El regalo envenenado del CNE a Lenín Moreno
Menudo regalo hizo el Consejo Nacional Electoral a Lenín Moreno: la Presidencia de la República. Es un regalo envenenado. Moreno gana de la única forma que no debió hacerlo: suscitando todas las dudas, dando cuerpo a todas las sospechas de fraude que rondaban en el ambiente y que el CNE se había encargado de sembrar. En ese punto, ese organismo dirigido por Juan Pablo Pozo hizo un recorrido perfecto: desde cambiar el reglamento hasta pretender obligar a Participación Ciudadana a entregar el resultado del conteo rápido con antelación. Pozo iguala a su maestro en cinismo, Omar Simón, que lo antecedió en el cargo.
Moreno quería la Presidencia. Pero requería limpidez en esas horas tan críticas situadas entre el momento que cierran las urnas y el instante que se anuncia al ganador. Esas horas, emocionalmente agotadoras para los electores, resultan densas para la memoria colectiva. Moreno necesitaba pasar la página, hacer olvidar la campaña asquerosa que hizo su gobierno para ayudarle a ganar, crear un compas de espera para probar, ante la opinión pública, que es diferente a Correa… En definitiva, necesitaba generar un nuevo aliento en el país que ahora está dividido en dos mitades y que él debe liderar. Pues bien: todo eso quedó sumergido bajo capas espesas de dudas que convierten su presidencia, desde ahora, en un déjà vu: más de lo mismo. Cinismo, arrogancia, trampa, fraude…
Lenín Moreno dirá que ganó con todas las de ley. Por eso el regalo del CNE está envenenado. Anoche le jodió el triunfo. Y se lo jodió para siempre. Que se haya ido el sistema del CNE luego de concluir la elección, que mientras tanto las encuestadoras y los medios incautados y serviles del gobierno hayan posicionado su triunfo en la opinión, que Correa -en vez de esgrimir el martillo de Thor habitual- saliera a pedir que se acepten los resultados, que apareciera la Politécnica Nacional -que no tiene estructura para ese ejercicio- con un conteo rápido cuyos datos coinciden con el escrutinio, que Juan Pablo Pozo haya proclamado el resultado con el 94% de votos escrutados… Todo esto configuró un operativo planificado para que Moreno fuera, con los votos o sin ellos, el Presidente. El CNE, esa dependencia indigna de Carondelet, hizo demasiado. Y lo hizo en forma burda, desembozada y cínica porque ese es el estilo de este gobierno y del ya casi expresidente que se va, supuestamente, a Bélgica.
Por obra del CNE, el triunfo de Moreno no es reconocido ni siquiera por su contendor. Magro servicio se hacen sus amigos diciéndose que es lógico porque los perdedores siempre reclaman. Moreno no solo quería ganar. Requería que su triunfo fuera incontestable porque, aunque el casi-expresidente siga burlándose, como enfermo, de la oposición y de sus críticos, él tiene que unir el país. Tiene que pagar las facturas de esta década y eso no lo podrá hacer manteniendo la polarización, producto del liderazgo esquizofrénico de Correa.
Moreno no necesitaba que Lasso estuviera en la calle impugnando su triunfo. Lo precisa no muy lejos y esto hubiera sido similar si el elegido por el CNE hubiera sido Lasso. Ahora Moreno tendrá serios problemas de legitimidad y eso solo lo podrá medir mirando los resultados que publica Juan Pablo Pozo: no hay dos millones de votos de diferencia con su contendor, como mentirosamente dijo el casi-expresidente. Moreno tiene que ser consciente de que el país está partido por la mitad y de que su espacio político se redujo. Pretender, en esas condiciones, mantener el modelo sería sucumbir ante la tentación de un espejismo. El presidente ungido por el CNE ha prometido cambios. Y si los hace chocará, irremediablemente, con los fanáticos correístas que sueñan con seguir prohibiendo, regulando y censurando al tiempo que defienden esa economía ficticia que Correa fabricó para solazarse en su ego.
Si Moreno quiere una presidencia exitosa tendrá, paradójicamente, que desmontar, en buena medida el aparato y los sueños de perro correístas, que tanto odio y división han creado en el país.
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