domingo, 24 de abril de 2016

Las redes sociales no son una cloaca



Publicado en enero 26, 2016 en Columnistas/Las Ideas por Diana Amores
Las redes son lo que tú quieres que sean, lo que decidas hacer de ellas. Pueden ser, especialmente ahora, una herramienta de resistencia.
Hace cinco años yo no tuiteaba. Tenía una cuenta abierta, sí, y alguna vez entré a curiosear: me pareció una colección de monólogos supercontenidos, una especie de queridas pascualinas de gentes a las que nunca conocías ni llegarías a conocer. Nada útil. Nada interesante. Hasta que me vinculé con la causa de Íntag contra la minería.
Mi primer tuit fue para mandar el video del Pocho Álvarez que luego sería censurado en el Internet. En esos días habían militarizado la zona de Íntag y yo pensé que una comunidad tan pequeña y con tan escasos contactos en la zona urbana necesitaba un esfuerzo adicional en difusión. Así empecé. Como casi no tenía seguidores, escribía directamente a personas que me parecían interesantes para mandarles el video. Lo típico de cuando comienzas en el Twitter: pedir retuits. Acribillar a la gente.
A mí me dicen ciberactivista. No sé si me haya ganado ese título que yo respeto mucho. Un activista, para mí, es una persona que dedica tiempo, recursos, energía, visión a una causa. Yo soy traductora, ese es mi trabajo, y me dedico a molestar en el Twitter en mi tiempo libre. No sé cómo ni cuándo, lo cierto es que un día me dí cuenta de que había empezado a usar el Twitter como la pared de un grafitero.
Un sábado me senté a escuchar en la TV lo que dice este señor. Y como tenía el teléfono en la mano no pude contenerme: cada contradicción que descubría, hacía un tuit con un grafiti. O sea que tuiteé bastante. Porque no es que las contradicciones de las sabatinas estén ocultas o sean súper sutiles, no: son básicas, grotescas a rato y ocurren cada cinco minutos, saltan a la vista casi dolorosamente. Por ejemplo, cuando Rafael Correa habla de lo mucho que ha avanzado la mujer en su gobierno y, medio minuto después, las cámaras enfocan a una de las guapas de la concurrencia y el presidente se derrite en piropos que vaya a saber si son bienvenidos o no, el caso es que la aludida no tiene otra opción que encajarlos porque está en televisión nacional. Ese tipo de cosas a mí me abofeteaban. Y no me cabe en la cabeza que haya gente que pueda considerar que es normal lo que ocurre en las sabatinas.
Así empecé mi cobertura en tiempo real de las sabatinas. Un día se me ocurrió agarrarme al hashtag de la sabatina y resultó que el mensaje con más retuits del hashtag fue uno mío. Ahí fue cuando empezaron mis problemas con el troll center.
Al principio ni siquiera los identifican como trolls. Entraban haciéndote preguntas que invitaban a una discusión posible, cordial incluso. Pero la respuesta que les daba no era la que querían y entonces se iba degradando la cosa hasta que se destapaba el troll y se ponía a repetir los mismos insultos que vienen prescritos desde la sabatina. Son puras estupideces. Con las mujeres es claro que tratan de atacarte por la vía de lo sexual o de la apariencia física. “Eres soltera y amargada”, ese tipo de cosas. Buscan pincharte y distraerte. Son predecibles: tengo dos o tres trolls que sólo se activan cuando yo veo la sabatina.
La curva de aprendizaje del tuitero ecuatoriano concluye cuando aprendes a lidiar con los trolls. Es un proceso interesante. Al principio yo les respondía, y bastante seguido: ataque que recibía era ataque que me veía obligada a responder. Pero te das cuenta de que eso no lleva a ningún lado. Esta gente no tiene cara, no tiene nombre, son tan cobardes que ni siquiera se muestran con un nombre real. ¿Defenderme de quién? ¿Defenderme de qué? ¿Qué tengo que demostrarle a esa gente? Si quieren insultarme, que me insulten y que quede ahí. Yo le doy el peso que tienen, que es nada. Yo no podría decir que entiendo cómo funciona o cómo está organizado el troll center, pero tampoco soy tan ingenua como para ignorar que existe, que tiene una organización, unos objetivos y una cabeza. En estos días están tan venidos a menos que cualquier interacción que tengan es una victoria. Simplemente hay que ignorarlos.
Ni los bloqueo. Bloquearlos es darles una presea. A mí me bloquearon @MashiRafael, Lucio Gutiérrez, Abdalá Bucaram… Y no porque yo fuera grosera con ellos sino porque en algún momento también les recordé algunas cosas. Para mí eso es un signo de que estoy haciendo algo bien. Quiere decir que mi comentario les tocó y no lo quieren volver a oír. Y supongo que para un troll debe ser igual. Así que decidí ya no bloquear a nadie. Además Twitter sacó esa maravillosa herramienta que es el Mute: no los bloqueas, simplemente los apagas. No se te cruzan.
Al inicio me chupó mucha energía esto. Sobre todo cuando caí en esta rutina de los sábados, que me duró como dos años. Al principio era yo solita: era mi monólogo reverberante de los sábados. Luego la gente empezó a asomarse y a escribirme: “yo no lo veo porque no lo aguanto pero me entero por ti”, me decían. De alguna manera eso me comprometía a seguir haciéndolo. Poco a poco descubrí: 1. Que todos los sábados era la misma cosa. 2. Que había otra gente haciendo lo mismo, siguiendo la sabatina y señalando las contradicciones. Fue entonces cuando decidí que podía tomarme un sábado libre de vez en cuando. Ahora sólo lo hago cuando tengo curiosidad de oír lo que dice.
¿Para qué sirve todo esto? ¿Es provechoso para la sociedad? Yo puedo hablar del provecho que tiene para mí: saber que, como ciudadana, sin filtros, sin nadie que me corte o me edite, puedo llegar con mi opinión a quienes nos gobiernan. Y que la gente escuche al mismo tiempo. Porque el ejercicio de la ciudadanía, el ejercicio de la comunidad consiste en encontrarse. Sumarse. Buscar afines y encontrar resonancias que te permitan crecer, que te permitan construir, que te permitan también deconstruir tus prejuicios. La única manera como lo logras es expresándote y viendo a dónde llegas con esa expresión. Las redes no son una cloaca.
Diana Amores es ciberciudadana

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