domingo, 21 de octubre de 2018

Ley de comunicación



Alberto Ordóñez Ortiz
Por AGN - 20 octubre, 2018105
En este primer tercio del siglo XXI la información a cargo de los Medios de Comunicación ha penetrado tanampliamente y tan hondo en la conciencia pública que, sin temor a equivocarnos, bien podríamos decir queesta es la era de la información. Su poder explosivo se ha extendido como nunca antes a tantos hombres y sus mensajes ha sido tan instantáneos, tan libres (me refiero a las democracias, claro está), como abundantes, expeditos, verdaderos, recios y, en tal medida que, han adquirido la categoría de omnipresentes. Dicho en palabras equivalentes: que están (sus mensajes) en todas partes a la vez. Y esa es la verdad, la noticia no es ya patrimonio de los países desarrollados, es patrimonio de todos, porque aparece en todos a la vez. Ese el mazazo de su decisivo poder y su impulso siempre encaminado a su universalización.
Nuevos y poderosos vientos son los que ahora la dirigen y la conducen a esta nueva y revolucionaria etapa en la que literalmente los puntos cardinales han desaparecido para dar paso a esta suerte de aldea global de la información. Su incidencia en la toma de decisiones políticas, económicas, sociales, y en general, de todo orden, es concluyente. Abrumadora. Decisiva. De allí que quienes las toman, cuentan con la posibilidad de estar mejor informados y por tanto con la venturosa oportunidad de adoptar las que más convengan a los intereses de sus representados. En contravía, la opinión pública dispone de los elementos necesarios para poder evaluar, rechazar (a los totalitarismos, por ejemplo) y juzgar de mejor manera a sus gobernantes. Bajo este nuevo y vigoroso conjunto de elementos informativos, el mundo debería estar mejor, pero la verdad es que no ocurre así, pues que, en muchos aspectos si no hay vacilaciones, hay dolorosos retrocesos que sin duda estarían provocados por leyes o decisiones de corte dictatorial.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que la comunicación (o información) tiene un papel decisivo en el avance y desarrollo de las sociedades. Se vuelve imperativo entonces controlar su determinante poder y, no para limitar la gloriosa libertad que lo impulsa, sino para regular ciertos aspectos secundarios e impedir que su indebida aplicación pueda eventualmente derivar en libertinaje, pero siempre en orden a volverla más libre, siempre respetando ese orden tan propio de su esencia o, dicho con más propiedad, de la sustancia de que está hecha.
No podemos olvidar el célebre enunciado de Jean Revel cuando dijo: “La democracia y el derecho a la comunicación se suicidan si se dejan invadir por la mentira, de la misma manera que el totalitarismo si se deja invadir por la verdad”. Sea este enunciado en cuanto hace de la verdad el sustento mismo del derecho a la información la que se refleje en la Ley de Comunicación actualmente en conocimiento de la Comisión de Colectividades de la Asamblea Nacional, en el entendido de que la verdad informativa (prerrogativa de todo ciudadano) al no afectar a nadie no acarrea responsabilidades y porque simple y llanamente sin verdad no hay derecho a la comunicación y sin derecho a la comunicación no hay democracia.

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