Publicado en abril 22, 2016 en La Info por José Hernández
Presidente,
Lo imposible se hizo realidad: ahora usted amenaza a los damnificados que le reclaman, que gritan o lloran a su paso. Usted los mandará a detener a menos de que sean parientes de fallecidos.
Se concibe mal hasta qué punto se le han ido las luces, Presidente.
Lo que usted hizo es increíble. Y muestra que, en vez de estar andando por el país con equipos que lo filman, para exhibirlo como héroe, usted debiera sentarse. No hace falta un voluntario más que supervise si el agua se distribuye bien o si se reparan los postes de alumbrado. En cambio no se ve un plan estructural para reconstruir las zonas devastadas y encarar -con gobiernos locales, sector privado y la comunidad- la situación de los damnificados. Del Estado se espera que repare la obra pública. Para el resto, le bastaría a usted con usar su capacidad de convocatoria para sentar a todos los actores y facilitar mecanismos y procedimientos. ¿No es esa su tarea, Presidente?
Todo sería diferente si usted no pensara de la forma vertical que quedará consignada hasta en la Constitución. Usted no cree en la sociedad como interlocutora. Usted se ve como principio y fin de todo. Usted solo cree en usted. Esto, que ya es inquietante, se volvió peligroso por una razón: en vez de que salga del ensimismamiento que caracteriza a los héroes de tiras dibujadas, usted logró que en su entorno y en el gobierno consideraran normal verlo como monarca decimonónico.
Sus publicistas crearon y nutrieron, con dinero público, un mito, introduciéndolo al panteón de los próceres de la independencia. A usted lo volvieron sinónimo de patria, esperanza, sapiencia, futuro, pueblo, sociedad, Ecuador, historia, revolución… Y usted se lo creyó. Usted y los suyos se burlaron de sus antecesores. Lo hicieron con la plata de la bonanza y sin crisis ni desastres naturales que administrar como sí lo hicieron sus antecesores: Oswaldo Hurtado (El Niño), León Febres Cordero (Terremoto en la Amazonía), Sixto Durán Ballén (La Josefina, el terremoto de Bahía, la guerra)… Usted hizo escuela: Jorge Glas ironizó en la última sabatina, hasta la indecencia, hasta lo indecible, sobre la hora de Sixto y los apagones al comienzo de los noventa.
¿Cómo decir, en esta hora aciaga, la prepotencia suya y la de su gobierno? ¿Cómo ignorar la petulancia suya y la de sus funcionarios dando lecciones, poniéndose de ejemplo, celebrándose como seres extraordinarios dedicados a escribir por primera vez páginas dignas de la historia del país?
Este terremoto volatilizó el mito, el suyo y el de su gobierno. Pero usted no se resigna: se le ve recorriendo el país cansado, saturado, pasando aquí un bulto y allá trapeando, abrazando aquí y gritando allá. La realidad le cayó encima. Pero no permea en sus actitudes descarnadas y autoritarias. Usted amenaza ahora a los damnificados. Y esa imagen además de increíble es escalofriante: si este desconsuelo no resquebraja la idea que usted se hace de usted mismo, la de un ser todopoderoso capaz de ordenar ahora cuándo llorar, cuándo gritar… pues hay que creer que los estragos de la ideología son inconmensurables.
El mito se pulverizó, Presidente, con su ayuda. Ahora yace bajo esos escombros que, ante la impotencia de su gobierno, prueban la desvergüenza de su partido: la osadía de haber querido hacer de usted un demiurgo y de su discurso una biblia. Usted solo es un Presidente que debiera respetar el dolor de aquellos que, bajo el influjo de la propaganda de su gobierno, creyeron que a su paso se solucionan los problemas. Le creyeron. Es el resultado de la catequesis oficial que ha puesto la sociedad a esperar todo del Estado; de usted. La realidad los muestra hoy impotentes y usted en vez de asumir sus errores y sus responsabilidades, amenaza.
Esa amenaza proferida contra las víctimas de esta tragedia es lo más despiadado que usted ha hecho como Presidente. Usted ha puesto a dudar a muchos de su propia humanidad.
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