La Vicepresidenta es la iluminada de turno
La Vicepresidenta de la República, además de hablar, ¿qué hace? La inquietud surge tras oír la entrevista con Andrés Carrión en Hora 25 el domingo pasado, que apenas hoy Teleamazonas subió a Youtube.
María Alejandra Vicuña es de esas personas que atropellan las palabras, que responde antes de que la pregunta concluya, que habla sin parar. Y habla como militante fogosa, como conversa que da testimonio. Habla con frases hechas y lemas aprendidos. Como si su tarea, como Vicepresidenta de todos los ecuatorianos, fuera quedar bien con su secta política y no salirse del libreto bolivariano que dice profesar.
Vicuña habla, entonces, de memoria y logra producir ese mareo que dan los discos rayados. No oye, no procesa lo que le preguntan. No da información ni siquiera pistas de por dónde irán las políticas públicas. Ella produce ideología por dosis incomibles. Y así, tras diez años de socialismo del siglo XXI, el televidente tiene que concluir que la preocupación de la vicepresidenta no es hablar de las cosas concretas de los ciudadanos y de los problemas cruciales del país: es mostrar que ella es socialista y revolucionaria. Mamerta e incluso jurásica. Le preguntan por el FMI y ella responde: “Aquí no habrá sometimiento ni recetas que vayan en desmedro de los derechos ciudadanos”. Oye la palabra inversiones y contesta: “no inversiones como inversiones sino inversiones que generen empleo de calidad. Inversiones que puedan favorecer el cambio de matriz productiva”. Ni un dato. Ni una pista de cómo piensan atraer esas inversiones. Ni cuándo. Ni en qué sectores. Vicuña es un discurso viejo y cansino. La nada.
María Alejandra Vicuña es una política sobrada y arrogante que oye a los entrevistados de un video de Carrión y, ante sus criticas, contesta que dos politólogos y un periodista no han podido superar conflictos personales y les recomienda, desde el punto de vista profesional pues ella es sicóloga clínica, que acudan a terapia. Ese es el respeto por los críticos y por los perseguidos, en el caso de Jorge Ortiz, del correísmo. Pero, claro, ella habla de su capacidad de crítica y autocrítica…
La vicepresidenta tiene otras cualidades: ve triunfos políticos donde no lo hay. Según ella, “hay una hoja de ruta trazada no por gobierno sino por el pueblo en las urnas cuando el mandato popular le dijo Sí no solo a la Consulta Popular sino a un programa de gobierno que está en ejecución”. ¿En qué papeleta se hizo esa pregunta? ¿Y cuál fue la hoja de ruta que ganó en las urnas? ¿Los tres libros que entregó Correa a Moreno? ¿El presupuesto hecho con las cifras trucadas que Moreno denunció? ¿La reelección indefinida que ella apoyó? La vicepresidenta no lo dijo. Pero da por hecho que hay una hoja de ruta trazada que ganó en las urnas y que el país hasta hoy no tiene clara. Da por hecho que Lenín Moreno tiene un apoyo popular inmenso basado en esa hoja de ruta cuando puede ser todo lo contrario: su popularidad se basa en la promesa de poner coto al programa trazado por el correísmo y del cual una buena parte del electorado está ahíto.
En ese sentido, habla a los ciudadanos de sus prácticas y estrategias políticas como si lo hiciera a niños de biberón a los que puede engañar sin despeinarse. Un ejemplo: cuando habló de la reelección indefinida, que antes defendió insultando a sus impugnadores, dijo que la consulta no tuvo direccionamiento alguno. Y que tampoco las tuvieron las enmiendas y que si ese tema estuvo en la consulta fue como resultado de lo que la gente pidió en el famoso proceso de diálogo. ¿Puede haber un intento más burdo para mentir e infantilizar el debate público?
¿Y cómo calificar su intento para proteger al genocida de Nicolás Maduro y la dictadura venezolana? Decir que “todos los países tienen el legítimo derecho de escoger su destino, de proyectarse hacia el futuro, de escoger su modelo” es cinismo. Es peor: es una muestra innegable de la peor ceguera política. Decir que “no somos quienes para interferir en forma arbitraria en otro país”, es votar para que el dictador de Caracas pueda seguir asesinando y torturando con su apoyo explícito. Eso es miseria política.
Ver y oír a María Alejandra Vicuña no está lejos de causar pánico público. Porque defiende con pasión y vehemencia ideas que contradicen las ideas que hace meses defendía con pasión y vehemencia. No parece tener reparo en ello. Dicho de otra manera, mañana podrá defender ideas que niegan absolutamente las ideas que hoy proclama con pasión y vehemencia. Esto no es oportunismo ni cinismo para ella. Simplemente dice que “los procesos políticos, la democracia y la sociedad son dinámicos”. María Alejandra Vicuña es la prueba más acabada de que, tras la salida de Correa, la era de los iluminados no ha terminado.
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