lunes, 15 de octubre de 2018

Sofía Espín prueba que lo ridículo no mata

   en Conexiones4P/Elenfoque  por 
Sofía Espín es un caso aparte. No solo se declaró vigilante de las garantías de la presa Diana Falcón. Ahora quiere reescribir todas las normas que rigen el sistema interamericano de derechos humanos. Tal cual.
En Guayaquil, y sin sonrojarse, dijo hoy que ha presentado su caso en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, radicada en Washington. Lo inverosímil en su caso es la regla. Y como ella es valiente, no teme corroborar que lo ridículo no mata. Porque ella, con ese aire de monja que ahora cultiva, calza el traje de perseguida política a la perfección. Por supuesto no le parece que una comisión multipartidista de la Asamblea investigue la visita que hizo, en su calidad de legisladora, a la presa Diana Falcón en la cárcel. No hay derecho si ella fue a verla de comedida. Por espíritu caritativo porque cree que nadie vela por la ex agente. Naturalmente no dice que Falcón es autora confesa y testigo protegida en el caso del secuestro de Fernando Balda y su testimonio junto al de su colega Raúl Chicaiza es el que ha involucrado en el caso al ex presidente Rafael Correa.
Y como lo ridículo no mata -la prueba es ella-, Espín cuenta que su caso fue sometido a la CIDH. ¿De qué es perseguida? No sabe. ¿Quién la persigue? Tampoco. ¿Cuándo y dónde hubo una sentencia en firme en su contra? No dice. ¿Cuándo agotó todas las instancias internas, requisitos necesarios, para ir a la CIDH? Ni idea. Hace pocos días sus amigos decían que ella era víctima de linchamiento mediático. Una figura que no existe en ninguna legislación; un anglicismo que los correístas se inventaron para castigar a esos medios tras los cuales hoy corre Sofía Espín con cara de monja mal administrada. Pero, claro, como tiene que presentar una evidencia -aunque sea una-, Espín cuenta que tampoco en el Consejo de Administración Legislativo quisieron recibirla. Como si ese fuera un tribunal y no una instancia administrativa. Y como si ese hecho bastara para franquearle las puertas de la CIDH.
Espín es única. Una verdadera estrella en los medios. Y con ese airecito cualquiera la imagina en la CIDH explicando a esos jueces imperialistas cómo se disfrazó para entrar a la cárcel. Sus enormes gafas, el pelo sobre la cara, ese GPS interno, muy de ella, que le ayuda a escapar al lente fisgón de la cámara… ¡La caridad la pone nerviosa! Ella es única. Una mujer sin empacho. Cualquiera pensaría que tras haber hablado pestes de la CIDH, tras haber desconocido sus sentencias, daría vergüenza siquiera pensar en ir ante esos jueces. No a ella. Ella usa lo que tiene. Y eso es lo que hay.
Hoy Sofía Espín mostró que, además de ser única -justamente por serlo- dice cualquier cosa, en cualquier parte, ante cualquiera. Qué importa si además hay decenas de cámaras para grabarla. Ella se ha vuelto experta en probar que lo ridículo no mata. Y lo prueba a día seguido.

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