Posorja… la barbarie digital
Posorja es la yuxtaposición del aislamiento comunitario con la globalización, la confirmación de que el mundo camina a ritmos demencialmente diferentes. Un rumor digitalizado deriva en un crimen atroz viralizado en redes sociales. Es el atraso utilizando herramientas del futuro, la marginalidad utilizando herramientas de la integración. La pobreza en Internet.
18 de octubre del 2018
POR: Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
El crimen de Posorja no tiene un sentido explícito. No hay más propósito que una venganza irracional. ¿Cuántos de los involu-crados estarán cons-cientes de su violencia desen-frenada e inhumana?"
Posorja. Recuerden bien ese nombre, porque quedará como referente de un fenómeno cuyas dimensiones todavía no alcanzamos a percibir. Posorja es el encuentro de la capacidad más avanzada de la inteligencia humana con las pulsiones más primarias de la especie humana. El garrote y la electrónica. Es la combinación de todos los factores que configuran la profunda crisis de una civilización.
La justicia por mano propia no es nueva. Es más, ha inspirado grandes reflexiones sobre el derecho de los pueblos a rebelarse contra los abusos del poder y la autoridad. Pero Posorja no es Fuenteovejuna: aquí se linchó a tres personas por un delito que no cometieron, y se agredió a un grupo de policías que no hacían más que cumplir con su deber. Es decir, ni justicia ni rebeldía.
Posorja es la yuxtaposición del aislamiento comunitario con la globalización, la confirmación de que el mundo camina a ritmos demencialmente diferentes. Un rumor digitalizado deriva en un crimen atroz viralizado en redes sociales. Es el atraso utilizando herramientas del futuro, la marginalidad utilizando herramientas de la integración. La pobreza en Internet.
A diferencia de las conspiraciones informáticas que sirven al poder, y que por lo general tienen propósitos obscenos, en Posorja no hubo más que reacciones espontáneas. Impulsos. Pura indignación frente a un sistema que ha destrozado el tejido social, que ha aniquilado la confianza colectiva.
El mundo abierto a las diferencias que pregonan las redes sociales es incompatible con la necesidad de protección de una pequeña parroquia de pescadores. En la inseguridad, la diferencia es una amenaza. Las tres personas linchadas eran “extranjeros que venían a secuestrar niños”; es decir, que querían atacar a lo más sagrado de los afectos familiares. Una angustia infundada, una simple sospecha propagada a velocidad electrónica terminó en una lapidación pública. El medioevo de la mano de la posmodernidad.
El arrastre de los Alfaro dejó a una ciudad conmocionada por la bestialidad que contempló en sus propias narices. La hoguera bárbara nos avergüenza aún hoy como país. Pero ese crimen tiene la virtud de explicarnos los extremos del poder, la perversidad de los intereses políticos.
El crimen de Posorja no tiene un sentido explícito. No hay más propósito que una venganza irracional. ¿Cuántos de los involucrados estarán conscientes de su violencia desenfrenada e inhumana? ¿Cuántos ecuatorianos meditarán sobre los riesgos de difundir noticias falsas por redes sociales? Ojalá Posorja tenga la capacidad de sacudirnos como sociedad.
La justicia por mano propia no es nueva. Es más, ha inspirado grandes reflexiones sobre el derecho de los pueblos a rebelarse contra los abusos del poder y la autoridad. Pero Posorja no es Fuenteovejuna: aquí se linchó a tres personas por un delito que no cometieron, y se agredió a un grupo de policías que no hacían más que cumplir con su deber. Es decir, ni justicia ni rebeldía.
Posorja es la yuxtaposición del aislamiento comunitario con la globalización, la confirmación de que el mundo camina a ritmos demencialmente diferentes. Un rumor digitalizado deriva en un crimen atroz viralizado en redes sociales. Es el atraso utilizando herramientas del futuro, la marginalidad utilizando herramientas de la integración. La pobreza en Internet.
A diferencia de las conspiraciones informáticas que sirven al poder, y que por lo general tienen propósitos obscenos, en Posorja no hubo más que reacciones espontáneas. Impulsos. Pura indignación frente a un sistema que ha destrozado el tejido social, que ha aniquilado la confianza colectiva.
El mundo abierto a las diferencias que pregonan las redes sociales es incompatible con la necesidad de protección de una pequeña parroquia de pescadores. En la inseguridad, la diferencia es una amenaza. Las tres personas linchadas eran “extranjeros que venían a secuestrar niños”; es decir, que querían atacar a lo más sagrado de los afectos familiares. Una angustia infundada, una simple sospecha propagada a velocidad electrónica terminó en una lapidación pública. El medioevo de la mano de la posmodernidad.
El arrastre de los Alfaro dejó a una ciudad conmocionada por la bestialidad que contempló en sus propias narices. La hoguera bárbara nos avergüenza aún hoy como país. Pero ese crimen tiene la virtud de explicarnos los extremos del poder, la perversidad de los intereses políticos.
El crimen de Posorja no tiene un sentido explícito. No hay más propósito que una venganza irracional. ¿Cuántos de los involucrados estarán conscientes de su violencia desenfrenada e inhumana? ¿Cuántos ecuatorianos meditarán sobre los riesgos de difundir noticias falsas por redes sociales? Ojalá Posorja tenga la capacidad de sacudirnos como sociedad.
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