jueves, 14 de abril de 2016

Correa ya se gastó un Plan Marshall y 100 mil millones más
Hasta el 2015 ya lleva gastado el equivalente a 1,76 planes Marshall. ¿Y dónde está la industrialización? ¿Dónde el cambio de la estructura productiva? ¿Dónde las bases para un desarrollo sostenible?
12 de abril del 2016
GONZALO ORTIZ CRESPO
El triunfo de la Unión Soviética y de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial dejó vigentes a dos superpotencias con visiones ideológicas distintas, lo que dio origen a la Guerra Fría.
El secretario de Estado de EEUU, el general George Marshall anunció entonces un plan de re-industrialización para la destruida Europa. Desde el punto de vista político, el Plan Marshall buscó crear un cordón sanitario, por así decirlo, para contener la expansión del comunismo. El generoso flujo de la ayuda de EEUU y el apoyo a las políticas nacionales de desarrollo aseguraron no solo que Europa renaciera de sus cenizas, sino que apareciera una nueva Europa, más pujante, más democrática y más pacífica que nunca.
Los resultados del Plan Marshall fueron espectaculares, y en buena parte se debieron, por supuesto, a la propia voluntad nacional de la Europa Occidental y al sustrato que existía de infraestructura e industrias, por más que ambas estuvieran destruidas por completo en amplias zonas, sobre todo de Alemania, Francia, Holanda, Bélgica e Italia.
Es debido a esta conjunción de factores: un gran flujo de dinero externo más las políticas nacionales adecuadas, que se sigue considerando al Plan Marshall como probablemente el más exitoso programa de ayuda al desarrollo de toda la historia. La Europa de la segunda mitad del siglo XX no se entendería sin el Plan Marshall y muchos lo siguen viendo como la hora más brillante de la historia de EEUU.
La Europa de la segunda mitad del siglo XX no se entendería sin el Plan Marshall y muchos lo siguen viendo como la hora más brillante de la historia de EEUU.
Su éxito inspiró a que ese país pusiera en marcha similares programas de ayuda e impulsara similares políticas de desarrollo en Japón, Taiwán y Corea del Sur, especialmente luego de la creación de la República Popular China, otra potencia comunista que amenazaba expandirse.
Ahora bien, ¿cuánto dinero se invirtió en el Plan Marshall? La suma total fue de 13 mil millones de dólares ($ 13.000’000.000), y funcionó durante cuatro años, desde 1948 a 1952.
Resulta interesante comparar ese plan de desarrollo con lo acontecido en el Ecuador de la autodenominada revolución ciudadana, la que por cierto no ha estado cuatro sino nueve años, más del doble del tiempo del Plan Marshall, por lo que, si hubiera contado con el dinero, podría haber cambiado las condiciones productivas del país y haberlo lanzado a la ruta del desarrollo sostenible.
Pero, ¿contó con ese dinero? ¡Por supuesto y mucho más que el Plan Marshall! Según las cifras del Observatorio de la Política Fiscal, durante los nueve años de 2007 a 2015, el Fisco ecuatoriano tuvo ingresos por $ 231.669’000.000. Aritméticamente, aquel monto sería igual a 17,82 “planes Marshall”, pero bien sabemos que los dólares de 1948 no son los mismos que los de 2016.
Entonces, debemos calcular el valor que los dólares de 1948 tendrían el día de hoy. En la actualidad se cuenta con varias páginas en Internet que ayudan en los cálculos. Yo tomé www.dollartimes.com que tiene una calculadora para hacer esta operación. El resultado es que 13 mil millones de dólares de 1948 equivalen a 131.402 millones de hoy (para ser exactos, $ 131.402’777.777,77). La inflación anual que calcula el sitio web es de 3,46%, es decir que la inflación que ha habido en estos 68 años ha sido de 910,79%.
O sea que Rafael Correa se gastó hasta 2015 el equivalente a un Plan Marshall completo y además USD 100.200 millones (USD 100.266.222.222,23 para ser exactos). O, lo que es lo mismo, 1,76 planes Marshall.
No puede negarse que en estos nueve años se ha hecho obra pública. No la exageración pretenciosa y ridícula de Correa de que en el Ecuador no había carreteras antes de que él llegara y que repitió por enésima vez en su sabatina del 2 de abril en Conocoto: “Acuérdense que antes de la revolución ciudadana no había carreteros” (así, con o). Es esa soberbia sin bases lo que ha hecho que ya casi ocho de cada 10 ecuatorianos no crean en su palabra. Y no solo no había carreteros, pues añadió: “Gracias a Dios llegó la Revolución Ciudadana para que la patria tenga carreteras, escuelas, hospitales, hidroeléctricas, aeropuertos, Unasur”. Lo de Unasur, lleve, lleve, como se dice en la Sierra, porque es verdad que no existía, pero sólo se necesita haber tenido uso de razón antes de 2007 para saber que en el Ecuador había todo lo demás.
Lo que ha hecho Correa es mejorar muchas carreteras, construir nuevos hospitales, nuevas escuelas. Pero, poniéndose a ver, Quito, aunque sí tiene una Panamericana mejorada, continúa teniendo la precariedad de siempre en sus conexiones con la Costa. Este invierno lo ha demostrado otra vez: cierres en la Alóag-Santo Domingo; en la Colta-Pallatanga-Bucay, y un estado desastroso de la Calacalí-La Independencia (un viaje por esa carretera es el más clamoroso mentís a la cacofónica afirmación de Correa de que todas las carreteras tienen señalización y mantenimiento). Si tanta obra ha hecho, ¿por qué no construyó la autopista Guayaquil-Quito, la arteria indispensable para la conexión de las dos más grandes ciudades del Ecuador que tendría un inmenso impacto en el desarrollo nacional?
Si tanta obra ha hecho, ¿por qué no construyó la autopista Guayaquil-Quito, la arteria indispensable para la conexión de las dos más grandes ciudades del Ecuador que tendría un inmenso impacto en el desarrollo nacional?
No se puede negar que las oficinas de la burocracia estatal, de la policía, del sistema judicial están muy bonitas. Y que, además, el presidente tiene dos aviones, no sé cuántos viajes al exterior, una docena de doctorados honoris causa. Ah, y que ha construido un Gobierno florido y frondoso donde, además de la Presidencia y Vicepresidencia con sus organismos anexos, hay cuatro secretarías nacionales, seis secretarías a secas, seis ministerios coordinadores y 23 ministerios, es decir 41 entidades de nivel superior, sin contar las innumerables superintendencias, agencias nacionales y más engendros burocráticos. Solo para el agua, por ejemplo, hay una secretaría, una empresa pública y una agencia de control y regulación: ¿tres entes? Pues sí. Y, ya como culmen de tanta irracionalidad burocrática, debido a que es tan bestial el número de empresas públicas y se vuelve imposible controlarlas, Correa creó por decreto 842 el 15 de diciembre último la Empresa Coordinadora de Empresas Públicas (EMCO EP), cuya sede, por más señas, está en la avenida República, en Quito. Y no solo eso, sino que el presidente del directorio de este nuevo engendro tiene, como no podía ser menos, ¡rango (y sueldo, y sueldo) de ministro coordinador!
Así que mucho ha hecho el economista Correa.
Pero, francamente, todo eso es nada si las preguntas son: ¿ha cambiado el modelo de desarrollo del Ecuador?, ¿se ha transformado estructuralmente el país?, ¿qué bases existen para un desarrollo seguro, veloz, sostenible e incluyente de aquí en adelante?
Y las respuestas son no a la primera, no a la segunda y muy débiles a la tercera. El Plan Marshall relanzó la industrialización de Europa, pero Correa ha desindustrializado al país. El Plan Marshall y, repito, las políticas públicas acertadas y la voluntad de hierro de los europeos, pusieron las bases de una nueva Europa, con una industria pujante; salarios cada vez mejores; transporte público eficiente; seguridad social envidiable; medicina gratuita de alta calidad para todos; infraestructura impresionante de autopistas, túneles, puentes, ferrocarriles, aeropuertos, hospitales, escuelas, universidades; ciencia de alto nivel; cultura hasta por los poros; democracia integral; partidos políticos robustos; prensa independiente y un proceso de integración que, aunque hoy atraviesa por problemas, ha dado como resultado la mayor economía industrial del mundo actual.
Sí, Europa ya tenía las bases y un proceso de industrialización en marcha antes a la guerra. Pero jamás puede olvidarse los 60 millones de muertos y la destrucción brutal que trajo la guerra de toda la infraestructura, incluyendo las propias fábricas y las cadenas de producción. Jamás puede olvidarse el hambre y las secuelas posteriores. La dueña de casa del departamento que alquilábamos con mi esposa cuando estudiamos en Holanda en los setenta, nos contaba del hambre que pasaron en la guerra, sobre todo el año 44, cuando se comieron hasta los bulbos de tulipán que habían guardado para sembrar en el otoño, y estuvieron a punto de sucumbir de no ser por el pan sueco (primero desde el aire y luego horneados en Holanda con harina enviada por Suecia, un país neutral pero solidario). Solo esa hambruna holandesa de 1944 ––provocada por la destrucción de una de las agriculturas más eficientes del mundo por la demolición por parte de la Wehrmacht de todos los diques para inundar gran parte de la tierra fértil y por el embargo decidido por ella de todos los transportes de alimentos––, produjo 20.000 muertos directos por hambre en el invierno 1944-45, muchos miles más por efectos indirectos en los meses siguientes y consecuencias graves en la salud de una generación posterior.
El Ecuador, por más que Correa quiera hacer creer que no tenía carreteras ni escuelas ni hospitales, estaba bastante mejor que la Europa asolada tras la Segunda Guerra Mundial. Y con la plata de casi dos planes Marshall no solo que no lanzó al país al camino del desarrollo definitivo y sostenible, sino que ha pignorado sus combustibles fósiles, ha arruinado a la agricultura, ha eliminado la democracia y ha desindustrializado al país. ¡Qué gigantesco fracaso!

Nota: Agradezco al caballero que, sin conocerlo, se me acercó en un lugar público y me insinuó que investigara cuál sería el valor presente del Plan Marshall y escribiera sobre ello.

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