. Tal es el caso de la tabla de porte de sustancias prohibidas que posibilita la diferenciación entre consumidores y narcotraficantes. En este caso, lo que debería criticarse es la reforma realizada a esta tabla, que al reducir al máximo el gramaje de sustancias permitido, no deja realizar dicha distinción. Sin embargo, imbuidos por un populismo penal, de la peor ralea, todos los candidatos sin excepción ubicaron su discurso alrededor de la represión, especialmente en lo que al microtráfico se refiere. Si proponen perseguir a los pequeños vendedores de sustancias prohibidas, por qué votar por alguien fuera de gobierno, si este lo está haciendo ya, al punto que se blasona como logro el encarcelamiento de cuatro mil personas dentro de este esquema.
De igual forma, el discurso defensista y de “seguridad ciudadana” impregnó a todas las propuestas, tratando inútilmente de competir en cuanto represión, con un gobierno que en seis años ha triplicado la población carcelaria en el Ecuador. ¿Por qué votar por alguien que propone hacer, lo que el oficialismo ya ha hecho con mucha eficiencia? La racionalización del poder punitivo, la defensa de derechos humanos y reconocimiento de sus nuevos ámbitos, estuvo prácticamente ausente de los programas de gobierno. Se percibió a “encarcelar” como políticamente rentable y alrededor de ahí se construyeron los discursos.
Ya analizaremos en mi siguiente artículo, las perspectivas que nos ofrece una segunda vuelta electoral. (O)
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