Así Correa perdió su última oportunidad de ser estadista
Correa pide calma, pero él es el primer alterado. Incluso en la sabatina dijo que en este tipo de desastres “la gente está en shock, por lo que es importante mantener la cabeza fría y liderazgo para evitar que los afectados caigan en pánico”. Exacto, y es lo que él no tiene, ni cabeza fría ni liderazgo. Porque líder es quien logra que los demás le sigan por la calidad de sus ideas, por la hondura de sus propuestas, por la sinceridad de sus convicciones y sentimientos, no por los gritos ni el látigo ni la amenaza de apresarlos.
25 de abril del 2016
GONZALO ORTIZ CRESPO
La inmensa tragedia causada por el terremoto del 16 de abril era una oportunidad, terrible pero retadora, para que Rafael Correa se levantara de sus bajezas cotidianas, de sus peleas permanentes, de su estrechez de miras y para que, como un verdadero hombre de Estado, llamara a los ecuatorianos a unir fuerzas, acogiera a todos los que quisieran ayudar, consolara a las víctimas y liderara la reconstrucción de las provincias afectadas.
Ya en los dos últimos años había venido perdiendo la credibilidad que tenía como representante de las aspiraciones de los ecuatorianos y la legitimidad que mantuvo mientras se veía que su objetivo era la mejora de las condiciones de los pobres. Todo aquello dilapidó en confrontaciones permanentes que tienen harta a la población y con una ineficiencia en el gasto estatal que da grima. Por eso sus niveles de popularidad y credibilidad han seguido cayendo estrepitosamente. Este era el momento de reaccionar, de recuperar fuerza política y ponerse al frente, inspirando a todos los ecuatorianos para una nueva cruzada histórica de la patria.
Pero no. No solo que su Gobierno reaccionó tarde y mal, sino que cuando llegó de su viaje a Italia, 24 horas después del terremoto, dio una rueda de prensa insulsa y hueca, y desde entonces ha demostrado ––con una deprimente reiteración de los rasgos más oscuros de su personalidad––, un nivel de prepotencia e insensibilidad que ha superado todos los registros marcados estos años.
Tal vez lo más clamoroso es el incidente que protagonizó durante el recorrido por las zonas afectadas de Manta, en concreto por la arrasada parroquia de Tarqui, el jueves 21, cuando un grupo de damnificados clamaba por ayuda y, en especial, por agua. Como lo captaron celulares y cámaras de televisión, el presidente se dirigió con prepotencia infinita y fuera de sí, a uno de los reclamantes “¡A ver, señor!, ¡estamos en emergencia nacional! ¡Aquí nadie me pierde la calma!, ¡nadie grita o lo mando detenido, sea joven, viejo, hombre o mujer! ¡Nadie me empieza a llorar o a quejárseme por cuestiones que falten, a no ser que sea seres queridos que hayan perdido!”.
Luego, solo un poquito más calmado, siguió: “Ya viene el agua, eso no hay problema, tenemos decenas de tanqueros, tenemos un buque que viene con miles de galones, ya vienen también los víveres, tampoco hay problema en eso, esperen un poquito”.
El exabrupto de Correa voló por las redes sociales a la velocidad del rayo. Decenas de miles de ecuatorianos pudieron verlo en Facebook, Twitter, Whattsapp y, luego, también, en las páginas web de algunos medios de comunicación independientes que no pudieron desconocer tal metedura de pata.
El exabrupto de Correa voló por las redes sociales a la velocidad del rayo. Decenas de miles de ecuatorianos pudieron verlo en Facebook, Twitter, Whattsapp y, luego, también, en las páginas web de algunos medios de comunicación independientes que no pudieron desconocer tal metedura de pata.
Correa se mostró en esos segundos como lo que es: un capataz, no un presidente. Un hombre envanecido que cree que con sus gritos puede acallar las protestas, el dolor y hasta el llanto. He puesto en negrita el posesivo de las frases porque son una muestra contundente, por si faltaran, de que para Correa el mundo gira en su torno y que el valor de las personas se mide por la sujeción a él, por el acatamiento a su majestad, por su comportamiento de acuerdo a las normas que él impone.
Cualquier estudiante de psicología, lingüística o semiótica sabe que quien habla con esos giros posesivos se siente no solo superior sino dueño. Es mucho peor que un padre autoritario hablando a sus hijos. Es un rey hablando a sus súbditos, a quienes no concede ni siquiera el derecho de queja.
Este no fue el único incidente de este estilo. También en Muisne amenazó con meter presos a los que gritasen. Y durante la sabatina del 23 de abril, primera que hace sin público y que fue emitida desde la central nacional del ECU 911 en Quito, tuvo la cachaza de decir que el video reproducido en redes sociales era editado.
Este no fue el único incidente de este estilo. También en Muisne amenazó con meter presos a los que gritasen. Y durante la sabatina del 23 de abril, primera que hace sin público y que fue emitida desde la central nacional del ECU 911 en Quito, tuvo la cachaza de decir que el video reproducido en redes sociales era editado.
La velocidad de la transmisión del video, el hecho de que haya sido grabado desde tan cerca, la coincidencia con las tomas de otros medios, muestran que no hay edición alguna. La otra explicación que dio es igualmente patética: “La gente que estaba ahí hasta me aplaudió". Claro que cuando dice que ya vienen agua y víveres suenan unos aplausos, pero lo dicho antes ya quedó para siempre como marca de su Gobierno y de su personalidad, ante esos damnificados de Tarqui, intimidados con su soberbia, y ante el Ecuador y el mundo entero.
Correa pide calma, pero él es el primer alterado. Incluso en la sabatina dijo que en este tipo de desastres “la gente está en shock, por lo que es importante mantener la cabeza fría y liderazgo para evitar que los afectados caigan en pánico”. Exacto, y es lo que él no tiene, ni cabeza fría ni liderazgo. Porque líder es quien logra que los demás le sigan por la calidad de sus ideas, por la hondura de sus propuestas, por la sinceridad de sus convicciones y sentimientos, no por los gritos ni el látigo ni la amenaza de apresarlos.
Otro desplante que muestra su sicología autoritaria y estatizante fue la declaración de la sabatina de que con latas de atún no se van a reconstruir las carreteras. Claro que no, pero esas latas de atún más los miles de toneladas de alimentos, ropa, medicinas, agua, juguetes, que el pueblo ecuatoriano donó y entregó en todas las ciudades, a través de municipios, parroquias, iglesias, ONG, gremios, asociaciones de todo tipo, son la mayor muestra de solidaridad masiva de la historia del Ecuador y Correa se ha mostrado incapaz de apreciarlo, y al contrario se burla de ello, lo minimiza, lo condena.
Él y sus secuaces. Allí está Vinicio Alvarado llamando “Solidaridad de teletón” a las contribuciones de los ciudadanos. El comentarista Simón Pachano decía este lunes que el Gobierno ha emprendido una verdadera lucha contra las iniciativas espontáneas de la sociedad civil. “Cuando en una masiva y efectiva muestra de solidaridad se había materializado la más grande expresión de lo que se conoce como capital social, el Gobierno tomó todas las medidas posibles para ahogarla”. No solo, y esto añado yo, el hecho de incautar camiones llenos de ayuda y envasar todo en bolsas con logos inmensos del Ministerio de Inclusión Económica y Social y otras entidades del estado, sino las dificultades puestas a grupos de voluntarios, a sus centros de distribución y a sus iniciativas, por parte de militares, policías y, en especial, de funcionarios civiles, de lo que han dado testimonio cientos de ellos en redes sociales.
Ya es sabido el odio que Correa tiene por la sociedad civil. Lo comprobó el viernes víspera del terremoto en El Vaticano, como mencioné en esta misma revista virtual la semana pasada. Lo que quisiera él es dejar solo al Estado, al Gobierno, a su partido para manejar en exclusividad toda la ayuda. Pero es tal la ineficiencia de su equipo, y tan grande la voluntad y el amor de quienes quieren ayudar que estos superan las barreras y obstáculos, y con todas las fallas que se quiera, porque las hay, llegan a la gente en cientos de comunidades afectadas en la Costa norte del Ecuador.
Pero es que tampoco el Gobierno es perfecto. Muy por el contrario, en una demostración de la pésima organización que tiene, de la desconfianza que abriga Correa por la descentralización, de la obsesión por controlarlo todo, el mandatario pone a sus ministros “en territorio” como les encanta decir: el uno en Pedernales, el otro en Manta, el otro en Portoviejo, el otro en Bahía. ¿Qué saben ellos de reconstrucción, de distribución de alimentos, de organización de albergues? ¿Dónde quedó la Secretaría de Gestión de Riesgos? ¿Qué hace el ministerio coordinador de la Seguridad?
Y es respecto a ese árbol frondoso y florido del Gobierno, que Correa dio otra demostración de prepotencia e insensibilidad cuando le preguntaron el jueves sobre las críticas recibidas a los impuestos y contribuciones forzosas que anunció el miércoles. “Pero si quieren eliminamos la secretaría de la Felicidad, si eso pone contenta a esta oposición para que tenga un poco de alma. ¡Ah! ¿que las sabatinas? ¿Los 30 mil dólares semanales de informe del presidente es lo que quiebra al país?... Se la suspendo las sabatinas. No trabajo los sábados. Muchas gracias”.
¡Qué pocas entendederas! Las críticas surgieron porque entre las medidas económicas anunciadas no hubo una sola sobre control del gasto, priorización de las inversiones, ni siquiera una mínima referencia al vocablo “austeridad”.
¡Qué pocas entendederas! Las críticas surgieron porque entre las medidas económicas anunciadas no hubo una sola sobre control del gasto, priorización de las inversiones, ni siquiera una mínima referencia al vocablo “austeridad”. Como bien dijo Cordes, “Ni las sabatinas ni la Secretaría del Buen Vivir han llevado, por sí solas, a las cuentas fiscales a su crisis actual, pero sí son una manifestación del derroche de los fondos públicos. Si el manejo de esos dineros hubiera sido más responsable y el Gobierno se hubiera mostrado más previsivo (y menos desafiante) ante la posible llegada de desastres naturales, seguramente sería menor el rechazo al paquete de medidas anunciado por el Gobierno, paquete que, además, estará acompañado por la venta, en un muy mal momento, de algunos activos estatales que fueron financiados con deuda sumamente onerosa”.
¿Cuáles activos se va a vender? ¿Otros campos petroleros? ¿Tame, la quebrada? ¿Flopec? ¿Los canales incautados y también quebrados? ¿El diario El Telégrafo, otra empresa a pérdida? ¿Las centrales hidroeléctricas? Bastaría que suspendan la construcción de elefantes blancos como las inútiles plataformas gubernamentales que se levantan al norte de Quito y que van a crear gravísimos problemas urbanos. Bastaría con cerrar Yachay y las otras universidades emblemáticas, emblemáticas del derroche y la irresponsabilidad. Bastaría con suprimir tanto almuerzo y tanta farra, tanto viaje afuera y tanto gabinete itinerante, tanto carro y tanta seguridad (si hasta Evo Morales habló de lo excesivo que resulta).
Y no es verdad que las sabatinas cuesten 30 mil dólares. Ese es solo el contrato del montaje del sitio, pero Correa, ladinamente, no dice nada de los costos de desplazamiento y viáticos de miembros del gabinete e invitados especiales, del personal de la Secom, Ecuador TV, Andes, El Telégrafo, seguridad presidencial; de los costos de transmisión, entre ellos del alquiler del satélite; de los costos de pre y posproducción de los videos y segmentos para insultar y denigrar a la prensa y a los opositores, y de los propios costos fijos de la Unidad del Enlace Ciudadano que tuvo que crear Correa para producir cada semana semejante atentado al buen gusto y a la paciencia ciudadana.
Pero la verdad es que Correa desperdició la oportunidad de elevarse del pantano en el que chapotea y erigirse como un estadista y conductor de todo este esfuerzo.
Que el Gobierno es necesario nadie lo discute. Que debería coordinar, mejor de lo que lo hace, también. Pero ya vemos que fue necesario el aporte de casi 1000 rescatistas extranjeros, y que la ayuda internacional, en vituallas y en dinero, es indispensable ante una tarea de esta magnitud.
Pero la verdad es que Correa desperdició la oportunidad de elevarse del pantano en el que chapotea y erigirse como un estadista y conductor de todo este esfuerzo. Y ha quedado solo, y así lo recordará la historia, como un pendenciero de barrio que, por detentar transitoriamente el poder, intentó aplastar a todos, inclusive a quienes, en su desesperación y al quinto día de no recibirlas, clamaban por ayuda y agua.
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