miércoles, 26 de abril de 2017

POR: Rodrigo Pesántez Rodas

Publicado en la Revista El Observador (edición 98, Abril-Mayo 2017) 

Los Moreno-Mora
Una estirpe intelectual que honra a la ciudad de Cuenca
Si los genes son hereditarios dentro del vital proceso de la vida, cada uno de nosotros indefectiblemente somos una parte de ese todo engendrador que vienen a ser nuestros padres, abuelos y hasta bisabuelos. No le falta razón a la sabiduría popular cuando al referirse a estos aconteceres suele decir: “hasta la quinta pinta”.

En las manifestaciones múltiples del Arte es muy común encontrarse con estos ancestros prodigiosos, ya sean  en la música, la literatura, la escultura  o la pintura. Lo no  común es tener dentro de un mismo tiempo-espacio familiar a más de un hijo  o un hermano que sientan a través de sus más íntimas fibras emocionales e intuitivas, ese mismo demonio socrático, ese duende lorquiano, ese  instante de iluminación que en la cultura helénica  se la denominaba inspiración que venía entre musas y olimpos inesperados.  Hoy  sabemos que el epicentro de ese instante creador está en el ingobernable subconsciente, en ese otro yo que a veces nos asombra, nos revela, nos condena o  glorifica.
En el panorama de la poesía cuencana del siglo pasado, tuvimos la singular presencia de cuatro hermanos que dieron un significativo aporte no solo a las letras comarcanas sino al proceso de la literatura nacional: Alfonso, Manuel, Rosa Virginia y Vicente Moreno Mora, vástagos del hogar formado por los esposos Domingo Moreno Ordóñez y Bárbara Mora López.
Cronológicamente el primero  de ellos, Alfonso Moreno Mora      (1890-1940) es quien configura histórica y estéticamente la presencia del Modernismo como Escuela Literaria en la capital azuaya. Quito y Guayaquil ya estaban presentes en el panorama nacional con una tetrarquía que advino no tardíamente como se asegura sino  dentro de la vertiente de realización: Arturo Borja. Humberto Fierro, Ernesto Noboa y Caamaño y Medardo Angel Silva. Por razones inexplicables (tal vez falta de difusión oportuna) no sabemos porqué  Raúl Andrade no lo incluyó en el grupo que simbólicamente lo llamó “La Generación Decapitada”  teniendo como los tuvo  las mismas configuraciones lingüísticas, las idénticas percepciones existenciales, las innovaciones métricas,  ese rumor de ocasos tan tempranos y esa funcionalidad estilística que encumbraron  al inmortal autor de Cantos de Vida y Esperanza.  Basta leerlo en su  soneto Marfil que representa una cúspide estructural completa propia de un poeta mayor en cualquier latitud de habla castellana. Texto donde los símbolos brillantes del estilo modernista se tienden a través de un léxico fluido, armonioso; la voluptuosidad de la imagen transparentada en hermosas formas femeninas; la nítida silueta impresionista del objeto en relación con los correlativos del sujeto; y. esas simetrías bilaterales con esdrújulos internos: “los mórbidos hombros de mármol pulido” de sincrónico remate hacen de estos versales dodecasílabos un soneto de virtuosismos estilísticos y semánticos suficientes como para que su autor campee majestuoso su nombre en la plana mayor de nuestro modernismo. Su existencia  estuvo colmada de penumbras y ocasos prematuros; de esa exquisitez por saborear el vaso del dolor y del amor, sin miel pero armonioso pues la sustancia musical que fluía en su verso era más nítida y recia que la mordedura del tedio. Textos múltiples tanto por su temática cuanto por sus recursos estructurales. La forma clásica del soneto fue la que con mayor soltura se engarzó en su telar psíquico-emotivo. Reminiscencias con saudades como en sus Elegías, como en sus gobelinos terruñales, como en la rosa hecha mujer al borde del ensueño fugitivo (Soneto Rosa), como en esas traslaciones más que metafóricas, consubstanciadas de humanas certezas de sus capulicedas: “Capulicedas, frondas de armonía,/ troncos grises al borde del camino/ hojas secas en áureo remolino/ frutos negros cargados de ambrosía;/ sombra en las horas de calor ardientes,/ puente, en el río lleno de virtudes,/ candela en los hogares indigentes;/ y a veces, de los pobres ataúdes”- Huellas gratas se dan en algunas de sus estrofas de su texto Jardines de Invierno, huellas que hacen camino propio aunque de la mano de Antonio Machado por la repercusión rítmica del octosílabo; y, de Rubén Darío en la esencia inequívoca de su Canción de Otoño en Primavera: “Mi juventud, el tesoro/ que yo guardaba escondido,/ mi juventud se envejece/ sin vivir y sin motivo”.
Su hermano Manuel Moreno Mora ( 1894-1970) tomó dos direcciones dentro de su corpus poético y social.  A través de su revista América Latina convocó a  una toma de conciencia de las nuevas corrientes literarias que a través  de su intercambio cultural le llegaban desde  América y Europa. Allí el simbolismo y el parnasianismo, el primero concibiendo a la poesía como algo misterioso anteponiéndolo el poder de evocación de los objetos sobre sus características propias, y  el segundo, en la búsqueda formal frente a los descuidos y el sentimentalismo excesivo del romanticismo.
En cuanto a lo social su pensamiento imponente y decisivo rompe ciertos convencionalismos más que ideológicos sociales que lo expresa de una manera frontal, y decidora para su época y entorno socio-cultural. En el primer número de su revista América Latina. (Noviembre 1922) más claras no pueden ser sus convicciones estéticas y políticas. Oigámoslo: “Los ideales que principalmente han de mantener viva y creciente la  tendencia a la unión del nuevo mundo latino, son los de conservar y consolidar la emancipación política y mental conquistada por dos genios americanos: Bolívar y Rubén Darío.”
Como poeta logra publicar en 1930 su libro En la Torre de Marfil, poemas aunados en 309 páginas que es una antología más que de  significaciones poéticas, de percepciones simbólicas y estructurales modernistas esa Torre de Marfil que codifica los otros elementos de su filiación rubendariana: faunos, cisnes, berilos, ninfas, pámpanos.
Las lecciones de  las estructuras versales también fueron aprendidas al pie de la letra por Manuel Moreno Mora. No olvidemos que el verso eneasílabo  después de tres siglos de abandono el chorotega de Nicaragua en su Canción de Otoño en Primavera lo resucitó remozándolo  con pulidas resonancias estilísticas y semánticas.  Desde la Torre de Marfil, el cuencano asimila la imagen y las estructuras versales, en los siguientes versos:  “Juventud, dulce amada mía,/ ya en quietud debemos vivir;/ una amarga melancolía/ ya solo nos guarda el vivir”.
Habría que hacer una revisión detenida de la poética de Manuel Moreno Mora, pues si en verdad hay muchas  codificaciones versales sin sustancia poética, hay también algunas perlas escondidas en algunas estrofas de sus sonetos, para muestra basta este botón de su texto Afrodita: “Sangra el cielo divino  sobre la mar sonora/ que palpita y esplende con la luz matutina,/  se comban las espumas en la extensión marina,/ la brisa aromas riega, la luz se irisa y dora”.
Rescatándola  en nuestro libro Presencia de la Mujer Ecuatoriana en la Poesía; Universidad de Guayaquil, 1960 nos llega doña Rosa Virginia Moreno Mora, no pudimos dar con su fecha de nacimiento pero suponemos que fue la tercera del grupo de los cuatro hermanos; en cambio  si sabemos que su fallecimiento ocurrió en Cuenca el 12 de agosto de 1957. No editó libro alguno y sus versos  aparecieron publicados en el diario El Mercurio de su ciudad natal. Versos plenos de emociones íntimas y reflejos existenciales  propios de una mujer de su tiempo donde las cuitas eran soñadas o percibidas a solas  no solo por su alma sino por” su carne cual rosal de cien rosas llenas de aroma y miel”.  Ritmo seguro,  juegos tropológicos de una tímida desnudez donde esa ansia invisible pero hermosa  se vierte en un reclamo ineludible y feraz: “Si mi vida a otras flores no había de dar vida,/ ¿por qué me diste esta honda sed de amor y querer? (Poema “De ¿Por qué hiciste, oh vida…”) ¡Ah, el amor en cuyo regazo los versos han tejido sus nidos de asombrosa belleza  en todos los tiempos!. Poemas donde las interrogantes fluyen dentro de una magia de  singulares léxicos: “Oh flor azul y pálida, primavera en invierno,/ no verás en tus noches tu sol amanecer.”. Lástima que no se conozcan  más poemas de esta autora que sin pertenecer a ninguna escuela literaria tiene una huella intelectual que no puede ser olvidada por la cultura azuaya.
El último de esta tetrarquía de escritores cuencanos que sin lugar a dudas lograron integrarse al proceso histórico-estético de nuestra literatura es Vicente Moreno Mora, (1902-1981). Periodista, educador y poeta que  se desencauzó del estereotipo modernista y se abrió paso dentro de la vertiente de salida de esta escuela literaria. En sus estrofas el sintagma versal es más abierto en cuanto a estilos y temática. La palabra es más vigorosa en sus connotaciones semánticas y  sus emociones ya no están diseñadas dentro de esos niveles existenciales penumbrosos, y más bien se esplenden en la coreografía del gozo descriptivo y tropológico como en estos alejandrinos sin rima pero tan rítmicos a través de sus  precisos encabalgamientos: “ Otoño.  Campo. Río. Trinar de la alborada,/ El agua en la pradera llena de sol. Los sauces/ amarillando al viento. Y el alma mariposa/ inquieta, alucinada, se pierde en lo distante”. (Travesía Espectral y Doliente).
Vigorizó el romance y con mirajes suyos pero con ecos lorquianos nos entrega algunos de muy buena factura: “Soledad honda y brumosa/ verde silencio de yerba/ no me llega una palabra/ ni en el viento van mis quejas”…”Traigo en el alma el sollozo/ del desierto y la palmera/ y una lágrima en la mano/ para la sed de la ausencia”.  Ese “verde silencio de yerba”, ya es un signo y significante de un estilo que surge personal y de avanzada.
Poeta de matices subjetivos su alejamiento del cauce generacional modernista fue corto pero seguro. Se abrió en dos direcciones: en las estructuras versales;  y, en la codificación de los lenguajes  La primera por ejemplo,  la encontramos  en su poema, “El lazo del campo” cuando el pentasílabo muy rítmico va tomando niveles alternantes con el dodecasílabo, el heptasílabo, el endecasílabo hasta rematar en el bisílabo. Esa expansión métrica también la llevó al lenguaje que ya no es ni estilístico ni metafóricamente  modernista sino vanguardista: “me están gritando voces sin cansancio”…” como un árbol cuajado de sonidos”. Por ahí va  desplazándose hacia telares más rotundos dentro de la búsqueda del automatismo síquico.No converge, desnivela la lógica  y el verso se da en la esquina misma de un vanguardismo pleno y convincente: “tu risa  me agarró al paso”…”hoy sé el dolor de los aviones olvidados”. Muestra suficiente y éste su mejor aporte al desarrollo poético  en el espacio y en el tiempo.
Versos, poesía, pensamiento, emociones que cubren la fronda sustanciosa y grata de un camino y caminar de la literatura nacional por las letras azuayas.  No olvidemos que el presente no es sino la metáfora del pasado.

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