lunes, 18 de abril de 2016

Habitantes de Manta lloran por viviendas caídas, pero agradecen estar vivos


 

El barrio Tarqui, aquel caracterizado por el movimiento comercial y turístico, está acordonado por decenas de cintas que impiden el paso vehicular ante las más de una decena de edificaciones de entre dos y cinco pisos que cedieron con el terremoto vivido en Manta.
Desanimados, como si el tiempo se hubiera detenido, en los pórticos la mayoría espera. Enrique Castillo, de 60 años, ayer observaba cómo el trabajo de su vida se había esfumado en dos minutos a causa de un sismo que interrumpió la película que disfrutaba en el mueble del segundo piso de su hogar.
El plasma cayó de frente y eso motivó para que se levantara, y ante el remezón cayó de unos tres metros de altura hasta la vereda. Los moretones y manchas de sangre permanecían en el cuerpo. Su esposa, Emperatriz Gómez, logró sacar un colchón y parte de un equipo de sonido a la vereda.
Permanecían silenciosos observando lo que era su vivienda. Un amigo cruzó en auto y lo consoló fugazmente: “Tranquilos, amigos, yo también estoy en lo mismo, lo bueno es que estamos vivos” y se marchó. Eso a él como al resto de manabitas les da esperanza de reanudar su vida y “agradecer a Dios estar vivos”, asegura el hombre.
A las 15:00 el sistema eléctrico aún no volvía, mientras la familia Castillo Gómez, como otras decenas, descansaba en colchones. Allí decían haber pasado en vilo la madrugada.
En las calles, militares se sumaban al resguardo, en tanto bomberos removían escombros en el hotel Miami, ubicado cerca de la playa de Tarqui.
La torre de control del aeropuerto de Manta también colapsó y sufrió algunos daños.
Entre los edificios afectados, la Unidad Educativa Leonie Aviot sufrió la caída de parte de su estructura. En el resto de la ciudad, los vehículos iban a su ritmo ante la falta de semaforización. Otros hacían largas filas en las gasolineras. Hoteles como el Oro Verde sufrieron daños con fisuras visibles en su estructura.
En llanto y shock permanecían las personas. En algunos sitios, con velas esperaban noticias de sus familiares que no se reportaban desde la hora del sismo. “No sabemos nada, ni tenemos cómo comunicarnos, no hay luz, ni señal”, comentaba con impotencia Carlos Carpio aguardando volver a saber de Haydee, su hermana.
La ciudad era fantasma, pocos ciudadanos caminaban por la zona de la playa el Murciélago, que mantenía una bandera amarilla. No había bañistas. A esa hora el servicio eléctrico no volvía y nadie se enteraba de lo que sucedía en otros sitios.
Mientras, en Bahía de Caráquez el terremoto dejó daños en casas y víctimas, entre ellas una madre, Jennifer Mawn, y su hijo, Arthur, de nacionalidad canadiense, quienes se habían radicado hace poco en Ecuador, y murieron en la tragedia. Su esposo y otra hija sufrieron heridas. (I)
Testimonio
Álvaro Benites
Ciudad de origen: Guayaquil

“Mi esposa y yo estábamos en el hotel La Piedra, de Bahía de Caráquez, que está al pie del mar. A eso de las 19:00, que nos preparábamos para salir a Canoa, empieza a moverse todo en la habitación, se caían los televisores, lámparas, espejos... Enseguida nos arrimamos a la puerta, tratamos de coger lo que pudimos y salimos corriendo. No había luz y había escombros en el piso. Nos trepamos al carro y salimos de ahí, lo más lejos posible del mar... En el camino encontramos postes de luz caídos, casas derrumbadas, gente gritando en las calles abiertas... Llegamos hasta un punto en que ya los carros no avanzaban porque el puente de Portoviejo se había caído y busqué otra ruta de salida hacia Guayaquil... Pregunté a un policía y me dijo que coja por la vía Manta-Montecristi... En el camino había huecos, rocas de las montañas que hay por un tramo... La gente estaba desesperada...”.

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