Cuando Lenín Moreno asumió la presidencia, existía mucha incertidumbre sobre la identidad política de su gobierno. No estaba claro si iba a constituir un “correísmo sin Correa”, acaso con cara amable, o si iba a operar una ruptura, parcial o profunda, con la década del socialismo del siglo XXI. En un ámbito tras otro, Moreno ha sorprendido a la opinión pública no solo por su voluntad de dejar atrás el correísmo, sino por su insospechada habilidad estratégica para lograrlo. La política exterior no es una excepción, aunque fue acaso la última esfera en que se materializó el impulso de descorreización.
Durante casi un año, la ministra de relaciones exteriores de Moreno, María Fernanda Espinosa se adhirió firmemente a las posturas que Correa había adoptado frente a la crisis de Venezuela y la protección a Assange, manteniendo una velada complicidad con las estrategias contra-hegemónicas rusas heredades del correísmo. No obstante, con el nombramiento de José Valencia como Canciller, el legado correísta en relaciones internacionales ha sido felizmente pulverizado.
El paradigma de política exterior correísta combinaba dos pasiones de la izquierda latinoamericana: un patológico anti-norteamericanismo y el mito de “una gran patria latinoamericana” socialista. Este doble impulso llevó al régimen de Correa a invertir en endebles e ideologizados mecanismos de integración regional como UNASUR y ALBA; generar fuertes tensiones con EEUU y los multilaterales identificados con el consenso de Washington; y acercarse a potencias externas a la región, Rusia y China, para contrapesar a la hegemonía norteamericana. El régimen de Correa incluso asumió que los lejanos enemigos de su enemigo, como Irán, eran sus amigos cercanos. A todo esto, hay que sumar el rol que Rusia asignó a Ecuador como la madre patria del hacktivismo contra-hegemónico. Tanto Assange como Snowden no dudaron en dirigirse a Ecuador, tal como los guerrilleros exiliados de otra época terminaban en Cuba o en Argelia.
El paradigma correísta de política exterior, inspirado en una ilusa mitología revolucionaria, no solo que no generó beneficios tangibles, sino que insertó al Ecuador en una red de relaciones asimétricas, con Chávez, con China y con Rusia. Una década después, había generado una espeluznante serie de fracasos: sus mecanismos de integración preferidos en desprestigio total, un sobre-endeudamiento con China; una frontera invadida por la narco-guerrilla y un Ecuador convertido en entrepôt del narcotráfico global. E ironía de ironías: el Ecuador socialista revelado ante la opinión pública mundial como un tonto útil de la estrategia rusa de potenciar a la ultraderecha en el mundo.
¿Qué ha cambiado desde que el nuevo Canciller asumió la dirección de la política exterior? El Ecuador ha redescubierto que EEUU es un socio ineludible para la búsqueda de la seguridad nacional frente a una frontera ingobernable; que los multilaterales son una fuente de financiamiento a tasas razonables y sin compromisos corruptos y que el régimen chavista de Venezuela, en lugar de ser la co-vanguardia (conjuntamente con Cuba) de la revolución latinoamericana, es una amenaza para el bienestar de la región y una plaga para los venezolanos. Además, existe una consciencia clara de que el asilo ecuatoriano de Assange es una vergüenza y un pasivo estratégico para el país.
La corrección que se ha dado frente a la disfuncional política exterior correísta es profunda y muy saludable. Ahora, la cancillería tiene el reto de trazar un nuevo camino positivo de política exterior, no solo corregir los errores anteriores. Para ello enfrenta un complejo escenario internacional, que incluye un EEUU entre aislacionista y agresivo, un mundo en que las reglas de juego del sistema internacional, como la defensa de los derechos humanos, están en duda, y en que China es una potencia económica ineludible. No será una tarea fácil para el Ecuador reinventarse como actor en el actual escenario internacional. Pero la triste memoria del correísmo encierra tres lecciones claras: que el Ecuador debe perseguir su propio interés nacional, apoyar un sistema internacional compuesto de normas liberales como los derechos humanos y el libre comercio y desechar la peligrosa ilusión de contarse entre los grandes jugadores de las pugnas de poder globales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario