Publicado en abril 15, 2016 en La Info por José Hernández
Esta vez no hubo foto con el Papa. Un hueco irremediable para su aparato de propaganda que tuvo que recurrir a tomas de relleno en las cuales se le ve deambulando en una sala con invitados perfectamente desconocidos. Se dirá que usted no fue tras esa foto al Vaticano. Es lo que siempre se dice. Peor aún. Cualquiera se pregunta cómo fue usted a parar a un taller de trabajo de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales del Vaticano. Así lo dice la Radio Vaticana en esta nota. Un taller para preparar “una hoja de ruta de la acción de la Iglesia Católica en las próximos décadas”.
No extraña, en cambio, su intervención recogida en este video que, con retazos y apretones de manos, apenas llega a 4 minutos. Usted resume, en un tono sobrio y sin esa risita sardónica que raramente lo abandona, dos temas fundamentales: su concepción del poder y la relación que usted, dueño del poder, establece con la sociedad. En pocas palabras usted dijo en Roma lo que ha hecho en Ecuador durante diez años. Debió hablar de los estragos que ha producido; no de la teoría que los ha inspirado.
Esta carta, en este punto, completa lo que se afirmó en la anterior: usted es un producto que responde a una estrategia y que se ordena alrededor de concepciones anticuadas. No se sabe qué cara pusieron los profesores y curas ante sus afirmaciones. Pero en cualquier otra parte de Europa, en Alemania por ejemplo, usted hubiera hecho saltar a muchos de sus asientos. Usted repite, con la solemnidad que lo habita, discursos que en Europa ya no se oyen desde hace por lo menos 50 años.
Usted debe saberlo: el espíritu de mayo del 68 estaba aún vigente cuando estuvo en Bélgica en 1991. En mayo de 1968 se produjo la rebelión de generaciones enteras contra –entre otras cosas– el poder discrecional del Estado metido en todo. Y ahora, 48 años después, usted cree ser innovador cuando afirma: cuidado con decir y creer que la sociedad civil debe tener una importante participación en las decisiones políticas. ¡Qué involución!
Por supuesto, esa sola declaración lo sitúa de espaldas al principal aporte de la política contemporánea: la sociedad civil, los ciudadanos. Aquellas democracias que admitieron este nuevo escenario, han construido mecanismos e instituciones para viabilizar lo que usted tanto teme: la participación de los ciudadanos en las decisiones políticas. Tome usted la sociedad alemana y el cambio efectuado en la política y en todas las agendas gracias al partido de Los Verdes. Fue la sociedad civil, organizada en movimientos y colectivos, la que cambió la política. No al revés.
Usted se delata como un político conservador, apegado a la vieja idea, tan latinoamericana, del hombre fuerte. Asturias, Carpentier, Roa Bastos, García Márquez, Vargas Llosa… los han retratado. De ahí este afán suyo, reiterado en Roma, de definir el papel del Estado con el único fin de llevar el agua a su molino. Veamos cómo lo hace. Según usted, el Estado es “la representación institucionalizada de la sociedad por medio del cual esa sociedad realiza su acción colectiva”. ¿Y cómo se realiza esa acción colectiva? Se pregunta usted. “Por medio de los procesos políticos”, se responde. El resto fluye: si usted es elegido, usted representa la sociedad. Usted es, entonces, el único que puede hablar y decidir. Aquellos que lo critican, lo hacen desde la ilegitimidad.
En su discurso, tan global como anticuado, algo no le cuadra. Y usted parece darse cuenta. ¿Qué pasa si ese Estado “exagera”? La reflexión aflora inspirada en una cita papal. ¿La solución? “No menos Estado sino más democracia –dijo usted– más control democrático”. ¿De quién, Presidente? Usted prosiguió campante, saltando sobre el abismo que abrió su discurso circular y autoritario. Usted no podía decir que el control lo ejerce la sociedad, los ciudadanos.
Para no llegar a esa conclusión, usted falsea los términos del problema y contrapone sociedad y Estado. “Me preocupa –dijo– cuando se quiere reemplazar el Estado y la política con una definición ambigua de la sociedad civil”. Cierto: es preocupante para su esquema en el cual usted, por haber sido elegido, cree que la sociedad puede declararse ausente mientras usted decide por ella en todo y a toda hora. Y perseguir en su nombre a aquellos que no se someten.
Usted crea un falso problema para anclar una idea peregrina: si la sociedad civil participa, sin el control suyo, pues el único resultado es el caos. Usted tiene la receta: si es elegido, usted representa la sociedad. Copado el espacio, nadie más puede decirse sociedad o pretender representarla. La única misión que usted le otorga es obedecerlo. Se entiende por qué esta idea de una sociedad civil como actor política le sobra. Le estorba. Se vuelve para usted fuente de desestabilización. Una sociedad civil activa, que debata, que aporte, que critique, que pida explicaciones y exija transparencia… es para usted una sociedad sospechosa. Es eso lo que usted fue a decir a Roma.
En Europa, donde su discurso de constructor (de rutas, puentes y aeropuertos) le valió admiradores, finalmente lo están descubriendo como un político anticuado, digno de una novela de la serie “El Señor Presidente” o “La fiesta del chivo”. Usted construyó cosas, es verdad y es normal con los miles de millones de dólares recibidos. Pero usted no es un político de estos tiempos. Usted cree que el cambio solo es posible con garrote. Usted cree que la sociedad no es más que una masa de votos que debe obedecer o debe ser castigada.
Con ese discurso, en Roma debieron imaginar estar oyendo a un discípulo del teócrata Calvino.
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