jueves, 11 de octubre de 2018

Nebot mercadea su modelo y el modelo es él

  en Conexiones4P/Elenfoque  por 
Como previsto, Jaime Nebot no se despidió en la sesión solemne de Guayaquil de la vida pública. Como previsto, tomó cita con guayaquileños y ecuatorianos en general “desde el día siguiente al último día como alcalde” y para siempre. Esto se reflejó en su discurso que dividió; una parte como rendición de cuentas y la otra como esbozo del relato que ensaya como candidato a la Presidencia de la República.

Nebot se cree su cuento. Siempre pensó en su administración como matriz de una franquicia política exportable al resto del país. Ese es el modelo del cual aún hoy ironiza Rafael Correa. “Si se ha hecho en Guayaquil –dijo– ¿por qué no en el resto del país?”.  Y para que nadie se equivoque, enunció los atributos que no pueden ser sino aquellos que él se otorga: “voluntad, solidaridad, conocimiento, seriedad”.
Guayaquil es el modelo que él instruye que lleven sus candidatos al resto del país. Un modelo que, con adecuaciones, él piensa extender en las próximas elecciones seccionales y que, obviamente, le servirá de plataforma presidencial. Su fórmula es circular: el modelo es suyo, lo articuló durante casi 20 años y ahora lo erige en referencia suprema de éxito en políticas públicas. Además, solo es creíble en la esfera política aquel que pueda mostrar una labor como la suya. El modelo es él.
Nebot no solo anunció el programa político que propone al Ecuador. En Guayaquil, este 9 de octubre, se esculpió un perfil político tan novedoso que cualquiera lo tomaría, con toda la buena fe del mundo, por el traje electoral que le han tallado sus asesores políticos.
Un hombre ecuánime: Nebot no piensa –no todavía– hacer campaña sobre las cenizas del gobierno de Moreno. Empieza, entonces, por Correa que ha dejado un país destruido. Y lo pinta: un Estado gigante, una deuda pública cuantiosa, una caja vacía, una maraña jurídica, un ambiente de desconfianza que dificulta la inversión y el crecimiento.
Un hombre positivo: no es fácil revertir la herencia de Correa, pero es posible, dice Nebot: reducir el gasto, ser austero, recuperar la liquidez, equilibrar los costos y las relaciones laborales para las empresas, generar confianza para atraer inversión.
Un hombre propositivo: en su discurso plantea recurrir al sentido común, al pragmatismo, a la imaginación, a la creatividad para sacar al país del pantano. Formula crear y mantener en la gente y en los inversionistas expectativas promisorias de desarrollo como una condición necesaria para recuperar la economía en el país. Y remata esta parte afirmando que la obligación de los políticos es construir el camino para que los ciudadanos sean ricos. Porque eso es lo que él cree que ellos quieren ser.
Un hombre sencillo: Nebot confiesa que no quiere tener la razón. Que la búsqueda de la libertad y la felicidad ya no corresponde a los partidos políticos sino a grandes corrientes ciudadanas que son anti partidos políticos. La tarea suya como político no es disputar ese liderazgo sino complementar esa misión y “hacer más efectivas esas corrientes populares para resolver los problemas ciudadanos”.
Un hombre desprendido: Nebot dijo que los partidos políticos no deben luchar entre ellos sino luchar en conjunto por los ciudadanos. Que deben superar la costumbre perversa de despotricar los unos de los otros. Que deben sustituir aquello por “la obligación ética, política, pragmática de situarse por encima de sus diferencias y sumar en la búsqueda de soluciones a los problemas del país”.
En claro, Jaime Nebot, con los ojos puestos en la Presidencia de la República, borró en este discurso de campaña buena parte de su biografía y de la historia socialcristiana. Es un buen augurio que solo pide ser corroborado por acciones concretas. Por lo pronto no anunció fecha para ejecutar la parte de su compromiso nacional para “convertir el país que otros dejaron destruido en un país próspero y unido”. Se entiende que ese desafío es aquí y es ahora. Nada propuso, sin embargo, para que los ciudadanos sean testigos de ese makeover político y de ese desprendimiento, anunciados en su discurso, que la historia no registra ni en su caso ni en el de su partido.

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