SANTIAGO ROLDÓS
BRASIL, ECUADOR Y LA CORRUPCIÓN (I)
jueves, 14 de abril de 2016 - 09:19
Tal vez la tragedia mayor de los gobiernos de Lula y Dilma no consista en su corrupción, sino en que la salida de la pobreza de millones de brasileños terminara afianzando un sistema que hoy le pasa la factura por lo mismo que ayer los encumbró.
El teatro de grupo independiente en América Latina se sostiene, en gran medida, pragmática, poética y espiritualmente, en viajes y experiencias de intercambios que, muchas veces, nos brindan la paradoja de transmitir mejor nuestros saberes y ser acogidos con mayor intensidad en contextos ajenos, también porque en dicha descontextualización actuamos con mayor libertad.
Temporalmente suspendida la opresión de la rutina que carcome nuestro cuerpo y nuestro entendimiento, bajo el signo dominante de la productividad del capitalismo socialista del siglo XXI, es posible comprender mejor, desde esa potente distancia, los dramas políticos y económicos que envuelven y desenvuelven nuestro presente y sus conexiones con la Historia.
Mi reciente viaje a Brasil, un país que siempre pensé que sería el último en abrir sus puertas a mi trabajo y al de Muégano Teatro, y que sin embargo es al que más hemos visitado en estos últimos años, coincidió con algunas de las más álgidas marchas a favor y en contra delimpeachmentde la presidenta Dilma Rousseff.
Invitado por la Universidad Libre del Teatro Vila Velha de Salvador de Bahía, para iniciar un proceso de creación colaborativa, vi ciertamente a un país dividido, pero no exactamente entre defensores de la justicia y partidarios de la impunidad, ni tampoco entre defensores de la democracia y golpistas. El dilema es que, en la precariedad, los extremos terminan borrando los matices.
Desde la perspectiva anticorreísta, a la que me adscribo problemáticamente (el drama de la democracia ecuatoriana estriba en que hay un correísmo anterior a Correa y lo habrá después de él, apenas un sujeto histórico producto de unas muy extendidas demandas autoritarias, híper cristianas y concentradoras de la sociedad ecuatoriana), los Kirchner, Lula, Evo y Maduro comparten el mismo saco de descontrol, prepotencia e impunidad de Correa y su clan.
Describir al mundo en una bipolaridad izquierda- derecha puede ahorrarnos tiempo, pero no construir presente y futuro. Una nueva derecha ha gobernado en Ecuador en connivencia con viejas y nuevas izquierdas, sumisas, estratégicas y/u oportunistas, desde el primer día de la asunción de Correa al poder.
Y en Brasil nadie niega la probable corrupción de Lula da Silva, el problema es cuándo fechar su acta de nacimiento: ¿en su voluntad de poder, que lo llevó a un pacto histórico con la impunidad de Collor de Melo? ¿En el conocido papel que el mundo del capital le confiere a todo jefe de Estado, como principal traficante de influencias de las empresas de su país? ¿En la sociedad del espectáculo que endiosó a Lula a un sitial similar al de Mandela, por haber elevado la capacidad adquisitiva de su pueblo?
Respecto a esto último, quizás la tragedia mayor de los gobiernos de Lula y Dilma no consista en su corrupción, ella sería apenas su farsa, sino en que la salida de la pobreza de millones de brasileños terminara afianzando un sistema que hoy, en época de contracción regional, le pasa la factura por lo mismo que ayer los encumbró.
Y respecto al triste papel que la democracia representativa adjudica a los ganadores de elecciones y a la rancia nobleza que todavía ejerce, los recientes “Papeles de Panamá” muestran cómo la hermana del ex Rey Juan Carlos de España, “Doña” Pilar de Borbón, fue cabeza de una empresa offshore abierta un mes después de la coronación de su hermano y cerrada cinco días después de su abdicación. ¿Alguien puede creer honestamente que la temporalidad de esta lavadora de activos obedece a una mera coincidencia?
Es sabido, desde tiempos pretéritos, que las secciones de sociales de nuestras revistas son los mejores archivos de los futuros imputados por corrupción.
Santiago Roldós
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