Francisco Febres Cordero
Domingo, 10 de abril, 2016
Esta semana ha sido especialmente alegre, divertida y, sobre todo, musical. ¡Ay!, si así fueran todas viviríamos eternamente felices. Y es que no es para menos, porque el excelentísimo señor presidente de la República cumplió 53 años y todos, todos, festejamos alborozados tan fausto acontecimiento.
Domingo, 10 de abril, 2016
Esta semana ha sido especialmente alegre, divertida y, sobre todo, musical. ¡Ay!, si así fueran todas viviríamos eternamente felices. Y es que no es para menos, porque el excelentísimo señor presidente de la República cumplió 53 años y todos, todos, festejamos alborozados tan fausto acontecimiento.
Claro que los primeritos que festejaron fueron los tuiteros que, invitados al palacio, almorzaron en compañía del cumpleañero y por un momento dejaron de tuitear a su favor para, al grito de ¡que viva el santo!, brindar con bebidas no alcohólicas ni azucaradas y almorzar un banquete sufragado con dinero electrónico.
Pero ¡qué farra que se armó después!, como diría el excelentísimo señor presidente de la República, quien comprobó que, como general en jefe del ejército de cibernautas, está peleando una durísima batalla en las redes sociales y para eso cuenta con un numeroso escuadrón de valientes y valientas soldados y soldadas dispuestos y dispuestas a insultar, denostar, despedazar a todo aquel que se atreva a disparar una sílaba contra su líder, cuya majestad juraron proteger hasta con la última tecla de su iPhone.
Cómo sería que quien capitaneó la celebración fue el mismísimo ministro de Defensa, quien anunció que ahora sí ya funcionarán los radares chinos para detectar los tuits que vienen del territorio enemigo, volarán los Dhruv para derribar las denuncias de corrupción que se esparcen a través de las líneas y se formarán nuevos pelotones de troles para contrarrestar la arremetida terrorista de la partidocracia, la CIA y la prensa corrupta. ¡Hasta la victoria siempre!, gritaron todos al unísono y a la hora de los postres entonaron esa que le encanta a la Gabriela Rivadeneira y que dice que los pobres coman pan y los ricos mierda mierda. Razón también, porque con esos horribles postres sin azúcar que les dieron, los tuiteros han de haber preferido que les pasen un pancito.
Pero al día siguiente, ¡oh!, al excelentísimo señor presidente de la República como que le entró la depre y volvió a anunciar que los malos le van a dar un tiro. O sea eso es lo que yo no entiendo del excelentísimo: pasa de la euforia al decaimiento con una facilidad asombrosa. Cada vez que deja de cantar le entra la taranta de que le van a matar. Pero, por suerte, enseguida se olvida y vuelve a armar la fiesta y por eso volvió a festejarse otra vez en el palacio. A ese almuerzo más bien íntimo estaba invitado sor Freddy Ehlers, pero los guardias nuevitos, que reemplazan a los edecanes, no le conocían y no le dejaron entrar con ese sombrero de paja que nunca se saca y que los guardias –que son superbilingües– dijeron que era un Panama Hat y que al palacio ahora está prohibido entrar con algo de Panamá. Chuta, al pobre Ehlers no le quedó más remedio que darse media vuelta y regresar a la vagancia, que es donde trabaja.
¡Qué farra! Pero la mejor fue la que se armó el jueves en la Plaza Grande al grito de somos más, muchísimos más. Muchísimos más que los miles que desfilaban por las calles pidiendo que ya se acabe esta fiesta que dura diez años de impune y desenfrenado despilfarro, en que el que dice que le van a matar terminará matándonos a todos de vergüenza, deudas, desempleo, corrupción y cinismo. (O)
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