Dicen que el presidente Moreno se reprime de una conducta más decidida para sacar al acuoso y cetrino hacker de la embajada en Londres, por temor a las retaliaciones que pudieren provenir desde Moscú. Al parecer cree que Putin, que se atrevió a interferir en las elecciones en los Estados Unidos, que tiene a Assange como parte de sus acciones de espionaje, pudiera afectar al Ecuador. Lo que me parece tan alucinado como creer en conspiraciones extraterrestres. Otros creen que tolerar que Assange haya convertido a la embajada, aparte de una pocilga y refugio de un gato, en oficina de espionaje, es porque algo puede develar. La información siempre ha servido de instrumento de chantaje cuando hay rabos de paja.
El acomplejado profesor de universidad pelucona de pronto se encontró tarareando “Venceremos” debajo del sobaco de Chávez y Castro y creyó que podría ser su heredero: el jefe de la izquierda anti imperialista y bolchevique. Correa, que recién había descubierto a la izquierda, arrancó a hacerse de aliados entre los que intentan crear contrapeso político y militar contra Estados Unidos. Visitó a Kadaffi, el matón; a Ahmadineyad,el mamut. Apoyó al obeso dictador norcoreano y al espigado dictador sirio. Esa fue la política internacional que llevó a Correa y sus cancilleres, Espinoza, Patiño y Long a codearse con los actores de las grandes conspiraciones de novela. Llegó a Assange y con él la oportunidad de Correa de ser noticia mundial. Lo asiló para protegerlo de un juicio por violación y puso la embajada a la orden de Putin. Moreno designó Canciller a la Canciller de Correa, que fue actriz estelar en esta incursión del correísmo en las grandes ligas de la geopolítica.
No cabe repetir cómo la protegida de Moreno, la ahora presidente de la Asamblea General de NNUU, sostuvo el guión de su anterior líder y, digamos, profanó toda forma, todo principio de leyes y costumbres en relaciones internacionales para entregar físicamente al hacker, al gobierno de Putin. Los documentos que pretendieron esconderse bajo el sello de reservados, y que han sido expuestos por el Canciller Valencia, muestran a unos irresponsables traficando con nacionalidades, puestos y asilos para cumplir el que, parece, fue un pacto de Correa que ahora se muestra como notorio aliado del autoritario presidente ruso.
Todo esto provoca, como García Márquez refería de Úrsula Iguarán, despotricar como una verdulera y mandar todo por el fundamento. Indigna que estos audaces hayan llegado a estos extremos de prostituir los recursos de protección internacional a perseguidos políticos para escudar a un batracio monumental del minúsculo tamaño moral de Assange.
Estos descarados correístas, permitieron que Assange haga espionaje desde la embajada. Se entrometió en el litigio nacionalista en Cataluña, en el proceso electoral para perjudicar a la candidata Hillary Clinton. Todo esto mientras no solo físicamente embarraba con su suciedad las paredes y los olores de la embajada, sino embarraba el prestigio internacional del Ecuador.
Los insultos del vocero de Maduro, dirigidos contra Moreno, parece que despertaron si no la conciencia sobre el colapso político y moral de un modelo que aplaudió por años, cierta dignidad. Debe atribuirse la reacción de expulsar a la embajadora venezolana, también a la incidencia de tener un Canciller que no tiene las ligazones con el atarbán del ático que tuvo la canciller Espinoza. Sobre la venta de la nacionalidad, si Moreno no conocía todo el entramado conducido desde Cancillería, ahora que ya lo sabe es imperativo –rápida y decididamente– que saque al Ecuador de la actoría vergonzosa de esa trama tramposa. En ella Correa usufructúa, con una chamba en la cadena mediática rusa; Assange elude responder a la justicia por la supuesta amenaza a su vida; Putin tiene una agencia de espionaje en la mitad de Londres; la poetisa erótica mutó de Julia Roberts a Mata Hari, doble agente del morenismo y del correísmo. Assange ya no es asilado porque él renunció al asilo y no cabe que reciba protección si ha servido como coartada para vender sus servicios de espionaje al interés político de una potencia y no, como engañó al mundo, en favor de la transparencia. Y arrojado a la calle, también gana el gato, que puede librarse de la rata de su amo.
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